Mons. Carlos Osoro Ha sido una buena introducción para comenzar el Adviento, para esperar a Jesucristo: el domingo pasado clausurábamos el Año de la Fe. Hemos dado gracias a Dios por esta inmensa gracia que nos ha dado, por la llamada que nos ha hecho y por el compromiso que desea hagamos en nuestra vida. Lo hemos clausurado, también, dando gracias a Dios por la beatificación de un grupo de religiosos y religiosas que en nuestra Archidiócesis de Valencia dieron la vida por Cristo. Se nos presentan como unos hombres y mujeres que tuvieron la gran audacia y valentía de poner en el centro de su vida a Jesucristo. Y ello les motivó a que, en los momentos difíciles y de persecución, no tuvieran inconveniente de decidirse por obedecer a Dios antes que a los hombres, con la grandeza de corazón de defender una manera de entenderse a sí mismo, a los demás, a la historia, al modo de hacer y construir el mundo, que reveló Nuestro Señor Jesucristo. Bendito sea el Señor que es capaz de hacer, con su gracia y con su amor, con su misericordia y su compasión, corazones tan grandes que, aun a quienes les quitan la vida, son capaces de decirles “te perdono, eres mi hermano, no sabes lo que haces, pero te regalo el amor de Dios del cual vivo”. ¡Cómo no vamos a esperar al Señor! ¡Cómo no vamos a querer contemplar su rostro! ¡Cómo no prepararnos para recibirlo en nuestro corazón!
Este tiempo de Adviento nos prepara para recibir al Señor en nuestra vida, para hacerle un hueco en esta historia que tan necesitada está de luz, de vida y de amor. ¡Qué fuerza tiene descubrir que Jesucristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad de gloria y su poder como instrumento de triunfo! No. Él no es distancia, ni expresión de supremacía. Al contrario, se despoja de su rango, se vacía de sí mismo, se sumerge en la condición humana que tiene miserias y debilidades; su forma divina se oculta bajo la forma humana, que se muestra marcada por el sufrimiento, la pobreza, el límite, la muerte (cf. Fl 2, 6-7). ¡Qué maravilla, Dios no toma sólo apariencia de hombre, sino que se hace hombre, se hace uno de nosotros, se hace Dios con nosotros! Así, la realidad de Jesucristo es divina en una experiencia auténticamente humana. Y brota ese gran “sí” que, en Jesucristo, Dios dijo al hombre, a su vida, al amor humano, a su libertad, a su inteligencia. De ahí que la fe en el Dios que tiene rostro humano, necesariamente trae alegría al mundo, esperanza, buena nueva, cambio de los corazones y de su realidad interior, cambio de corazón por ello. El cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en todas las culturas. “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Fl 4, 8).
Ha de ser el Cristo mismo quien llene nuestros corazones y nos impulse a evangelizar y a salir por los caminos del mundo a proclamar el Evangelio a todos los pueblos de la tierra. El Adviento nos prepara para, entrando en comunión con Jesucristo, decir el gran “sí” del hombre a Dios. Es en el encuentro con Él donde podemos dar ese “si”, confesando la fe en el Señor Resucitado. En medio de nuestras casas y familias, en las realidades con las que cada uno de nosotros vivimos, Él nos anima a confesar públicamente la fe. Ha sido el Año de la Fe una invitación a vivir en una auténtica y renovada conversión a Nuestro Señor Jesucristo, que se nos manifiesta como el único salvador del mundo. Y el tiempo de Adviento nos llama a realizar una conversión personal y pastoral. Son las dos necesarias: una para que nuestra vida sea rostro de Cristo, porque Él es el verdadero rostro de Dios y del hombre; pero, también, la conversión pastoral, pues tenemos que leer los signos de nuestro tiempo, las realidades que viven los hombres para acercarnos a ellos y ser discípulos misioneros que anuncian, hacen creíble y atraen a los hombres hacia Jesucristo, pues ven en ellos el rostro de Dios porque Él nos da su rostro y el rostro del hombre. Todo nos lo regala con su gracia. Es en el encuentro con Jesucristo donde voy conociendo poco a poco a Dios y voy cayendo en la cuenta de lo que tengo que ser como humano creado por Dios y al que se le ha regalado la vida misma de Cristo.
