carmen1En la madrugada del día 16 de julio de 1251 Nuestra Señora se apareció al santo carmelita inglés, Simón Stock y le entregó el milagroso Escapulario del Carmen.

San Simón Stock era, por aquel entonces, Superior General de la Orden del Carmen. Se encontraba en una situación de mucha aflicción, ya que su Orden pasaba por dificultades muy serias, pues era despreciada, perseguida e incluso se veía amenazada con extinguirse.

Hombre de fe viva, San Simón no cesaba de implorar socorro a la Santísima Virgen y también le pedía una señal sensible de que sería atendido.

Hombre de fe viva, San Simón no cesaba de implorar socorro a la Santísima Virgen y también le pedía una señal sensible de que sería atendido.

Conmovida por las angustiadas súplicas de este hijo suyo tan fervoroso, Nuestra Señora le trajo del Cielo el santo Escapulario y le dirigió estas palabras:

«Recibe, hijo muy predilecto, el Escapulario de tu Orden, señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los carmelitas.»

«Todos los que mueran revestidos de este Escapulario no padecerán el fuego del Infierno. Es una señal de salvación, refugio de los peligros, alianza de paz y pacto para siempre.»

A partir de esta misericordiosa intervención de la Madre de Dios, la orden carmelita volvió a florecer en todo el mundo. Y el Escapulario pasó a recorrer su milagrosa trayectoria, en señal de alianza de Nuestra Señora con los carmelitas y con toda la humanidad.

Setenta anos después, Nuestra Señora se le apareció al Papa Juan XXII y le hizo una nueva promesa, considerada como complemento de la primera:

«Yo, como tierna Madre de los carmelitas, bajaré al purgatorio el primer sábado después de su muerte y los libraré y conduciré al Monte Santo de la vida eterna».

Esta segunda promesa de Nuestra Señora dio origen a la célebre Bula Sabatina del Papa Juan XXII, publicada el 3 de marzo de 1322, confirmada posteriormente por otros Pontífices como Alejandro V, Clemente VII y Pablo III.

Al comienzo, el Escapulario era uso exclusivo de los religiosos carmelitas. Posteriormente, la Iglesia, con el deseo de extender los privilegios y beneficios espirituales de ese uso a todos los católicos, simplificó su tamaño y autorizó que su recepción estuviese al alcance de todos.

De qué está compuesto el Escapulario
y cómo se puede recibir

El Escapulario del Carmen se compone de dos piezas de lana, de color marrón, unidas entre sí por dos cordones.

nscarmo ssimEl primer escapulario, solamente, tiene que estar bendecido y ser impuesto. Tanto la bendición como la imposición valen para todos los escapularios que substituyan al primero. Después que lo hemos recibido, debemos usarlo siempre y continuamente.

Fórmula breve para la imposición

«Recibe este Escapulario, signo de una relación especial con María, la Madre de Jesús, a aquien te comprometes a imitar. Que este Escapulario te recuerde tu dignidad de cristiano, tu dedicación al servicio de los demás y a la imitación de María.

¡Llévalo! como señal de su protección y como signo de tu pertenencia a la familia del Carmelo, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a empeñarte en el trabajo por la construcción de un mundo que responda a su plan de fraternidad, justicia y paz.»

Privilegios del Escapulario del Carmen

«No, no basta decir que el Escapulario es una señal de salvación. Yo sostengo que no hay otra que haga nuestra predestinación tan segura…» (San Claudio de la Colombière, S.J.)

1. Es una señal de alianza con Nuestra Señora. Con su uso, manifestamos nuestra consagración a Ella.

2. Es una señal de salvación. Quien muere con él no padecerá el fuego del infierno.

3. La Santísima Virgen librará del purgatorio, el primer sábado después de la muerte, a todos los que lo porten.

4. Es una señal de protección en todos los peligros.

El Escapulario del Carmen, consagración a Nuestra Señora

El Escapulario del Carmen, como regalo de la Santísima Virgen, es símbolo de una consagración. La propia Madre de Dios fue la que hizo alusión a esa consagración, cuando le dijo a San Simón Stock, en la gloriosa madrugada del 16 de julio de 1251: «…es un pacto de paz y amistad que hago contigo y todos los carmelitas…». Como si dijese: quiero que este pacto que hago contigo, con fundamento en una eterna amistad, esté expresado en mi escapulario, como símbolo de la consagración que me hacéis al recibirlo.

La voz de la Iglesia

Muchos Papas a lo largo de los siglos manifestaron ser devotos del Escapulario. Destacan veinte Pontífices, nada menos, los que publicaron bulas apostólicas, aprobando sus privilegios y llenando de favores a las Cofradías del Carmen.

El Papa Juan Pablo II ha manifestado en muchas ocasiones su devoción al Escapulario del Carmen. Según sus propias palabras, él lo recibió cuando era joven:

«Debo deciros que llevasteis [vuestro testimonio] a ‘un’ muchacho, a ‘un’ joven [se refiere a sí mismo] y que dejó una marca para toda su vida, y estoy convencido de que lo hacéis a tantos otros…

(Juan Pablo II a los Carmelitas Descalzos, 24 de enero de 1982. Apud Frei Patrício Sciadini, OCD,
Escapulario de Nuestra Señora del Carmen, Loyola, São Paulo, 1998. Otras obras consultadas: Triduo de Nuestra Señora del Carmen – En preparación al Séptimo Centenario del Escapulario del Carmen, s.ed., São Paulo, 1951; El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen, Distribuidora Loyola de Libros Ltda.)

