Obras Maestras del Amor Divino: La Transformación en las Manos de Dios
En el vasto lienzo de la existencia El Señor nos hace ver que es el centro de nuestras vidas, aquel que ilumina nuestros caminos y nos guía en cada paso que damos. Su presencia constante, nos recuerda que no estamos solos, que Él nos acompaña en todo momento.
En cada decisión que tomamos, buscamos su voluntad y nos esforzamos por vivir según sus enseñanzas.
Dios no toma vacaciones, su amor y su cuidado por nosotros son inagotables. En cada momento, en cada día, Él está presente, atento a nuestras necesidades y dispuesto a escuchar nuestras plegarias. Su amor no se detiene ni se cansa, siempre está ahí para sostenernos y fortalecernos.
Recibir en estado de gracia es abrir nuestro corazón a la acción transformadora de Dios en nuestras vidas. Es acoger su perdón y su amor sanador, dejando atrás nuestras faltas y errores. Al recibir los sacramentos en estado de gracia, nos abrimos a la plenitud de su gracia divina, permitiendo que Él obre en nosotros y nos lleve hacia la santidad.
Porque nos quiere, Dios nos ofrece su amor incondicional. Nos ama con un amor perfecto y desinteresado, sin importar nuestros defectos o limitaciones. Su amor es puro y verdadero, y nos invita a experimentarlo y a compartirlo con los demás. Nos ama tanto que envió a su Hijo Jesús para que muriera en la cruz y nos reconciliara con Él, ofreciéndonos la oportunidad de vivir en su amor eternamente.
Que, en cada encuentro con el Señor, ya sea en la Eucaristía, en la oración o en la comunión con nuestros hermanos y hermanas, lo recibamos con la pureza y la humildad de corazón de una primera comunión. Que nunca perdamos la emoción y el asombro de encontrarnos con Jesús, el Pan de Vida, y que cada vez que lo recibamos sea como si fuera la última oportunidad de hacerlo. No tornemos ordinario algo que es sumamente extraordinario.
En las partes de la vida, el Señor renueva su amor por nosotros. Como el alfarero que moldea el barro, Él nos modela a su imagen y semejanza. Con paciencia y ternura, va puliendo nuestras imperfecciones, convirtiéndonos en obras maestras de su amor. Que su amor nos inspire a ser reflejos vivos de su divinidad, llevando su luz y su compasión a todos los rincones del mundo.
Que cada día sea una página en blanco en la que el Señor escribe con tinta de amor. Que, en cada palabra, en cada gesto, podamos transmitir su amor a aquellos que cruzan nuestro camino. Que cada acción sea una sinfonía que resuene en los corazones de quienes nos rodean, invitándolos a conocer y experimentar el amor inmenso de nuestro Padre celestial.
Nuestra vida debe ser un testimonio vivo de que en el amor de Dios encontramos plenitud y felicidad verdadera.
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En el vasto lienzo de la existencia El Señor nos hace ver que es el centro de nuestras vidas, aquel que ilumina nuestros caminos y nos guía en cada paso que damos. Su presencia constante, nos recuerda que no estamos solos, que Él nos acompaña en todo momento.
En cada decisión que tomamos, buscamos su voluntad y nos esforzamos por vivir según sus enseñanzas.
Dios no toma vacaciones, su amor y su cuidado por nosotros son inagotables. En cada momento, en cada día, Él está presente, atento a nuestras necesidades y dispuesto a escuchar nuestras plegarias. Su amor no se detiene ni se cansa, siempre está ahí para sostenernos y fortalecernos.
Recibir en estado de gracia es abrir nuestro corazón a la acción transformadora de Dios en nuestras vidas. Es acoger su perdón y su amor sanador, dejando atrás nuestras faltas y errores. Al recibir los sacramentos en estado de gracia, nos abrimos a la plenitud de su gracia divina, permitiendo que Él obre en nosotros y nos lleve hacia la santidad.
Porque nos quiere, Dios nos ofrece su amor incondicional. Nos ama con un amor perfecto y desinteresado, sin importar nuestros defectos o limitaciones. Su amor es puro y verdadero, y nos invita a experimentarlo y a compartirlo con los demás. Nos ama tanto que envió a su Hijo Jesús para que muriera en la cruz y nos reconciliara con Él, ofreciéndonos la oportunidad de vivir en su amor eternamente.
Que, en cada encuentro con el Señor, ya sea en la Eucaristía, en la oración o en la comunión con nuestros hermanos y hermanas, lo recibamos con la pureza y la humildad de corazón de una primera comunión. Que nunca perdamos la emoción y el asombro de encontrarnos con Jesús, el Pan de Vida, y que cada vez que lo recibamos sea como si fuera la última oportunidad de hacerlo. No tornemos ordinario algo que es sumamente extraordinario.
En las partes de la vida, el Señor renueva su amor por nosotros. Como el alfarero que moldea el barro, Él nos modela a su imagen y semejanza. Con paciencia y ternura, va puliendo nuestras imperfecciones, convirtiéndonos en obras maestras de su amor. Que su amor nos inspire a ser reflejos vivos de su divinidad, llevando su luz y su compasión a todos los rincones del mundo.
Que cada día sea una página en blanco en la que el Señor escribe con tinta de amor. Que, en cada palabra, en cada gesto, podamos transmitir su amor a aquellos que cruzan nuestro camino. Que cada acción sea una sinfonía que resuene en los corazones de quienes nos rodean, invitándolos a conocer y experimentar el amor inmenso de nuestro Padre celestial.
Nuestra vida debe ser un testimonio vivo de que en el amor de Dios encontramos plenitud y felicidad verdadera.