Cada carisma en la Iglesia representa una forma peculiar de seguir a Nuestro Señor Jesucristo. Los Heraldos del Evangelio, por su parte, procuran imitarlo en su luminosa perfección, haciendo de la belleza Encarnada en el Hijo de Dios el camino hacia el Cielo.
Los franciscanos siguen al Cristo pobre, los dominicos al Cristo maestro, y así cada familia religiosa a su modo. Es el mismo Cristo y Señor, pero visto y amado con mayor énfasis a partir de ángulos diversos. En efecto, tal es la riqueza de la santidad y de la perfección de Jesús que, para reflejarlas, el Espíritu Santo ha inspirado en la Iglesia un auténtico vitral de los más variados carismas. Cada uno de ellos brilla con una rutilancia propia y única, y el conjunto de todos ellos refleja el desarrollo en la Historia del sublime resplandor del Corazón de Jesús.
Todos esos dones del Paráclito son objeto de reflexión teológica. ¿Cuál será la forma específica en los Heraldos del Evangelio para seguir a Jesús? Procuraremos reflexionar aquí sobre el modo concreto de ese carisma de imitar y seguir a Aquel que de sí mismo dice: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6).
“Sequela Christi” e “Imitatio Christi”
El tema de la Sequela Christiestá estrictamente relacionado con el de la Imitatio Christi, expresión bastante conocida en el ámbito de la espiritualidad de la Iglesia. La relación entre esos dos términos es fácil intuirla, pues quien consagra su existencia al seguimiento de Cristo, adhiere al modelo de vida ofrecido por Él. Por lo tanto, es necesario recibir la llamada del Señor mediante una gracia sobrenatural para que, después de haberlo dejado todo como San Mateo (cf. Mt 9, 9), se pase a vivir en función de Jesucristo, haciendo de sus caminos sus propios caminos, de sus pensamientos sus propios pensamientos.
Imitación y seguimiento se compenetran y se relacionan de una forma casi inseparable, y, en ocasiones, algunos autores las han considerado como expresiones sinónimas.
Por lo tanto, veremos cómo ese seguimiento se constituye en los Heraldos esencialmente a partir de la cimentación sobre tres pilares de su espiritualidad —la devoción a la Eucaristía, a María y al Papa— y por la utilización de la vía de la belleza, medio privilegiado para cumplir el precepto de Cristo: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
El trato íntimo con Jesús Eucarístico
Según la espiritualidad de este Movimiento, la intimidad con Jesús Eucarístico es fundamental, pues es a través suyo donde se opera su presencia real y substancial en la Iglesia. Cada heraldo procura estar ante el Santísimo Sacramento todo el tiempo posible en oración, con los oídos atentos a la voz de Cristo, a la manera de Santa María Magdalena, en Betania.
El fundador de los Heraldos, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, siempre resalta el incalculable valor de esa sagrada convivencia con el Señor. Pues así como el cuerpo del hombre se robustece absorbiendo energías de los rayos del Sol, análogamente el Santísimo Sacramento opera al ser contemplado expuesto en el ostensorio: su luz divina penetra haciendo resplandeciente al hombre ante Dios y sus semejantes. Los frutos de la Eucaristía aún son mayores cuando consideramos la efectiva participación en la Santa Misa y en el divino Banquete.
En un discurso dirigido al clero de la Diócesis de Roma, Benedicto XVI aclara, con agudo sentido teológico, la intrínseca relación entre la recepción de la Eucaristía y la transformación del cristiano: “También nosotros, alimentados con la Eucaristía, siguiendo el ejemplo de Cristo, vivimos para Él, para ser testigos del amor. Al recibir el Sacramento, entramos en comunión de sangre con Jesucristo. En la concepción judía, la sangre indica la vida; así, podemos decir que, alimentándonos del cuerpo de Cristo, acogemos la vida de Dios y aprendemos a mirar la realidad con sus ojos, abandonando la lógica del mundo para seguir la lógica divina del don y de la gratuidad. San Agustín recuerda que durante una visión le pareció oír la voz del Señor que le decía: ‘Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Mas no me transformarás en ti como al manjar de tu carne, sino que tú te transformarás en mí’ (cf. ConfesionesVII, 10, 16).