 

En el auge de las apariciones, el día 13 de octubre, mientras transcurría el gran milagro del sol presenciado por más de cincuenta mil personas, la Madre de Dios se mostraba a los pastorcitos bajo la invocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo y les presentaba en sus manos el Escapulario. Ciertamente esta aparición, que transcurría en el momento más alto entre todos los fenómenos ocurridos en la Cova de Iría, no es un detalle sin importancia. Se puede concluir, incluso, que los privilegios inestimables vinculados al Escapulario son parte íntegra del Mensaje que nos dejó la Madre de Dios en Fátima, al igual que el Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María.

De hecho, las referencias al Infierno, al Purgatorio, a la necesidad de penitencia y a la intercesión de Nuestra Señora contenidas en su Mensaje están en entera consonancia con las promesas anexas al Escapulario.

Quien pusiese atención en el verdadero sentido de las apariciones, concluiría naturalmente que el atendimiento completo de los pedidos de Nuestra Señora de Fátima impusiese que se conociera la importancia del don del Escapulario, y que éste fuese difundido lo más ampliamente posible. También, concluiría seguramente, que el paulatino abandono en que ha caído la devoción al Escapulario se ha dado paralelamente al creciente desconocimiento del sentido profundo del Mensaje de la Madre de Dios.

Por eso, en la conmemoración de los 750 años de la entrega del Escapulario a San Simón Stock, no podría haber mejor ocasión para los devotos de Nuestra Señora de Fátima para que trabajen con denuedo para restablecer el uso de este sacramental que la inconmensurable bondad de la Madre de Dios nos ha dado. Será un gran paso en el cumplimiento de la misión que la Santísima Virgen confió a todos los hombres: establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.

La familia espiritual de San Elías

En el escenario exuberante y poético de Galilea, en un pequeño promontorio sobre el mar Mediterráneo se destaca el Monte Carmelo, refugio de muchos santos varones que, en el Antiguo Testamento se retiraban a este lugar desierto para rezar por la venida del Divino Salvador. Pero a pesar de todo, ninguno de ellos impregnó de tanta virtud aquellas rocas benditas como San Elías.

Cuando el Profeta del celo ardiente se retiró a aquel lugar, alrededor del Siglo IX antes de la Encarnación del Hijo de Dios, hacía tres años que una implacable sequía contenía los cielos de Palestina, castigando la infidelidad de los hombres para con Dios. Mientras rezaba con fervor, pidiendo que el castigo fuese aliviado por los méritos de aquel Redentor que habría de venir, Elías envía a su siervo a la cumbre del monte, ordenándole: «Ve y mira hacia el lado del mar»… Pero el siervo nada veía. Y al bajar dice: «No hay nada». Con confianza, el Profeta le hizo retomar siete veces la infructuosa escalada. Finalmente, el siervo vuelve diciendo: «Veo una nubecita del tamaño de la huella de un hombre». De hecho, la nube era tan pequeña y diáfana que parecía destinada a desaparecer al primer soplo de los abrasados vientos del desierto. Pero no; poco a poco iba creciendo, se agrandaba en el cielo hasta cubrir todo el horizonte y, por fin, se precipitó sobre la tierra en forma de abundante lluvia. Fue la salvación del pueblo de Dios.

La pequeña nube era una figura de la humilde María cuyos méritos y virtudes excederían a los de todo el género humano, obteniendo para los pecadores el perdón y la Redención. El Profeta Elías había vislumbrado en su contemplación el papel mediador de la Madre del Mesías esperado. Fue, en cierto sentido, su primer devoto.

Una bonita tradición nos dice que, a ejemplo de San Elías, siempre hubo en el Monte Carmelo eremitas que predicaban y vivían allí, recuperando y transmitiendo a otros el espíritu eliático. Y aquel lugar santificado por hombres contemplativos reclamaba por otros contemplativos.

Hacia el Siglo IV, cuando comenzaron a aparecer los primeros monjes solitarios de Oriente, las laderas rocosas del Monte Carmelo acogían una ermita, al estilo de las comunidades bizantinas, cuyos restos se ven aún hoy en día. Más tarde, alrededor del siglo XII, un grupo de nuevas vocaciones venidas ahora de Occidente con el gran movimiento de las Cruzadas, añadía un nuevo fervor al antiguo. Enseguida se edificó una pequeña iglesia donde la comunidad se entregaba a la vida de oración, animada siempre por el espíritu de Elías. La pequeña «nubecita» iba creciendo cada vez más.

El crecimiento del número de hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo hacía necesario una organización más aprimorada. En 1225, una delegación de la Orden se dirigía a Roma para pedir a la Santa Sede la aprobación de una Regla, que fue concedida efectivamente por el Papa Onorio III en 1226.

Con la invasión de los lugares santos por los musulmanes, el superior del Monte Carmelo daba permiso a los religiosos para que se trasladasen a Occidente y fundaran allí nuevas comunidades, lo que muchos hicieron tras la caída del último baluarte de resistencia cristiana, el Fuerte San Juan de Acre. Los pocos que allí se quedaron fueron martirizados mientras cantaban la Salve.

San Simón Stock

Los frailes del Carmen empiezan a vagar en el Continente Europeo como siendo miembros de una Orden casi desconocida, mal admirada y al borde de la desaparición. La familia religiosa de Elías parecía un tronco seco y viejo, destinado a deshacerse en polvo.

Era el instante esperado por Nuestra Señora para hacer florecer, en lo alto de la resecada vara, una flor: San Simón Stock. Este inglés de reconocida virtud había sido elegido para el cargo de General de la Orden. Aún no ejercía una autoridad efectiva sobre sus súbditos, pues el Carmelo no poseía todavía una estructura jurídica consistente y uniforme, capaz de conservar un espíritu, promoverlo y transmitirlo a la posteridad.