¡Qué maravilla el “sí” de Dios al hombre en Jesucristo! Este hecho hace que todos puedan percibir y comprender que el ser cristiano es un gran “sí”. Es el “sí” que viene de Dios y se concreta en el Misterio de la Encarnación. Y se comprende cuando el Señor de la vida y de la historia toma rostro en Belén. Para prepararnos a este acontecimiento vamos a vivir con intensidad el Adviento. Situemos nuestra vida, nuestra existencia dentro de ese “sí”. De este modo nos penetraremos de una capacidad para realizar nuestra vida cristiana en todos los momentos y en todas las fases de nuestra existencia. También, en las que no son fáciles y cuando aparecen las dificultades. Llenos, invadidos y envueltos en ese “sí”, desde lo profundo de nuestro ser, seremos discípulos misioneros, es decir, testigos vigilantes, confiados, alegres y contemplativos.
El Adviento es un tiempo de gracia para descubrir la necesidad más grande que tienen los hombres. Cuántas personas hoy van por los caminos de este mundo haciéndose la misma pregunta que Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Y qué fuerza provocadora tiene la respuesta que le da Jesucristo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Los discípulos misioneros han de ser hombres y mujeres que con sus vidas den esta respuesta. Y la den con la convicción absoluta de que es a Jesucristo a quien necesitan todos los hombres, a quien necesita este mundo y necesita esta historia que juntos vamos construyendo. Él es necesario en esta construcción, pues Él construye siempre y levanta, da las medidas verdaderas que tiene que tener cada hombre y esta humanidad. Con la alegría de la fe somos discípulos misioneros que proclamamos el Evangelio de Jesucristo, que es la buena nueva de la dignidad del ser humano, de la vida, del trabajo, de la familia, de esa solidaridad que es vivir siempre para los otros y, muy especialmente, para el que más lo necesita y que tiene una palabra que traduce todo esto como es la caridad, “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34).
El discípulo misionero es el que asume construir la “cultura del encuentro”, la que hizo Dios mismo en el Misterio de la Encarnación, que quiso encontrarse con los hombres en su propia condición. Nada tuvo que ver con la cultura del enfrentamiento, del conflicto o, como dice el Papa Francisco, la cultura del descarte. La conversión que nos pide el Señor para estar preparados a su nacimiento es la que nos hace más sensibles y nos capacita más y mejor para, no solamente comprender los problemas y las situaciones humanas, sino para dar soluciones con nuestra vida y compromiso, de tal modo que nada se convierta en fuentes de lucha, de egoísmos, de orgullo, de discriminación, sino que sea fuente para enderezar todo por las vías de la justicia y del bien común, donde la caridad asume el puesto primero y más alto en la vida práctica, pues es la caridad quien todo lo hace posible y todo lo renueva. En la Virgen María, figura singular del Adviento, vemos el modelo de perfección cristiana, el espejo de virtudes sinceras, la maravilla de la verdadera humanidad. El discípulo misionero va al encuentro con el mundo y con los hombres que le toca vivir, se hace palabra, mensaje y coloquio, siguiendo las huellas de su Maestro que es Cristo.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos Osoro,
Arzobispo de Valencia
Fuente:: Mons. Carlos Osoro
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Ejercicios espirituales para adolescentes de la diócesis de Cuenca
Noticias religiosas - archivoTendrán lugar en el Monasterio de Santa María de la Paz de Villaconejos del Trabaque, sede además del Campamento Juan Pablo II. El coste total por participante es de 20 euros. Las parroquias de la diócesis amplian esta información.
Sábado, 14 de Diciembre:
– 10:00 Acogida y presentación.
– 11:00 Taller de Oración.
– 12:00 Degustación de productos típicos, aportados por los participantes.
– 12:30 Deporte cristiano.
– 14:00 Comida y tiempo libre.
– 16:00 Gymkana de la fe.
– 17:00 Oración dirigida.
– 18:00 Celebración Penitencial y Eucaristía.
Domingo, 15 de Diciembre:
– 09:30 Laudes.
– 10:00 Desayuno.
– 10:30 Vídeo – fórum.
– 12:00 Eucaristía.
– 13:00 Recogida y limpieza.
– 14:00 Comida.
– 16:00 Despedida.
– 22:00 Película.
Fuente:: SIC
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«Pensar en cristiano» para comprender el «paso de Dios en la historia»
Noticias religiosas - archivo(RV).- (con audio)
«En el Evangelio, Jesús no se enoja, pero lo finge cuando los discípulos no entienden las cosas. A los de Emaús dice: ‘¡necios y tardos de corazón’. «¡Oh necios, y tardos de corazón ‘… Él que no entiende las cosas de Dios es una persona así. El Señor quiere que entendamos lo que sucede: lo que pasa en mi corazón, lo que está pasando en mi vida, lo que sucede en el mundo, en la historia… ¿Qué significa esto que está pasando ahora? ¡Estos son los signos de los tiempos! En cambio, el espíritu del mundo nos hace otras propuestas, porque el espíritu del mundo no nos quiere como pueblo: nos quiere masa, sin pensamiento, sin libertad».