Cuando recibimos a Cristo, el amor de Dios se expande en lo íntimo de nuestro ser, modifica radicalmente nuestro corazón y nos hace capaces de gestos que, por la fuerza difusiva del bien, pueden transformar la vida de quienes están a nuestro lado”.1
Es en la convivencia eucarística y en el trato íntimo con el divino Maestro donde se encuentra la fuente de la vida de cada heraldo como hijo de Dios, y de esta experiencia emana el carisma mismo del cual participa. Así, en la convergencia con Cristo, por Cristo y en Cristose realiza el sublime ideal de belleza y perfección propuesto por el fundador, bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Como consecuencia, se deduce la profunda unión entre la forma vitæ de los Heraldos del Evangelio —caracterizada por la búsqueda de la belleza en la Creación y en los actos humanos— y su deseo de perfección en el seguimiento de Cristo. Porque la belleza verdadera, para los Heraldos, consiste en ser como Jesús, en transformarse en Él. En resumen, en el carisma de este Movimiento, la via pulchritudinis confluye en el mismo camino de la Sequela Christi.
La devoción mariana en la vida de los Heraldos del Evangelio
Desde sus albores, este Movimiento tomó como base de su mariología la doctrina expuesta por San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), teólogo y predicador de Bretaña, Francia. Esta devoción, fundada en un modo eficaz de seguir a Cristo y de conformarse con su manera de ser, proporciona “un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Nuestro Señor”.2
María es llamada por San Agustín forma Dei, es decir, molde de Dios, y quien es echado en ese molde divino enseguida queda formado y modelado en Jesucristo y Jesucristo en él.3
En otras palabras, la razón de la piedad mariana de los Heraldos del Evangelio es desarrollar una forma más eficaz de recorrer el camino de la imitación de Cristo. Para ellos es de suma importancia el papel mediador de María, entregado por el mismo Redentor a toda la humanidad en la persona de San Juan, como Madre de Dios y de los hombres. Por eso, la espiritualidad mariana es esencialmente cristológica.
En el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el santo mariano explica el papel de Cristo a través de su famosa propuesta de consagración como esclavos: “De lo que Jesucristo es para nosotros, debemos concluir, con el Apóstol (cf. 1 Co 6, 19), que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos, comprados con el precio infinito de toda su Sangre. Efectivamente, antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo, que no debemos ya vivir, trabajar ni morir sino a fin de fructificar para este Dios Hombre (cf. Rm 7, 4), glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su propia herencia”.4
San Luis esclarece también el sentido de la palabra “esclavo” en su obra, que se basa en la caridad,o sea, en la completa dedicación a Nuestro Señor Jesucristo, la esclavitud de amor. Por lo tanto, muy diferente del concepto de esclavo según el Derecho Romano.
De este modo, a partir de esas sabias consideraciones, las palabras “esclavo” y “esclavitud” entran en el vocabulario de los Heraldos, al punto de convertirse en costumbre entre ellos el designarse por la expresión “este esclavo” o “este esclavo de María”, en lugar del pronombre personal “yo”.
Ahora bien, aceptar voluntariamente la categoría de esclavo es una forma especial de participar de la kenosis de Cristo, tratando de imitarlo en su sumisión al Padre. De hecho, al tomar la naturaleza humana, “Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8). Mediante esta sujeción a los designios divinos, también participamos de la gloria pascual de Cristo, exaltado sobremanera por el Padre, por someterse a su voluntad en la “condición de esclavo” (Flp 2, 7).
