Tres caminos para nacer Cristo

Mons Ángel Rubio

Mons Ángel RubioMons. Ángel Rubio   Primero, por el camino de la Paz. Cristo nace por el esfuerzo común para eliminar toda violencia de nuestro pensamiento, de nuestras palabras y de nuestras obras; por el intento de comprensión y respeto a quienes piensan de manera diferente a la nuestra, por la superación cristiana de los rencores del pasado por el reconocimiento de las muchas cosas que a todos nos unen como cristianos.

Las fiestas navideñas son un recuerdo vivo de anhelo de paz que se encierra en el corazón humano. Es imposible celebrar la Navidad sin buscar sinceramente la paz. Son innumerables los villancicos y cantos navideños que nos hablan de la paz. El Santo Padre acostumbra a dirigir a los creyentes por estas fechas un mensaje en torno a la paz. Son bastantes también los jefes de Estado y dirigentes políticos que se pronuncian en el mismo sentido haciendo augurios por la paz en el mundo. El día de Año Nuevo se celebra la Jornada Mundial de la Paz.

Pero la paz no es solo un cántico que acompaña el nacimiento del Salvador. Es el objetivo último de la encarnación: la paz de los hombres con Dios, la paz de los hombres entre sí, la paz de cada ser humano consigo mismo.

Segundo, por el camino del amor. Amor a todos y especialmente a los pobres y abandonados. Amor que a veces exigirá no solo un serio compromiso con sus problemas sino también una enérgica defensa de sus derechos, defensa siempre hecha por cauces y procedimientos evangélicos. Amor al pobre y al rico, al gobernante y al gobernado, recordando a todos tanto sus derechos como sus deberes. Amor que nunca sea usado como disculpa para el mantenimiento de las injusticias pero tampoco que lleve a combatir las injusticias por medios injustos. Amor que como el de Cristo, que viene hacia nosotros, empiece por dar humilde y sencillamente la vida por los demás.

El intercambio de regalos por estas fechas navideñas tiene un origen cristiano auténtico, de la misma manera que los Magos llevan sus regalos al Niño nacido en Belén, también los creyentes manifiestan su agradecimiento a Dios, haciendo algún regalo a los niños, los pobres, los necesitados o los seres queridos.

Pero hay algo más profundo en el origen de la Navidad. El gran regalo que nos recuerdan estas fiestas es el que nos ha hecho el mismo. Dios dándonos a su propio Hijo. El gran regalo para los hombres es Jesucristo. En Él “se nos ha manifestado la bondad de Dios nuestro salvador y su amor a los hombres”.

Desde ahí aprendemos los creyentes a regalar. No es posible creer en un Dios que ha querido compartir nuestros problemas y sufrimientos, y organizar luego nuestra vida de manera individualista y egoísta, ajenos totalmente a las necesidades de los demás.

Tercero, por el camino de la esperanza. Donde falta la esperanza, la fe misma es cuestionada. Incluso el amor se debilita cuando la esperanza se apaga. Subrayamos esto porque todos parecemos estar tentados por la amargura,

Como testigos del Señor decimos que la humanidad ha sido ya salvada por Cristo y que ese mismo Señor va a seguir salvándola. No era el mundo de hace dos mil años mejor que este nuestro y Cristo no se avergonzó de bajar a él. Bajará al mundo, baja constantemente. Bajará incluso si nuestros caminos siguen estando mediocremente preparados. Mantened por ello la esperanza y la alegría. Que nunca sea nuestra Iglesia diocesana testigo de la desesperanza, puesto que es testigo de Cristo que viene. Que sepan quienes no creen, que en nosotros, con todos nuestros errores y defectos, con todas nuestras divisiones, hay algo en lo que no estamos ni estaremos nunca divididos: en nuestra fe en el Salvador y en nuestros deseos por hacerle más presente en el mundo.

Celebrar la Navidad no es despertar una euforia pasajera con unas copas de champán, sino alimentar nuestra alegría interior y nuestra confianza en la cercanía de un Dios que está presente en nuestro vivir diario. Si supiéramos detenernos en silencio ante ese Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, entenderíamos por qué el corazón de un creyente ha de estar transido de una alegría diferente estos días.

+ Ángel Rubio Castro

Obispo de Segovia

Fuente:: Mons. Ángel Rubio Castro

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