El espíritu del mundo, reiteró el Obispo de Roma, «quiere que vayamos por un camino de uniformidad», como advierte San Pablo: «el espíritu del mundo nos trata como si no fuéramos capaces de pensar por cuenta nuestra; nos trata como personas no libres»:
«El pensamiento uniforme, el mismo pensamiento, el pensamiento débil, un pensamiento tan extendido. El espíritu del mundo no quiere que nos preguntemos delante de Dios: «Pero ¿por qué esto, por qué aquello, ¿por qué sucede esto? ‘. O incluso nos propone un pensamiento prêt-à-porter, de acuerdo a nuestros propios gustos: «Yo pienso como me da la gana ‘. Esto para ellos está bien, dicen… Pero lo que el espíritu del mundo no quiere es lo que Jesús nos pide: ¡el libre pensamiento, el pensamiento de un hombre y de una mujer que son parte del pueblo de Dios, y la salvación es precisamente ésta! Piensen en los profetas… «Tú no eras mi pueblo, ahora te digo ‘pueblo mío’: así dice el Señor. Y ésta es la salvación: hacernos pueblo, pueblo de Dios, para tener libertad».
Jesús nos pide que pensemos libremente, nos pide pensar para comprender qué sucede. La verdad es que solos no podemos, hizo hincapié el Papa Bergoglio, añadiendo que tenemos necesidad de la ayuda del Señor para comprender lo signos de los tiempos y el Espíritu Santo nos da este regalo, un don: la inteligencia para comprender y no porque otros me dicen qué sucede:
«¿Cuál es el camino que quiere el Señor? Siempre con el espíritu de inteligencia para comprender los signos de los tiempos. Es hermoso pedir al Señor Jesús esta gracia, que nos envíe el espíritu de comprensión, para que no tengamos un pensamiento débil, un pensamiento uniforme, y un pensamiento según los propios gustos: sino un pensamiento como lo quiere Dios. Con este pensamiento, que es un pensamiento de mente, de corazón y de alma. Con este pensamiento, que es un don del Espíritu Santo, buscar que es lo que quieren decir las cosas y entender bien los signos de los tiempos».
(CdM – ER -RV)
Fuente:: News.va
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La ‘Montillana’ acredita ya haber peregrinado a la Basílica Pontificia de San Juan de Ávila
Noticias religiosas - archivoLa Montillana no es sólo un diploma sino una obra de arte de un afamado pintor. Es un recuerdo imperecedero del peregrinar que si se realizó durante el Trienio Jubilar incrementa su valor. Durante siglos muchas son las personas que han llegado a las plantas del sepulcro del Apóstol de Andalucía pero pocas podrán decir que lo hicieron en el Trienio Jubilar con motivo de su doctorado.
La Montillana está realizada a plumilla por Javier Aguilar Cejas, afamado autor nacido en Puente Genil. En este bello diploma encontramos en la parte superior el busto del Doctor de la Iglesia rodeado de la frase: “Sepan todos que nuestro Dios es Amor”. A ambos lados vemos los racimos de uvas símbolo eucarístico y recuerdo de la ciudad de Montilla. En la parte inferior vemos el escudo de la Basílica Pontificia de San Juan de Ávila. Todo ello enmarcado con unas bellas cabezas de ángeles.
La Montillana lleva un texto en latín que acredita haber peregrinado hasta el Sepulcro de San Juan de Ávila, incluyendo el nombre completo del peregrino.
¿Cómo se consigue?
Toda la información para conseguir la Montilla se encuentra en www.rutaavilista.com/montillana
Para más información: oficina@juandeavila.net y el número de teléfono 615 999 727
La primera Montillana
La primera Montillana fue entregada al Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, con motivo de la misa de Acción de Gracias por los frutos espirituales del primero de los tres Año Jubilares concedidos a la Basílica Pontificia de San Juan de Ávila de Montilla.
Fuente:: SIC
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“Dios Padre Misericordioso”, la nueva cita de la Escuela de Evangelizadores en Cádiz con Juan Manuel Cotelo
Noticias religiosas - archivoTras el éxito de su película La última cima, Cotelo estrenará el próximo 5 de diciembre su último largometraje, Mary´s Land – Tierra de María. Rodada en España, Gran Bretaña, Colombia, México, Panamá, Estados Unidos, Francia, Portugal y Bosnia-Herzegovina; entremezclando ficción y documental, propone una investigación para conocer la verdad sobre la fe.
Así, el productor y director de cine, expondrá su testimonio de encuentro con Dios Padre, y su labor evangelizadora a través del cine.