Sin embargo, la virtud compensaba la falta de autoridad. Rezándole a Nuestra Señora con mucho fervor, San Simón le imploraba que no permitiese la desaparición de la Orden Carmelita. En esta afligida situación, la Virgen Santísima se le apareció al buen siervo [en 1251] y le entregó el Escapulario, para que fuera usado sobre el hábito.

En aquella época los siervos usaban una túnica como traje civil. Sobre ella vestían una túnica menor, que indicaba, por su color y características peculiares, la identidad de su señor. El escapulario del Carmen era semejante a esa pequeña túnica. Nuestra Señora entregaba, por lo tanto, a San Simón Stock un uniforme propio a sus siervos, para que fuera usado por todos los carmelitas, y le prometía:

«Recibe, hijo muy predilecto, el Escapulario de tu Orden, señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los carmelitas».

«Todos los que mueran revestidos de este Escapulario no padecerán el fuego del Infierno. Es una señal de salvación, refugio en los peligros, alianza de paz y pacto para siempre».

Esta maravillosa promesa de la Santísima Virgen no es de pequeña importancia para el cristiano que realmente desea salvar su alma. Muchos Papas y teólogos han explicado que quien tenga devoción al Escapulario y lo use efectivamente, recibirá de María Santísima la gracia de la perseverancia final o la gracia de la contrición. Es una promesa semejante a la de los cinco primeros sábados.

El privilegio sabatino

Pero, una segunda promesa de Nuestra Señora del Carmen vino a dar un nuevo grado de importancia a la devoción del Escapulario. En una aparición al Papa Juan XXII, refiriéndose a los que llevasen el escapulario durante su vida, la Santísima Virgen dice lo siguiente:

«Yo, como tierna Madre de los carmelitas, bajaré al purgatorio el primer sábado después de su muerte y los libraré y conduciré al Monte Santo de la vida eterna».

El propio Pontífice confirmó esta indulgencia plenaria en la célebre Bula Sabatina, de 3 de marzo de 1322, confirmada posteriormente por varios Papas como Alejandro V, Clemente VII, Pablo III, San Pío V y San Pío X. En 1950 el Papa Pío XII escribió sobre el escapulario, expresando su deseo de «que fuera el símbolo de la consagración al Inmaculado Corazón de María, del cual estamos muy necesitados en estos tiempos tan peligrosos». El Papa Juan Pablo II también lo ha recomendado insistentemente.

Al comienzo, el Escapulario era de uso exclusivo de los religiosos carmelitas. Más tarde, la Iglesia, con el deseo de extender los privilegios y beneficios espirituales de este piadoso hábito a todos los católicos, simplificó su tamaño y autorizó que su recepción estuviese al alcance de todos.

A partir de esa misericordiosa intervención de la Madre de Dios, la Orden carmelitana reflorecía y conocía otros períodos de glorias, acentuando en toda la Iglesia Católica la devoción a la Santísima Virgen. De esta Orden, nacieron tres soles, por no citar nada más que a ellos, que han de relucir eternamente en el firmamento de la Iglesia: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Santa Teresa del Niño Jesús.

Ejemplos de conversión y milagros

El Escapulario no es solo señal de certeza de la indulgencia en el instante del último suspiro. Es un sacramental que atrae bendiciones divinas para el que lo usa con piedad y devoción. Incontables milagros y conversiones marcaron su uso entre los fieles. En las Crónicas del Carmelo tenemos innumerables ejemplos. Veamos tan sólo algunos:

1. En el mismo día en que San Simón Stock recibió de la Madre de Dios el Escapulario y la promesa fue llamado a asistir a un moribundo que estaba desesperado. Cuando llegó, puso sobre el pobre hombre el Escapulario que acababa de recibir, pidiendo a Nuestra Señora que mantuviese la promesa que le acababa de hacer. Inmediatamente el impenitente se arrepintió, se confesó y murió en la gracia de Dios.

2. San Alfonso de Ligorio murió en 1787 con el Escapulario del Carmen. En el transcurso del proceso de beatificación del santo obispo, cuando se abrió el su ataúd, se constató que el cuerpo estaba reducido a cenizas al igual que su hábito. Tan sólo su Escapulario estaba completamente intacto. Esta preciosa reliquia se conserva en el monasterio de San Alfonso, en Roma. El mismo fenómeno de conservación del escapulario se verificaba cuando se abrió la tumba de San Juan Bosco, casi un siglo después.

3. En el Hospital de Belleview, de Nueva York, ha sido internado un anciano. La enfermera que lo atendía, al ver bajo su ropa un escapulario marrón oscuro, inmediatamente llamó a un sacerdote. Mientras éste recitaba la oración de los agonizantes, el enfermo abrió los ojos y dijo: «Padre, yo no soy católico». Entonces, ¿por qué usa este escapulario? Le prometí a un amigo que lo usaría siempre y que rezaría todos los días una «Avemaría». Pero, estás al borde de la muerte. ¿No quieres hacerte católico? – «Sí, Padre, quiero. Lo deseé toda mi vida». El sacerdote le preparó rápidamente, lo bautizó y le administró los últimos sacramentos. Poco tiempo después, el pobre señor moría dulcemente. La Santísima Virgen había tomado bajo su protección a aquel alma que se revistiera con su escudo.

Conclusión

En el ápice de las apariciones en que Nuestra Señora proclama la verdad de su realeza, bajo la forma del triunfo del Inmaculado Corazón de María, aparece revestida del traje de su más antigua devoción: la del Carmen. Y, de este modo, realiza una síntesis entre lo históricamente más remoto (El Monte Carmelo), lo más reciente (La devoción al Inmaculado Corazón de María) y el futuro glorioso, que es la victoria y el reinado de este mismo Corazón.

