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martorell7Mons. Julián Ruiz Martorell      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de los cristianos: “En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios” (1 Jn 4,2).

La Iglesia relee y revive los acontecimientos de la historia de la salvación en el “hoy” de su liturgia. La liturgia de Adviento actualiza la espera del Mesías.

El primer domingo de Adviento rezamos diciendo: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”.

¿Cuáles son las buenas obras que nos acompañan para salir al encuentro de Cristo que viene?

San Pablo distingue entre las “obras de la carne” y el “fruto del Espíritu”, que es “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23). Se trata, fundamentalmente, de la fe que actúa por el amor.

En este tiempo litúrgico se despierta la memoria del corazón para poder discernir la estrella de la esperanza. La luz de la fe nos ilumina para que, nosotros también, contribuyamos a iluminar la vida de tantas personas necesitadas.

En Adviento volvemos nuestra mirada hacia Jesús y comenzamos a mirar con los ojos del Señor. De esta manera distinguimos en cualquier ser humano el rostro de un hermano.

Adviento purifica nuestra mirada para ver el dolor ajeno, despierta nuestros oídos para oír el clamor de los que sufren, moviliza nuestras manos para expresar amor y fortalece nuestros pies para salir al encuentro de los más desfavorecidos.

Las calles se inundan de luces efímeras, de reclamos publicitarios. Pero es más importante percibir la luz de la dignidad que brilla en los corazones de todas las personas con las que compartimos nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra vida.

Adviento es tiempo fuerte para expresar, también, la fortaleza de nuestro compromiso. Adviento es el tiempo privilegiado de reencuentro con todos los hermanos: el preso olvidado; el indigente desorientado; la anciana inmovilizada en su hogar; el anciano achacoso; el parado de larga duración, sin horizonte, sin expectativa; el inmigrante que lo dejó todo para encontrarse con nada y con nadie; el enfermo desesperanzado; el trabajador que sufre unas condiciones indignas y recibe un sueldo de miseria; el agricultor que deja en el surco el sudor y la vida; el humilde ganadero que custodia su rebaño con incertidumbre; el gitano al que la sociedad propone una integración llena de recelo; el adolescente atribulado, inquieto ante mil interrogantes; el joven que vive con fruición el presente porque teme pensar en el futuro; el niño lleno de cosas y carente de afecto.

De cerca, y de lejos, nos llegan noticias de enfermedades, de accidentes automovilísticos, de catástrofes, de epidemias, de inundaciones, de devastaciones. Todas estas situaciones requieren una respuesta solidaria, siempre dentro de nuestras limitadas posibilidades y capacidades.

Salgamos al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras.

¡Feliz Adviento solidario!

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell,

Obispo de Jaca y de Huesca

Fuente:: Mons. Julián Ruiz Martorell

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