Además, durante la jornada del sábado se desarrollarán diversos talleres:
-Premisión: “Prepararse para evangelizar”. (Impartido por Hogares de Nazareth)
-Cursos Alpha: Experiencias de conversión. (Impartido por Emma de León)
-Oratorio: “Cómo rezan los niños”. (Impartido por Sor Ana Vázquez)
-Cenáculos: “Fe en comunidad”. (Impartido por P. Fernando Campos)
Programa
10:00 Acogida
10:15 Eucaristía
11:00 Charla coloquio
12:00 Café
12:30 Coloquio
14:00 Almuerzo
16:00 Talleres
17:30 Oración
18:30 Cierre y despedida
La Escuela de Evangelizadores
“Lo que necesitamos, especialmente en estos tiempos, son testimonios creíbles que con la vida y también con la palabra hagan visible el Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios”.
(Papa Francisco). Por eso, animados por los movimientos de nueva evangelización que están despertando en toda la Iglesia, la Diócesis de Cádiz y Ceuta invita a participar en la Escuela de Evangelizadores. Más de 250 personas se han inscrito ya para realizar los cinco encuentros que se han programado. Cinco momentos en los que ir a la esencia, al kerygma, a ”concentrarse en la realidad fundamental, que es el encuentro con Cristo, con su misericordia, con su amor y el amar a los hermanos”, como recomienda el Papa Francisco: el anuncio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios que nos ama, que viene a nosotros y que nos salva.
La Escuela de Evangelizadores quiere ser un lugar donde unir inquietudes, donde hablar de aquello que llena el corazón del hombre, buscando medios y recibiendo formación para poder dar testimonio, aprendiendo nuevos métodos de evangelizar y paricipando en talleres que preparan para salir a la misión. La Escuela se presenta, además, como un espacio donde recogerse en oración y participar en la convivencia fraterna.
Fuente:: SIC
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“¡Velad!… ¡Estad preparados!”
Noticias religiosas - archivoLas palabras clave son “velad” y “estad preparados” (Mt 24,42.44). No podemos dormirnos, ni desanimarnos, ni estar inactivos, no podemos cerrar la puerta a la visita de Dios. Así como vino en la primera Navidad, ahora de nuevo Él quiere venir a nuestra casa, tanto a nuestras personas como a nuestro mundo. De hecho, no se ha marchado nunca, pero quiere que le acojamos, que le dejemos entrar, que le seamos atentos, amigos, humildes y alegres porque Él quiere llenarlo todo con su gracia, con su perdón, con su vida que todo lo renueva. Acojamos su dulce invitación: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). ¿Qué más podríamos desear?
Es tiempo de fe y de buenas obras. Esto significa “estar preparado”. ¡Esperarlo! Ante todo, dejar que la gracia de Dios nos ayude a abandonar las rutinas y las perezas, el pecado y la lejanía del Evangelio. Y pedir la venida del Señor con humildad, repitiendo: ¡Ven Señor Jesús! ¡Ayúdame a creer! ¡Despierta lo mejor que haya en mí, Señor, y que viene de ti! ¡Líbrame del egoísmo! Y después, en el silencio y la oración, dejar que crezca el deseo de bondad y de pureza en nuestro corazón, hacer emerger la mejor parte de cada uno de nosotros, leyendo el Evangelio, amando más y mejor a los que tenemos cerca, haciendo algún gesto comprometido de solidaridad y de compartir. Tendremos muchas oportunidades en estas semanas del Adviento y en las fiestas de Navidad que se acercan.
Adviento es tiempo de alegría, porque Jesús llega y quiere hacer morada en nosotros y en nuestro mundo, que Él no abandona nunca, porque mantiene su promesa de salvación y de misericordia. Él viene a consolar a la humanidad de tanto dolor, violencia, pobrezas y soledad: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio” (Is 40,1). Son las primeras palabras con que se abre la música inmortal del grandioso Oratorio del Mesías de Händel. Es tiempo de volver a lo esencial, y de llevar este consuelo de Dios a nuestra humanidad, tiempo de acoger la vocación de dar a conocer nuestra fe a las generaciones que nos van a suceder. Es lo que acabamos de proponer los obispos de Cataluña en nuestro Documento “Transmitir el tesoro de la fe” que acabamos de publicar. Ya tendremos tiempo de comentarlo. Ahora: ¡velemos y estemos preparados!
