«Profeta» de la imagen sacra

Mirar al Beato Angélico es mirar a un modelo de vida en donde el arte se revela como un camino que puede conducir a la perfección cristiana. Supo traducir en colores la elocuencia de la palabra de Dios.

San Juan Pablo II

Beato Fra Angélico trabajando en el monasterio de San Marcos, de Otto Knille

«Delante de los ángeles tañeré para ti» (Sal 137, 1).

En este encuentro litúrgico queremos rendir homenaje al hombre a quien se le asignó el apelativo de Angélico. Y su vida —en profunda sintonía con el apodo que se le dio— fue un extraordinario «canto» a Dios: «un canto delante de los ángeles».

El Tomás de Aquino de la pintura

Con toda su vida cantó la gloria de Dios, que llevaba como un tesoro en lo más profundo de su corazón y la expresaba en las obras de arte. Fra Angélico quedó en la memoria de la Iglesia y en la historia de la cultura como un extraordinario religioso-artista. Hijo espiritual de Santo Domingo, expresó con el pincel su «suma» de los misterios divinos, como Tomás de Aquino la enunció con el lenguaje teológico. En sus obras los colores y las formas «se postran hacia el santuario de Dios» (cf. Sal 137, 2), y proclaman una particular acción de gracias a su nombre.

La excepcional, la mística fascinación de la pintura de Fra Angélico nos obliga a detenernos embelesados delante del genio que la engendró y a exclamar con el salmista: «¡Qué bueno es Dios para el justo, Dios para los limpios de corazón!» (Sal 72, 1).

Sacerdocio y arte al servicio de las almas

Mirar al Beato Angélico es mirar a un modelo de vida en donde el arte se revela como un camino que puede conducir a la perfección cristiana: fue un religioso ejemplar y un gran artista.

Apodado Angélico por la bondad de su alma y por la belleza de sus pinturas, fray Giovanni da Fiesole fue un sacerdote-artista que supo traducir en colores la elocuencia de la palabra de Dios.

Si del hogar paterno sacó una fe limpia y vigorosa, de la orden de los dominicos, donde entró en 1420, obtuvo un profundo conocimiento de la doctrina sagrada y un incentivo para anunciar el misterio de la salvación mediante el ministerio sacerdotal y la pintura. […]

Hizo realidad en su propia vida el vínculo orgánico y constitutivo que existía entre el cristianismo y la cultura, entre el hombre y el Evangelio. En él, la fe se hizo cultura y la cultura se hizo fe vivida. Fue un religioso que supo transmitir, a través del arte, los valores que están en la base del modo de vida cristiano. Fue un «profeta» de la imagen sacra: supo alcanzar los vértices del arte inspirándose en los misterios de la fe.

En él, el arte se convierte en oración. […]

Gracia y Escritura, fuente de inspiración y creatividad

Para el Beato Angélico la palabra de Dios era, tanto para su vida como para su obra creativa, fuente de inspiración, a la luz de la cual creaba sus propias obras y, al mismo tiempo, se creaba sobre todo a sí mismo, desarrollando sus dotes naturales excepcionales y correspondiendo a la gracia divina.

Esta creatividad constituía una específica plenitud de aquella vida según el Espíritu, de la cual habla el apóstol Pablo en la Carta a los romanos. Vivir según el Espíritu quiere decir «desear lo que desea el Espíritu» (8, 5). El deseo del Espíritu es «vida y paz» (8, 6). A diferencia del deseo de la carne, aquel se somete a la ley de Dios (cf. 8, 7) y hace al hombre capaz de tal sometimiento. No es éste algo pasivo, sino interiormente creativo. Sometiéndose a la ley de Dios, o sea, a la verdad, el espíritu humano se vuelve creativo y al mismo tiempo sensible a aquella creatividad que el Espíritu de Dios obra en él.

En este camino se comunica también en el hombre el reflejo de la predilección divina, es decir, la gracia. Mediante la gracia el Espíritu de Dios habita en el hombre y el hombre «le pertenece» como amigo y esposo.

Esa sobrenatural creatividad de la gracia de Dios encuentra a su vez su propio reflejo en las acciones del hombre. Y ese hombre es un artista, también en su obra artística, en su creatividad. […]

Luz del alma y belleza del arte

Cristo dice: «Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los Cielos» (Mt 5, 16).

Cristo habla de la luz de las buenas obras. Yendo más allá —en el ámbito de la vocación— se podría hablar con razón de la luz de las obras humanas. Esa luz es la belleza; de hecho, la belleza como esplendor de la forma es una luz particular del bien contenido en las obras del hombre-artista.

También desde este punto de vista se puede comprender e interpretar la frase de Cristo sobre el árbol sano y los buenos frutos y sobre el árbol dañado y los malos frutos.

«Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 17-20).

Creo que Fra Angélico se sintió profundamente llamado, por esta comparación de Cristo, a una doble creatividad: ¡creaba sus obras y simultáneamente se creaba a sí mismo!

Adecuación entre la belleza de las obras y la del alma

La Iglesia presenta la misma invitación a la meditación de todos los artistas diciendo: buscad una adecuada proporción entre la belleza de las obras y la belleza del alma.

Este magnífico proceso creativo tiene su fuente oculta dentro del hombre. El evangelista nos exhorta a buscar las raíces de la luz de los actos humanos, así como de las obras del hombre-artista, en la luz interior de la conciencia. ¡He aquí «la luz que hay en ti»! Ella —la conciencia— debe ser, ante todo, luz y no puede convertirse en tinieblas. «Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!» (Mt 6, 23). […]

Sin embargo, Cristo piensa en aquello que es un valor no transitorio ante Dios: «Haceos tesoros en el Cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» (Mt 6, 20-21).

¡Hombres del arte! Vuestro corazón ciertamente está en la belleza de las obras del genio humano, así como en vuestra propia creatividad. Mi deseo es que al mismo tiempo podáis llevar en vosotros ese sentido evangélico de la proporción, del que nos habla Cristo, el artista divino, y su discípulo: el artista Fra Angélico. […]

Y a fin de que esto sea fácil para todos, en particular para la categoría de los artistas, acogiendo las peticiones hechas por la Orden Dominicana, por muchos obispos y varios artistas, proclamo al Beato Angélico patrón, ante Dios, de los artistas, especialmente de los pintores. Para la gloria de Dios. Amén. ◊

Fragmento de: SAN JUAN PABLO II.
Homilía en la celebración del
Jubileo de los artistas
, 18/2/1984.