Es una señal inequívoca de que el católico celoso del cumplimiento de los pedidos de la Madre de Dios encontrará en esta devoción una fuente abundante de gracias para su conversión personal y para su apostolado, especialmente en estos días de profunda descristianización de nuestra sociedad. Este «Vestido de Gracia» fortalecerá su certeza de que, al cerrar los ojos para esta vida y al abrirlos para la eternidad, encontrará su fin último, a Cristo Jesús, en la Gloria Eterna.

Detalles prácticos sobre el Escapulario

1 – Goza de los privilegios aquél que se hace miembro de la familia carmelitana al recibir el escapulario, que debe ser necesariamente impuesto por un sacerdote, según el ritual previsto. En caso de peligro de muerte, siendo imposible encontrar a un sacerdote, incluso un seglar puede imponerlo, recitando una oración a Nuestra Señora y utilizando un escapulario ya bendecido.

2 – Cualquier sacerdote o diácono puede efectuar la imposición del Escapulario. Para eso, debe utilizar una de las fórmulas para la bendición, prevista en el Ritual Romano.

3 – El escapulario debe ser usado de manera continua (incluso durante la noche); permitiéndose en caso de necesidad, para lavarse por ejemplo, quitárselo, sin perder el beneficio de la promesa.

4 – El escapulario es bendecido solamente una vez, en la imposición, para toda la vida. La bendición del primer escapulario es transmitida a los demás.

5 – La medalla escapularia – El Papa S. Pío X concedió la facultad de substituir el escapulario de tejido por una medalla, que debe tener en una de las caras el Sagrado Corazón de Jesús, y en la otra cualquier imagen de Nuestra Señora. Se puede usar sin interrupción (en el cuello o de otra forma) y gozar de los mismos beneficios. A pesar de ello, la medalla no puede ser impuesta, debe ser utilizada como substitución al escapulario de tela ya recibido. Se recomienda que no se deje de usar completamente el escapulario (por ejemplo, colocándoselo por la noche). De todas maneras, la ceremonia de imposición debe ser hecha necesariamente con el escapulario de tela. Cuando se cambia la medalla, no es necesaria otra bendición.

Condiciones para beneficiarse de las promesas

1 – Para beneficiarse de la promesa principal, la preservación del Infierno, no existe otra condición que la del uso del escapulario, desde que se haya recibido con recta intención, y que lo lleve puesto efectivamente en la hora de la muerte. Se admite a tal efecto, que una persona lo lleva puesto de manera continua, en el caso de que sea privada de su uso, como por ejemplo, los enfermos en los hospitales.

2 – Para beneficiarse del «privilegio sabatino», es necesario cumplir tres requisitos.

a) Llevar puesto habitualmente el escapulario (o la medalla).

b) Conservar la castidad, de acuerdo al propio estado (total, para los célibes; y conyugal para los casados). Hay que decir que ésta es una obligación de todo cristiano, pero sólo gozarán de este privilegio aquéllos que vivan habitualmente en tal estado.

c) Recitar diariamente el pequeño Oficio de Nuestra Señora. Sin embargo, el sacerdote, al hacer la imposición, tiene el poder de conmutar esta obligación, un poco complicada para los laicos comunes. Es costumbre sustituirlo por la recitación diaria del Rosario. Las personas no deben tener recelo de pedir al sacerdote esta conmutación.

3 – Aquéllos que reciben el escapulario y después dejan de usarlo no cometen ningún pecado. Únicamente que dejan de recibir los beneficios. Aquél que vuelva a usarlo, incluso habiéndolo dejado por largo tiempo, no necesita una nueva imposición.

Indulgencias vinculadas al Escapulario

a) Se concede indulgencia parcial a aquél que, llevando piadosamente el Escapulario, o la medalla, haga un acto de unión con la Santísima Virgen o con Dios a través del Escapulario, por ejemplo, besándolo, formulando una intención o un pedido.

b) Se concede indulgencia plenaria (remisión de todas las penas del purgatorio) en el día en que se recibe por primera vez el escapulario, y también en las fiestas de Nuestra Señora del Carmen, 16 de julio; de San Elías, 20 de julio; de Santa Teresa del Niño Jesús, 1 de octubre; de todos los Santos de la Orden del Carmen, 14 de noviembre; de Santa Teresa de Jesús, 15 de octubre; de San Juan de la Cruz, 14 de diciembre y de San Simón Stock, 16 de mayo.

Hay que decir que las indulgencias son recibidas si se cumplen las condiciones habituales: confesión, comunión, desapego de todo pecado, incluso los veniales, y oración por las intenciones del Santo Padre (se acostumbra rezar un Padrenuestro, una Avemaría y el Gloria).

Nota importante

No es necesario decir que aquéllos que deliberadamente viven una vida de pecado, juzgando que por usar el escapulario se salvarán, hacen muy mal. Dios podrá permitir que mueran sin el escapulario.

Sin embargo, no debemos combatir que el escapulario sea usado por los pecadores. San Claudio de la Colombière, jesuita, en un sermón sobre la Virgen del Carmen en la Iglesia de los carmelitas de Lyon, dijo: «No os quiero lisonjear: de ningún modo se puede pasar de una vida pecadora y desordenada para la vida eterna, a no ser por el camino de la sincera penitencia; sin embargo, este sincero arrepentimiento, de tal modo lo sabrá facilitar la más cariñosa de las madres que, cuando menos lo penséis, hará brillar en vuestras almas un rayo de luz sobrenatural que en un instante os hará ver el engaño».

Fórmula breve para la imposición del Escapulario

(Para ser usada por el sacerdote)

«Recibe este Escapulario, signo de una relación especial con María, la Madre de Jesús, a quien te comprometes a imitar. Que este Escapulario te recuerde tu dignidad de cristiano, tu dedicación al servicio de los demás y a la imitación de María.