+ Joan E. Vives
Arzobispo e Urgell
Fuente:: Mons. Joan E. Vives
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Tres caminos para nacer Cristo
Noticias religiosas - archivoLas fiestas navideñas son un recuerdo vivo de anhelo de paz que se encierra en el corazón humano. Es imposible celebrar la Navidad sin buscar sinceramente la paz. Son innumerables los villancicos y cantos navideños que nos hablan de la paz. El Santo Padre acostumbra a dirigir a los creyentes por estas fechas un mensaje en torno a la paz. Son bastantes también los jefes de Estado y dirigentes políticos que se pronuncian en el mismo sentido haciendo augurios por la paz en el mundo. El día de Año Nuevo se celebra la Jornada Mundial de la Paz.
Pero la paz no es solo un cántico que acompaña el nacimiento del Salvador. Es el objetivo último de la encarnación: la paz de los hombres con Dios, la paz de los hombres entre sí, la paz de cada ser humano consigo mismo.
Segundo, por el camino del amor. Amor a todos y especialmente a los pobres y abandonados. Amor que a veces exigirá no solo un serio compromiso con sus problemas sino también una enérgica defensa de sus derechos, defensa siempre hecha por cauces y procedimientos evangélicos. Amor al pobre y al rico, al gobernante y al gobernado, recordando a todos tanto sus derechos como sus deberes. Amor que nunca sea usado como disculpa para el mantenimiento de las injusticias pero tampoco que lleve a combatir las injusticias por medios injustos. Amor que como el de Cristo, que viene hacia nosotros, empiece por dar humilde y sencillamente la vida por los demás.
El intercambio de regalos por estas fechas navideñas tiene un origen cristiano auténtico, de la misma manera que los Magos llevan sus regalos al Niño nacido en Belén, también los creyentes manifiestan su agradecimiento a Dios, haciendo algún regalo a los niños, los pobres, los necesitados o los seres queridos.
Pero hay algo más profundo en el origen de la Navidad. El gran regalo que nos recuerdan estas fiestas es el que nos ha hecho el mismo. Dios dándonos a su propio Hijo. El gran regalo para los hombres es Jesucristo. En Él “se nos ha manifestado la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a los hombres”.
Desde ahí aprendemos los creyentes a regalar. No es posible creer en un Dios que ha querido compartir nuestros problemas y sufrimientos, y organizar luego nuestra vida de manera individualista y egoísta, ajenos totalmente a las necesidades de los demás.
Tercero, por el camino de la esperanza. Donde falta la esperanza, la fe misma es cuestionada. Incluso el amor se debilita cuando la esperanza se apaga. Subrayamos esto porque todos parecemos estar tentados por la amargura,
Como testigos del Señor decimos que la humanidad ha sido ya salvada por Cristo y que ese mismo Señor va a seguir salvándola. No era el mundo de hace dos mil años mejor que este nuestro y Cristo no se avergonzó de bajar a él. Bajará al mundo, baja constantemente. Bajará incluso si nuestros caminos siguen estando mediocremente preparados. Mantened por ello la esperanza y la alegría. Que nunca sea nuestra Iglesia diocesana testigo de la desesperanza, puesto que es testigo de Cristo que viene. Que sepan quienes no creen, que en nosotros, con todos nuestros errores y defectos, con todas nuestras divisiones, hay algo en lo que no estamos ni estaremos nunca divididos: en nuestra fe en el Salvador y en nuestros deseos por hacerle más presente en el mundo.
Celebrar la Navidad no es despertar una euforia pasajera con unas copas de champán, sino alimentar nuestra alegría interior y nuestra confianza en la cercanía de un Dios que está presente en nuestro vivir diario. Si supiéramos detenernos en silencio ante ese Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, entenderíamos por qué el corazón de un creyente ha de estar transido de una alegría diferente estos días.
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia
Fuente:: Mons. Ángel Rubio Castro
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Jesucristo es el centro de nuestra fe
Noticias religiosas - archivoCristo ya ha venido hace 2000 años; Cristo viene cada día, sobre todo mediante su acción en los sacramentos, en especial en la Eucaristía; y Cristo vendrá al final de los tiempos. Esta es la triple afirmación que resume el espíritu de este tiempo, con el que comenzamos también un nuevo año litúrgico.
Recuerdo que en mis primeros años de seminario mayor leí una obra del teólogo italo-alemán Romano Guardini, -“La esencia del cristianismo”, que me caló muy hondo y cuya idea central acostumbro a repetir con frecuencia: “El cristianismo no es, en última instancia, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de eso constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concreto; es decir, por una personalidad histórica”.
Cristo es, pues, el centro de nuestra fe. La esencia del cristianismo es la persona de Cristo y toda la vida cristiana arranca de un encuentro con Él. El papa Benedicto XVI lo expresó bellamente al comienzo de su primera encíclica: “No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus charitas est, 1).
