Regla segura para la enseñanza de la fe

Ojalá que la luz de la fe verdadera libere a los hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna de este nombre, es decir, a la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo.

San Juan Pablo II

Predicación de San Antonio, de Alonso de Arco – Iglesia de San Antolín, Tordesillas (España)

Guardar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo. […]

Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios. Asimismo, debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado a la Iglesia. Y es preciso que ayude también a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en otras épocas no se habían planteado aún.

Así pues, el catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13, 52), dado que la fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas.

Contenido antiguo expresado de un modo nuevo

Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia Católica, por una parte, toma la estructura «antigua», tradicional, ya utilizada por el catecismo de San Pío V, distribuyendo el contenido en cuatro partes: credo; sagrada liturgia, con los sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo «nuevo», para responder a los interrogantes de nuestra época.

Las cuatro partes están relacionadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte); ese misterio es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera parte); inspira nuestra oración, cuya expresión principal es el Padre nuestro, y constituye el objeto de nuestra súplica, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).

La liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo modo que la participación en la liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece de obras, es fe muerta (cf. Sant 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna.

Leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el maestro de nuestra oración.

Regla para la enseñanza de la fe

El Catecismo de la Iglesia Católica, que aprobé el día 25 del pasado mes de junio y que hoy dispongo publicar en virtud de mi autoridad apostólica, es una exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, comprobada o iluminada por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia.

San Felipe Neri enseña catecismo a los niños de Roma – Iglesia dedicada a él en Barcelona (España)

Yo lo considero un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe. Ojalá sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo incesantemente invita a la Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, peregrina hacia la luz sin sombras del Reino.

Texto de referencia seguro y auténtico

La aprobación y la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica constituyen un servicio que el Sucesor de Pedro quiere prestar a la santa Iglesia católica, a todas las Iglesias particulares que están en paz y comunión con la Sede Apostólica de Roma: es decir, el servicio de sostener y confirmar la fe de todos los discípulos del Señor Jesús (cf. Lc 22, 32), así como fortalecer los lazos de unidad en la misma fe apostólica.

Pido, por consiguiente, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este catecismo con espíritu de comunión y lo usen asiduamente en el cumplimiento de su misión de anunciar la fe y de invitar a la vida evangélica. Este catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo para la elaboración de los catecismos locales.

Se ofrece, también, a todos los fieles que quieran conocer más a fondo las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8, 32). Quiere proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica.

El Catecismo de la Iglesia Católica se ofrece, por último, a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pe 3, 15) y que desee conocer lo que cree la Iglesia católica. […]

Luz que libera a la humanidad

Al concluir este documento, que presenta el Catecismo de la Iglesia Católicapido a la Santísima Virgen María, Madre del Verbo Encarnado y Madre de la Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el trabajo catequístico de toda la Iglesia en todos sus niveles, en este tiempo en que está llamada a realizar un nuevo esfuerzo de evangelización.

Ojalá que la luz de la fe verdadera libere a los hombres de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirlos a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn 8, 32), es decir, a la vida en Jesucristo, bajo la guía del Espíritu Santo, aquí en la tierra y en el Reino de los Cielos, en la plenitud de la felicidad de la contemplación de Dios cara a cara (cf. 1 Cor 13, 12; 2 Co 5, 6-8). 

Fragmentos de: SAN JUAN PABLO II.
Fidei depositum, 11/10/1992.