«Llévalo como señal de su protección y como signo de tu pertenencia a la familia del Carmelo, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a empeñarte en el trabajo por la construcción de un mundo que responda a su plan de fraternidad, justicia y paz.»

-Año 1305-

El nombre Nicolás significa: «Victorioso con el pueblo» (Nico = victorioso. Laos = pueblo).

El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y murió.

Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que les había conseguido el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.

Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar. Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicado un famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: «No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo que es del mundo pasará». Estas palabras lo conmovieron y se propuso hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.

Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario lo encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole: «Dios te sanará», y el niño quedó instantáneamente curado. Desde entonces los superiores empezaron a pesar que sería de este joven religioso en el futuro.

Ordenado sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente.

Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: «A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás». Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo mandaron.

Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, lo güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. «Oportuna e inoportunamente». Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.

A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que cesara las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó: «Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala vida pasada».

Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible por no escuchar a este predicador que les traía remordimientos de conciencia.

Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de sus amigos a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre Nicolás. Este siguió predicando como si nada especial estuviera sucediendo. Y de un momento a otro el jefe del desorden hizo una señal a sus seguidores y entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de rodillas, muy arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás empezó a tener que pasar horas y horas en el confesionario, absolviendo a los que se arrepentían al escuchar sus sermones.

Nuestro santo recorría los barrios más pobres de la ciudad consolando a los afligidos, llevando los sacramentos a los moribundos, tratando de convertir a los pecadores, y llevando la paz a los hogares desunidos.

En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento que su esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre Nicolás, cambió totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos confirmaron tres milagros obrados por el santo, el cual cuando conseguía una curación maravillosa les decía: «No digan nada a nadie». «Den gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre pecador».

Murió el 10 de septiembre de 1305, y cuarenta años después de su muerte fue encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.

San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde entonces se dedicó a ofrecer muchas santas misas por el descanso de las benditas almas. Quizás a nosotros nos quieran pedir también ese mismo favor las almas de los difuntos.

(Fuente: Iesus.org)

articulo01Cada carisma en la Iglesia representa una forma peculiar de seguir a Nuestro Señor Jesucristo. Los Heraldos del Evangelio, por su parte, procuran imitarlo en su luminosa perfección, haciendo de la belleza Encarnada en el Hijo de Dios el camino hacia el Cielo.

Los franciscanos siguen al Cristo pobre, los dominicos al Cristo maestro, y así cada familia religiosa a su modo. Es el mismo Cristo y Señor, pero visto y amado con mayor énfasis a partir de ángulos diversos. En efecto, tal es la riqueza de la santidad y de la perfección de Jesús que, para reflejarlas, el Espíritu Santo ha inspirado en la Iglesia un auténtico vitral de los más variados carismas. Cada uno de ellos brilla con una rutilancia propia y única, y el conjunto de todos ellos refleja el desarrollo en la Historia del sublime resplandor del Corazón de Jesús.

Todos esos dones del Paráclito son objeto de reflexión teológica. ¿Cuál será la forma específica en los Heraldos del Evangelio para seguir a Jesús? Procuraremos reflexionar aquí sobre el modo concreto de ese carisma de imitar y seguir a Aquel que de sí mismo dice: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).

“Sequela Christi” e “Imitatio Christi”

El tema de la Sequela Christiestá estrictamente relacionado con el de la Imitatio Christi, expresión bastante conocida en el ámbito de la espiritualidad de la Iglesia. La relación entre esos dos términos es fácil intuirla, pues quien consagra su existencia al seguimiento de Cristo, adhiere al modelo de vida ofrecido por Él. Por lo tanto, es necesario recibir la llamada del Señor mediante una gracia sobrenatural para que, después de haberlo dejado todo como San Mateo (cf. Mt 9, 9), se pase a vivir en función de Jesucristo, haciendo de sus caminos sus propios caminos, de sus pensamientos sus propios pensamientos.

Imitación y seguimiento se compenetran y se relacionan de una forma casi inseparable, y, en ocasiones, algunos autores las han considerado como expresiones sinónimas.

Por lo tanto, veremos cómo ese seguimiento se constituye en los Heraldos esencialmente a partir de la cimentación sobre tres pilares de su espiritualidad —la devoción a la Eucaristía, a María y al Papa— y por la utilización de la vía de la belleza, medio privilegiado para cumplir el precepto de Cristo: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).

El trato íntimo con Jesús Eucarístico

Según la espiritualidad de este Movimiento, la intimidad con Jesús Eucarístico es fundamental, pues es a través suyo donde se opera su presencia real y substancial en la Iglesia. Cada heraldo procura estar ante el Santísimo Sacramento todo el tiempo posible en oración, con los oídos atentos a la voz de Cristo, a la manera de Santa María Magdalena, en Betania.

El fundador de los Heraldos, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, siempre resalta el incalculable valor de esa sagrada convivencia con el Señor. Pues así como el cuerpo del hombre se robustece absorbiendo energías de los rayos del Sol, análogamente el Santísimo Sacramento opera al ser contemplado expuesto en el ostensorio: su luz divina penetra haciendo resplandeciente al hombre ante Dios y sus semejantes. Los frutos de la Eucaristía aún son mayores cuando consideramos la efectiva participación en la Santa Misa y en el divino Banquete.