Jesucristo, único mediador, es la fuente y el objeto de nuestro conocimiento y amor. Él ha de ser el objeto primero de nuestro estudio y contemplación, de nuestro conocimiento y de nuestro amor. La relación personal con Él es lo que nos define como cristianos adultos, no sólo por edad, sino –Dios lo quiera- por madurez. Y todo ello comenzando por la contemplación de su realidad humana, de su cuerpo real, tan presente en la Navidad, y pasando por la contemplación de lo que los Evangelios nos explican de Él: su conocimiento y sus enseñanzas, su voluntad, su amor, su sensibilidad.
Y continuando después esta contemplación también por su persona divina, como el Hijo de Dios que es. Se trata de contemplar la figura del Hijo, que es apertura a la comunicación del Padre en el Espíritu. Todo el año litúrgico tiene su centro en Cristo, Dios y hombre verdadero, que todo lo recibe del Padre y que nos envía el Espíritu Santo para que podamos vivir como hijos del Padre, para que podamos vivir nuestra filiación divina y desarrollar nuestra vocación de ser hijos adoptivos de Dios, abiertos al Padre, al Hijo y al Espíritu.
Este es mi deseo para todos al comenzar un nuevo año cristiano. Dentro de él, el 15 de junio de 2014, celebraremos, Dios mediante, el décimo aniversario de nuestra diócesis. Os invito, pues, a vivir un año de acción de gracias y de compromiso cristiano, en el que Cristo esté en el centro de todo lo que podamos vivir y hacer. Os deseo a todos un Adviento fructuoso.
+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa
Fuente:: Mons. Josep Àngel Saiz Meneses
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Es posible nacer de nuevo
Noticias religiosas - archivoEl inicio del año litúrgico probablemente pase desapercibido en los medios de comunicación. El color morado de los ornamentos y la austera ornamentación de los altares serán los únicos signos visibles del acontecimiento. Y, sin embargo, lo que esperamos, porque el Adviento es tiempo de espera y de esperanza, tiene una trascendencia infinita.
Esperamos la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Vino hace veinte siglos en el humilde parto de una joven nazarena y en la oscuridad de un establo “porque no había sitio en la posada”. Vendrá al final de los tiempos en manifestación de poder y de gloria. Sigue viniendo en cada Navidad, cada día, al corazón de todo el que esté dispuesto a acoger el don de su amistad.
El Adviento, como decía, tiene como compañera inseparable la esperanza, invita a mirar hacia adelante. El que viene es capaz de cambiar el corazón del hombre y el rumbo de la historia, de alumbrar un mundo nuevo de paz y fraternidad para todos los hombres de buena voluntad.
Hay, como sabemos, dos maneras de enfocar la existencia. Una, sin perspectiva de futuro, cuya meta es la muerte. Por eso, ante este cierre de horizonte algunos se han elaborado la filosofía particular del “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Éste puede ser también, en la práctica, el comportamiento de cristianos de fe débil, como sucedía a los israelitas del tiempo de Noé. Dice Jesús: “La gente comía, bebía, se casaba…; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio”.
Pero Jesús también habla de un segundo enfoque, que nos dice que todo lo de aquí abajo tiene semillas de eternidad. Por eso, el aviso de Jesús: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. O sea, que lo que hacemos no carece de sentido; que nuestros senderos de cada día no se cierran ante el muro absurdo e insalvable de la muerte; que hay un futuro de plenitud.
Mientras la crisis se prolonga sobre tantas familias y se demoran tantas aspiraciones justas, el grito de los viejos profetas de Israel volverá a resonar en este adviento invitando a la vigilancia. Será el suyo un mensaje que acaricia y da seguridad; un mensaje de paz, sin otra contraprestación que la del amor acogido, consentido y compartido. Nos invitarán a soñar despiertos y en traje de faena con un mundo en que desaparezcan de la faz de la tierra el hambre y la injusticia, en que la dignidad de todo hombre sea reconocida, en que las espadas se tornen azucenas y el cielo se pueble de palomas, en vez de proyectiles de guerra y de armas de destrucción masiva.
El Adviento es también preparación para la Navidad. Por eso trae consigo el rumor de la cercanía de Dios, el presentimiento de que el Dios que es amor se hace Emmanuel y quiere estar con nosotros.
Vivir el Adviento es creer de veras que es posible nacer de nuevo, con la gracia de Dios. ¿Por qué que no intentarlo con todas nuestras fuerzas? No son necesarias cosas espectaculares. Se puede empezar entrando dentro de nosotros mismos, auscultando el propio corazón. La superficialidad nos impide descubrir la maldad que se agazapa, como la antigua serpiente de la catequesis del Génesis, en las entretelas del alma.