En un discurso dirigido al clero de la Diócesis de Roma, Benedicto XVI aclara, con agudo sentido teológico, la intrínseca relación entre la recepción de la Eucaristía y la transformación del cristiano: “También nosotros, alimentados con la Eucaristía, siguiendo el ejemplo de Cristo, vivimos para Él, para ser testigos del amor. Al recibir el Sacramento, entramos en comunión de sangre con Jesucristo. En la concepción judía, la sangre indica la vida; así, podemos decir que, alimentándonos del cuerpo de Cristo, acogemos la vida de Dios y aprendemos a mirar la realidad con sus ojos, abandonando la lógica del mundo para seguir la lógica divina del don y de la gratuidad. San Agustín recuerda que durante una visión le pareció oír la voz del Señor que le decía: ‘Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Mas no me transformarás en ti como al manjar de tu carne, sino que tú te transformarás en mí’ (cf. ConfesionesVII, 10, 16).

Cuando recibimos a Cristo, el amor de Dios se expande en lo íntimo de nuestro ser, modifica radicalmente nuestro corazón y nos hace capaces de gestos que, por la fuerza difusiva del bien, pueden transformar la vida de quienes están a nuestro lado”.1

Es en la convivencia eucarística y en el trato íntimo con el divino Maestro donde se encuentra la fuente de la vida de cada heraldo como hijo de Dios, y de esta experiencia emana el carisma mismo del cual participa. Así, en la convergencia con Cristo, por Cristo y en Cristose realiza el sublime ideal de belleza y perfección propuesto por el fundador, bajo la inspiración del Espíritu Santo.

Como consecuencia, se deduce la profunda unión entre la forma vitæ de los Heraldos del Evangelio —caracterizada por la búsqueda de la belleza en la Creación y en los actos humanos— y su deseo de perfección en el seguimiento de Cristo. Porque la belleza verdadera, para los Heraldos, consiste en ser como Jesús, en transformarse en Él. En resumen, en el carisma de este Movimiento, la via pulchritudinis confluye en el mismo camino de la Sequela Christi.

La devoción mariana en la vida de los Heraldos del Evangelio

Darticulo02esde sus albores, este Movimiento tomó como base de su mariología la doctrina expuesta por San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), teólogo y predicador de Bretaña, Francia. Esta devoción, fundada en un modo eficaz de seguir a Cristo y de conformarse con su manera de ser, proporciona “un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Nuestro Señor”.2

María es llamada por San Agustín forma Dei, es decir, molde de Dios, y quien es echado en ese molde divino enseguida queda formado y modelado en Jesucristo y Jesucristo en él.3

En otras palabras, la razón de la piedad mariana de los Heraldos del Evangelio es desarrollar una forma más eficaz de recorrer el camino de la imitación de Cristo. Para ellos es de suma importancia el papel mediador de María, entregado por el mismo Redentor a toda la humanidad en la persona de San Juan, como Madre de Dios y de los hombres. Por eso, la espiritualidad mariana es esencialmente cristológica.

En el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el santo mariano explica el papel de Cristo a través de su famosa propuesta de consagración como esclavos: “De lo que Jesucristo es para nosotros, debemos concluir, con el Apóstol (cf. 1 Co 6, 19), que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos, comprados con el precio infinito de toda su Sangre. Efectivamente, antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo, que no debemos ya vivir, trabajar ni morir sino a fin de fructificar para este Dios Hombre (cf. Rm 7, 4), glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su propia herencia”.4

San Luis esclarece también el sentido de la palabra “esclavo” en su obra, que se basa en la caridad,o sea, en la completa dedicación a Nuestro Señor Jesucristo, la esclavitud de amor. Por lo tanto, muy diferente del concepto de esclavo según el Derecho Romano.

De este modo, a partir de esas sabias consideraciones, las palabras “esclavo” y “esclavitud” entran en el vocabulario de los Heraldos, al punto de convertirse en costumbre entre ellos el designarse por la expresión “este esclavo” o “este esclavo de María”, en lugar del pronombre personal “yo”.

Ahora bien, aceptar voluntariamente la categoría de esclavo es una forma especial de participar de la kenosis de Cristo, tratando de imitarlo en su sumisión al Padre. De hecho, al tomar la naturaleza humana, “Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8). Mediante esta sujeción a los designios divinos, también participamos de la gloria pascual de Cristo, exaltado sobremanera por el Padre, por someterse a su voluntad en la “condición de esclavo” (Flp 2, 7).

Esclavitud a Jesús por medio de María

La obediencia de Cristo hasta la muerte, motivada por el más puro amor, es el modelo de perfección a cuya imitación nos invita (cf. Mt 5, 48). Y esta dedicación es incondicional, pues se basa en el famoso precepto inspirador de la vida consagrada: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el Cielo— y luego ven y sígueme” (Mt 19, 21). No obstante, es imposible alcanzar tan alto ideal por nuestras propias fuerzas, debilitadas por el pecado. Por esta razón, San Luis Grignion de Montfort propone la esclavitud a Jesús por medio de su Madre Santísima.

Afirma el santo francés: “Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente —respecto de su Majestad— todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza”. Y de aquí saca una conclusión: “Podemos, pues —conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes—, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él”. Y añade: “La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a Él por medio de su Santísima Madre”.5

La verdadera devoción a la Santísima Virgen, a través de la esclavitud de amor, iluminó la existencia de grandes santos y destacados personajes en la vida de la Iglesia, entre ellos el Beato Juan Pablo II. Y la experiencia demuestra su gran utilidad en la formación de las almas. Esto fue muy bien discernido por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, gran divulgador de esta consagración, que se convirtió en una importante herencia espiritual para los Heraldos del Evangelio. De hecho, la vía montfortiana pertenece al eje de su espiritualidad y es el camino seguro para la santificación, en el más puro sentido evangélico.

Entrañada devoción al Papado

articulo03Íntimamente relacionada con la devoción a la Eucaristía y a María,se encuentra en la espiritualidad de los Heraldos del Evangelio la filial y entrañada devoción al Dulce Cristo en la Tierra. Esta unión efectiva y afectiva con la Cátedra de Pedro se manifiesta en la firme disposición de sumisa y reverente obediencia a la autoridad del Papa, acatando con filial obsequio de la inteligencia todas sus enseñanzas, incluso las del Magisterio ordinario.Esta veneración por la persona del Sumo Pontífice llevó al fundador de los Heraldos del Evangelio a pedir la aprobación pontificia de esta institución, para vincularse plenamente a la Santa Sede. Actuó así inspirado en la enseñanza del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: “Mi seguridad viene del hecho de que mi doctrina es la doctrina de la Santa Sede.

Porque si hay una cosa de la que estoy seguro, en el mundo, es la vinculación efectiva, indestructible, entre Nuestro Señor, Nuestra Señora y la Santa Sede Católica Apostólica Romana. Y quien dice Santa Sede dice, sobre todo, el Papa”.6

Pocos años antes había afirmado: “Somos hijos de la Iglesia. Somos fieles a la Iglesia. Somos expresión de la Iglesia. Nuestras ideas no son un capricho. Nuestra orientación no es un acto de preferencia arbitraria y personal. Somos los esclavos de la Iglesia Católica que seguimos a la Iglesia en lo que quiere, en lo que enseña y enseñó y que ahí está, a pesar de todo el hollín de los tiempos, para darnos a entender cómo debemos ser. Conseguimos ser como somos, por ser hijos suyos, porque su gracia nos tocó, porque somos pequeños miembros y pequeñas migajas suyos”.7

La novedad de su carisma

articulo04Como consecuencia de la devoción eucarística y de esta entrega a Jesús por María, gran parte de los Heraldos del Evangelio —incluso antes de concretar su propuesta de vida a través de la forma canónica por medio de una Sociedad de Vida Apostólica— ya habían puesto en práctica los consejos evangélicos para la edificación del Reino de Cristo. Al optar por la vida comunitaria bajo la obediencia a un superior, practicando la castidad y entregando sus bienes personales, procuraron el perfecto cumplimiento de la Sequela Christi.

¿Cuál es el secreto de la evangelización de los Heraldos?, se preguntan muchos. Podríamos responder con Santa Teresa del Niño Jesús: “Todo es gracia”. Sí, nada es posible sin la gracia, pero Dios se vale de diversos medios para transmitirla.

Y los Heraldos, basados en el Magisterio pontificio, buscan incentivar un importante instrumento para el éxito de la nueva evangelización: la transmisión de la Buena Nueva a través de la cultura y del arte.El carisma de los Heraldos del Evangelio “parte de una peculiar visión simbólica de Dios y del orden del universo, incluyendo tanto los seres materiales como los espirituales, en que se discierne en todo algún reflejo del Creador, resaltando los aspectos de la belleza. Y, como consecuencia, en las acciones de la vida, en su manera de ser y de actuar, buscan la perfección a través de la pulcritud, para cumplir el mandamiento de Jesús: ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”.8

Para los Heraldos del Evangelio, este llamamiento a la perfección no puede restringirse a los actos interiores, sino que precisa manifestarse en todas sus actividades, de manera que reflejen mejor a Dios. Esto quiere decir que cada heraldo debe revestir de ceremonial sus acciones cotidianas, sea en la intimidad de la vida particular, sea en público, en las actividades evangelizadoras, en las relaciones con los hermanos, en la participación en la Liturgia o en cualquier otra circunstancia. Esa búsqueda de la perfección significa no sólo abrazar la verdad, practicar la virtud, sino también hacerlo con pulcritud, que puede ser un importante elemento de santificación y de evangelización.¿Un carisma obsoleto en el siglo XXI?

articulo05Ahora bien, se diría a primera vista que ese carisma, con tales tipos de actuación, sería completamente obsoleto hoy en día. A fin de cuentas, ¿qué sentido tiene proponer la via pulchritudinisen pleno siglo XXI, cuando la técnica y el progreso proporcionan tantos adelantos a la sociedad? Y la juventud hodierna, ¿cómo puede ser atraída a seguir los caminos de Jesucristo por la via pulchritudinis?

Atraer a la juventud hacia Cristo es uno de los grandes desafíos de la Iglesia. La respuesta a este problema crucial para quien se dedica a la evangelización se encuentra en la enseñanza del Sucesor de Pedro: “Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente y marcado por la Cruz”.9

Desvelar la verdad en su deslumbrante totalidad es el secreto de una auténtica evangelización, método seguido por los Heraldos del Evangelio en cualquier terreno de apostolado, sobre todo con los jóvenes. Su experiencia en este campo es una demostración, entre otras muchas, de lo acertado de la enseñanza del Beato Juan Pablo II: presentar el verdadero rostro de Jesucristo es el mejor instrumento para el éxito apostólico.

“Una opción radical de fe y de vida”

articulo06El apóstol no pude dejarse arrastrar por falsos valores mundanos, ni siquiera temerlos, cuando presenta el semblante sufriente y glorioso de Cristo. Por eso, los Heraldos del Evangelio, como hijos de la Iglesia, procuran actuar de manera a ofrecer a los jóvenes la propuesta de una opción radical, es decir, seguir a Cristo por entero y para siempre.Así actúan para atender el profundo anhelo de Absoluto que se percibe hoy en ponderables sectores de la juventud. Les ofrecen una formación religiosa completa que incluye no sólo el estudio de la Doctrina Católica y de la Sagrada Escritura, sino también, por la frecuencia de los Sacramentos, por la asidua oración y por la práctica de la virtud, los medios adecuados de reencontrar a Cristo en sus vidas. Pues para que los siglos venideros sean verdaderamente cristianos es necesario presentar a los jóvenes desde ya “una opción radical de fe y de vida, señalándoles una tarea estupenda: la de hacerse ‘centinelas de la mañana’ (cf. Is 21, 11-12) en esta aurora del nuevo milenio”. 10

De este modo, atendiendo a la llamada de los pastores, los Heraldos procuran llevar a los hombres la luz de Cristo.