Tenemos por delante cuatro semanas, que pueden ser como un saludable retiro espiritual para sanear el corazón, disponerlo a la gracia de Dios, abrirlo para compartir con nuestros hermanos lo que somos y tenemos.
+ Ciriaco Benavente Mateos
Obispo de Albacete
Fuente:: Mons. Ciriaco Benavente Mateos
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Adviento Solidario
Noticias religiosas - archivoLa fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de los cristianos: “En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios” (1 Jn 4,2).
La Iglesia relee y revive los acontecimientos de la historia de la salvación en el “hoy” de su liturgia. La liturgia de Adviento actualiza la espera del Mesías.
El primer domingo de Adviento rezamos diciendo: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”.
¿Cuáles son las buenas obras que nos acompañan para salir al encuentro de Cristo que viene?
San Pablo distingue entre las “obras de la carne” y el “fruto del Espíritu”, que es “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23). Se trata, fundamentalmente, de la fe que actúa por el amor.
En este tiempo litúrgico se despierta la memoria del corazón para poder discernir la estrella de la esperanza. La luz de la fe nos ilumina para que, nosotros también, contribuyamos a iluminar la vida de tantas personas necesitadas.
En Adviento volvemos nuestra mirada hacia Jesús y comenzamos a mirar con los ojos del Señor. De esta manera distinguimos en cualquier ser humano el rostro de un hermano.
Adviento purifica nuestra mirada para ver el dolor ajeno, despierta nuestros oídos para oír el clamor de los que sufren, moviliza nuestras manos para expresar amor y fortalece nuestros pies para salir al encuentro de los más desfavorecidos.
Las calles se inundan de luces efímeras, de reclamos publicitarios. Pero es más importante percibir la luz de la dignidad que brilla en los corazones de todas las personas con las que compartimos nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra vida.
Adviento es tiempo fuerte para expresar, también, la fortaleza de nuestro compromiso. Adviento es el tiempo privilegiado de reencuentro con todos los hermanos: el preso olvidado; el indigente desorientado; la anciana inmovilizada en su hogar; el anciano achacoso; el parado de larga duración, sin horizonte, sin expectativa; el inmigrante que lo dejó todo para encontrarse con nada y con nadie; el enfermo desesperanzado; el trabajador que sufre unas condiciones indignas y recibe un sueldo de miseria; el agricultor que deja en el surco el sudor y la vida; el humilde ganadero que custodia su rebaño con incertidumbre; el gitano al que la sociedad propone una integración llena de recelo; el adolescente atribulado, inquieto ante mil interrogantes; el joven que vive con fruición el presente porque teme pensar en el futuro; el niño lleno de cosas y carente de afecto.
De cerca, y de lejos, nos llegan noticias de enfermedades, de accidentes automovilísticos, de catástrofes, de epidemias, de inundaciones, de devastaciones. Todas estas situaciones requieren una respuesta solidaria, siempre dentro de nuestras limitadas posibilidades y capacidades.
Salgamos al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras.
¡Feliz Adviento solidario!
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+Julián Ruiz Martorell,
Obispo de Jaca y de Huesca
Fuente:: Mons. Julián Ruiz Martorell
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Jesucristo, el gran “Sí” de Dios al hombre
Noticias religiosas - archivoEste tiempo de Adviento nos prepara para recibir al Señor en nuestra vida, para hacerle un hueco en esta historia que tan necesitada está de luz, de vida y de amor. ¡Qué fuerza tiene descubrir que Jesucristo no usa su igualdad con Dios, su dignidad de gloria y su poder como instrumento de triunfo! No. Él no es distancia, ni expresión de supremacía. Al contrario, se despoja de su rango, se vacía de sí mismo, se sumerge en la condición humana que tiene miserias y debilidades; su forma divina se oculta bajo la forma humana, que se muestra marcada por el sufrimiento, la pobreza, el límite, la muerte (cf. Fl 2, 6-7). ¡Qué maravilla, Dios no toma sólo apariencia de hombre, sino que se hace hombre, se hace uno de nosotros, se hace Dios con nosotros! Así, la realidad de Jesucristo es divina en una experiencia auténticamente humana. Y brota ese gran “sí” que, en Jesucristo, Dios dijo al hombre, a su vida, al amor humano, a su libertad, a su inteligencia. De ahí que la fe en el Dios que tiene rostro humano, necesariamente trae alegría al mundo, esperanza, buena nueva, cambio de los corazones y de su realidad interior, cambio de corazón por ello. El cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero y puro en todas las culturas. “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Fl 4, 8).