En unión con el Papa y la sagrada Jerarquía

Duc in altum! Recordando estas palabras del divino Maestro a los apóstoles, el Papa Juan Pablo II exhortaba a todos los cristianos a remar mar adentro, en el vasto océano de las almas que están a la espera del mensaje cristiano.“Præsto sumus!” — “Aquí estamos a disposición” (cf. 1 Sm 3, 16), le responden con entusiasmo los Heraldos del Evangelio, deseosos de ser un reflejo de la luz de Cristo. Consciente, no obstante, de su debilidad que, debido a la herencia de Adán, fácilmente los puede volver “opacos y llenos de sombras”, 11

ponen toda su confianza en la protección maternal de María, por cuya intercesión cuentan recibir las gracias necesarias para convertirse en hombres nuevos. Se presentan así, humilde y sumisamente, al Santo Padre y a la Jerarquía Sagrada para, en unión con ellos, buscar sin descanso la sacralización del orden temporal, a fin de que la luz de Cristo brille sobre el nuevo siglo y el nuevo milenio.

La belleza también posee una dimensión moral

Earticulo07l carisma de los Heraldos del Evangelio puede ser caracterizado como un seguimiento de Cristo en cuanto imagen de la gloria del Padre, y, por lo tanto, como comunión del discípulo con el Maestro a través de la vía de la belleza. A partir de aquí se verifica el fundamento cristológico y moral del carisma. La vida de cada uno de sus miembros es una realización radical del ideal de vida de todo cristiano, tal como era entendido desde el origen de la Iglesia.

Se podría definir al seguimiento de Cristo como convertirse en un alter Christus. Este compromiso de vida consiste en amoldar nuestra propia manera de ser y de relacionarnos con el Padre, auxiliando también al prójimo en este proyecto. Esta misión se sublima cuando existe la disposición de compartir el destino del divino Maestro, es decir, el misterio de la Cruz que culmina en el triunfo de la glorificación.

Por otro lado, hay dos perspectivas fundamentales en el carisma de los Heraldos del Evangelio: la primera es interior y mística, puramente contemplativa. Es la búsqueda de lo Absoluto, o sea, la onsideración del universo creado —material e inmaterial— como reflejo de la majestad, de la gloria y de la bondad de Dios. Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo Encarnado, revela el misterio del Padre y manifiesta su gloria. Él es el Heraldo del Evangelio por excelencia; culmen y síntesis del universo. Sin embargo, esta vía contemplativa no es estática, pues a través de la contemplación ocurre una real transformación interior, llevándonos incluso a vislumbrar el pensar, querer y sentir del Verbo de Dios hecho carne; llegar a ser, en resumen, forma Christi.

articulo08La segunda actitud es exterior, práctica y ascética. El heraldo del Evangelio procura hacer que su vida sea sensible al mundo del simbolismo y a la actitud contemplativa. De esta manera, el ambiente natural de un heraldo es un mundo sacro, de ceremonias y de ritos, lleno de significado, en el que la disciplina, el buen trato y la conversación elevada desempeñan un papel importante. Todo debe cooperar para que las almas se impregnen del buen olor de Cristo, supremo modelo y sumo inspirador de esta forma de vivir. Por eso, la Liturgia ocupa un lugar primordial en la vida de los miembros de este Movimiento. En ella se manifiesta, como en el monte Tabor, el Sol de Justicia, Cristo, que pasó por las sombras de la muerte, pero brilló en su plenitud en la gloriosa Resurrección. Todas las realidades del carisma tienen una profunda relación con ese fundamento cristológico. Pero, en particular, destacan en este camino espiritual la Eucaristía, la Santísima Virgen y el sensus Ecclesiæ que fluye de la fidelidad a la Sede de Pedro.

Sin embargo, el prisma por el que se define propiamente la identidad del carisma es la temática del pulchrum. Lo bello hace posible a los corazones prepararse para el encuentro con la fuente de la belleza, con Aquel que se definió como la “Luz del mundo” (Jn 8, 12).

En suma, esa belleza posee también su dimensión moral, pues engendra en nosotros el arte más sublime, es decir, aquel que enseña a vivir en el seguimiento y en la imitación de Cristo, ya que sólo Él puede realizar en nuestras almas el alto ideal de perfección que nos es propuesto, bajo sus divinas inspiraciones.

(Extraido de la Revista Heraldos del Evangelio – Salvadme Reina, nº 106 – Mayo 2012)

 _____________________

1) BENEDICTO XVI. Discurso a la Asamblea Eclesial de la Diócesis de  Roma, 15/6/2010.

2) SAN LUIS GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la Vraie Dévotion à la Sainte Vierge. In: Œuvres completes. París: Seuil, 1966, p. 582.

3) Ídem, p. 636.

4) Ídem, p. 531.

5) Ídem, pp. 534-535.

6) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 10 de abril de 1974.

7) Ídem, 25 de octubre de 1967.

8) CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A gênese e o desen-volvimento do movimento dos Arautos do Evangelho e seu reconhecimento canónico. Tesis doctoral en Derecho Canónico. Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino, Facul-tad de Derecho Canónico (Angelicum). Roma, 2009, pp. 234-235.

9) JUAN PABLO II. Novo Mi-llennio ineunte, nº 9.

10) Ídem, ibídem.

11) Ídem, nº 54.