Ha de ser el Cristo mismo quien llene nuestros corazones y nos impulse a evangelizar y a salir por los caminos del mundo a proclamar el Evangelio a todos los pueblos de la tierra. El Adviento nos prepara para, entrando en comunión con Jesucristo, decir el gran “sí” del hombre a Dios. Es en el encuentro con Él donde podemos dar ese “si”, confesando la fe en el Señor Resucitado. En medio de nuestras casas y familias, en las realidades con las que cada uno de nosotros vivimos, Él nos anima a confesar públicamente la fe. Ha sido el Año de la Fe una invitación a vivir en una auténtica y renovada conversión a Nuestro Señor Jesucristo, que se nos manifiesta como el único salvador del mundo. Y el tiempo de Adviento nos llama a realizar una conversión personal y pastoral. Son las dos necesarias: una para que nuestra vida sea rostro de Cristo, porque Él es el verdadero rostro de Dios y del hombre; pero, también, la conversión pastoral, pues tenemos que leer los signos de nuestro tiempo, las realidades que viven los hombres para acercarnos a ellos y ser discípulos misioneros que anuncian, hacen creíble y atraen a los hombres hacia Jesucristo, pues ven en ellos el rostro de Dios porque Él nos da su rostro y el rostro del hombre. Todo nos lo regala con su gracia. Es en el encuentro con Jesucristo donde voy conociendo poco a poco a Dios y voy cayendo en la cuenta de lo que tengo que ser como humano creado por Dios y al que se le ha regalado la vida misma de Cristo.
¡Qué maravilla el “sí” de Dios al hombre en Jesucristo! Este hecho hace que todos puedan percibir y comprender que el ser cristiano es un gran “sí”. Es el “sí” que viene de Dios y se concreta en el Misterio de la Encarnación. Y se comprende cuando el Señor de la vida y de la historia toma rostro en Belén. Para prepararnos a este acontecimiento vamos a vivir con intensidad el Adviento. Situemos nuestra vida, nuestra existencia dentro de ese “sí”. De este modo nos penetraremos de una capacidad para realizar nuestra vida cristiana en todos los momentos y en todas las fases de nuestra existencia. También, en las que no son fáciles y cuando aparecen las dificultades. Llenos, invadidos y envueltos en ese “sí”, desde lo profundo de nuestro ser, seremos discípulos misioneros, es decir, testigos vigilantes, confiados, alegres y contemplativos.
El Adviento es un tiempo de gracia para descubrir la necesidad más grande que tienen los hombres. Cuántas personas hoy van por los caminos de este mundo haciéndose la misma pregunta que Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Y qué fuerza provocadora tiene la respuesta que le da Jesucristo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Los discípulos misioneros han de ser hombres y mujeres que con sus vidas den esta respuesta. Y la den con la convicción absoluta de que es a Jesucristo a quien necesitan todos los hombres, a quien necesita este mundo y necesita esta historia que juntos vamos construyendo. Él es necesario en esta construcción, pues Él construye siempre y levanta, da las medidas verdaderas que tiene que tener cada hombre y esta humanidad. Con la alegría de la fe somos discípulos misioneros que proclamamos el Evangelio de Jesucristo, que es la buena nueva de la dignidad del ser humano, de la vida, del trabajo, de la familia, de esa solidaridad que es vivir siempre para los otros y, muy especialmente, para el que más lo necesita y que tiene una palabra que traduce todo esto como es la caridad, “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34).
El discípulo misionero es el que asume construir la “cultura del encuentro”, la que hizo Dios mismo en el Misterio de la Encarnación, que quiso encontrarse con los hombres en su propia condición. Nada tuvo que ver con la cultura del enfrentamiento, del conflicto o, como dice el Papa Francisco, la cultura del descarte. La conversión que nos pide el Señor para estar preparados a su nacimiento es la que nos hace más sensibles y nos capacita más y mejor para, no solamente comprender los problemas y las situaciones humanas, sino para dar soluciones con nuestra vida y compromiso, de tal modo que nada se convierta en fuentes de lucha, de egoísmos, de orgullo, de discriminación, sino que sea fuente para enderezar todo por las vías de la justicia y del bien común, donde la caridad asume el puesto primero y más alto en la vida práctica, pues es la caridad quien todo lo hace posible y todo lo renueva. En la Virgen María, figura singular del Adviento, vemos el modelo de perfección cristiana, el espejo de virtudes sinceras, la maravilla de la verdadera humanidad. El discípulo misionero va al encuentro con el mundo y con los hombres que le toca vivir, se hace palabra, mensaje y coloquio, siguiendo las huellas de su Maestro que es Cristo.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos Osoro,
Arzobispo de Valencia
Fuente:: Mons. Carlos Osoro
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