Esclavitud a Jesús por medio de María
La obediencia de Cristo hasta la muerte, motivada por el más puro amor, es el modelo de perfección a cuya imitación nos invita (cf. Mt 5, 48). Y esta dedicación es incondicional, pues se basa en el famoso precepto inspirador de la vida consagrada: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el Cielo— y luego ven y sígueme” (Mt 19, 21). No obstante, es imposible alcanzar tan alto ideal por nuestras propias fuerzas, debilitadas por el pecado. Por esta razón, San Luis Grignion de Montfort propone la esclavitud a Jesús por medio de su Madre Santísima.
Afirma el santo francés: “Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente —respecto de su Majestad— todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza”. Y de aquí saca una conclusión: “Podemos, pues —conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes—, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él”. Y añade: “La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a Él por medio de su Santísima Madre”.5
La verdadera devoción a la Santísima Virgen, a través de la esclavitud de amor, iluminó la existencia de grandes santos y destacados personajes en la vida de la Iglesia, entre ellos el Beato Juan Pablo II. Y la experiencia demuestra su gran utilidad en la formación de las almas. Esto fue muy bien discernido por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, gran divulgador de esta consagración, que se convirtió en una importante herencia espiritual para los Heraldos del Evangelio. De hecho, la vía montfortiana pertenece al eje de su espiritualidad y es el camino seguro para la santificación, en el más puro sentido evangélico.
Entrañada devoción al Papado
Íntimamente relacionada con la devoción a la Eucaristía y a María,se encuentra en la espiritualidad de los Heraldos del Evangelio la filial y entrañada devoción al Dulce Cristo en la Tierra. Esta unión efectiva y afectiva con la Cátedra de Pedro se manifiesta en la firme disposición de sumisa y reverente obediencia a la autoridad del Papa, acatando con filial obsequio de la inteligencia todas sus enseñanzas, incluso las del Magisterio ordinario.Esta veneración por la persona del Sumo Pontífice llevó al fundador de los Heraldos del Evangelio a pedir la aprobación pontificia de esta institución, para vincularse plenamente a la Santa Sede. Actuó así inspirado en la enseñanza del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: “Mi seguridad viene del hecho de que mi doctrina es la doctrina de la Santa Sede.
Porque si hay una cosa de la que estoy seguro, en el mundo, es la vinculación efectiva, indestructible, entre Nuestro Señor, Nuestra Señora y la Santa Sede Católica Apostólica Romana. Y quien dice Santa Sede dice, sobre todo, el Papa”.6
Pocos años antes había afirmado: “Somos hijos de la Iglesia. Somos fieles a la Iglesia. Somos expresión de la Iglesia. Nuestras ideas no son un capricho. Nuestra orientación no es un acto de preferencia arbitraria y personal. Somos los esclavos de la Iglesia Católica que seguimos a la Iglesia en lo que quiere, en lo que enseña y enseñó y que ahí está, a pesar de todo el hollín de los tiempos, para darnos a entender cómo debemos ser. Conseguimos ser como somos, por ser hijos suyos, porque su gracia nos tocó, porque somos pequeños miembros y pequeñas migajas suyos”.7
La novedad de su carisma
Como consecuencia de la devoción eucarística y de esta entrega a Jesús por María, gran parte de los Heraldos del Evangelio —incluso antes de concretar su propuesta de vida a través de la forma canónica por medio de una Sociedad de Vida Apostólica— ya habían puesto en práctica los consejos evangélicos para la edificación del Reino de Cristo. Al optar por la vida comunitaria bajo la obediencia a un superior, practicando la castidad y entregando sus bienes personales, procuraron el perfecto cumplimiento de la Sequela Christi.
¿Cuál es el secreto de la evangelización de los Heraldos?, se preguntan muchos. Podríamos responder con Santa Teresa del Niño Jesús: “Todo es gracia”. Sí, nada es posible sin la gracia, pero Dios se vale de diversos medios para transmitirla.
Y los Heraldos, basados en el Magisterio pontificio, buscan incentivar un importante instrumento para el éxito de la nueva evangelización: la transmisión de la Buena Nueva a través de la cultura y del arte.El carisma de los Heraldos del Evangelio “parte de una peculiar visión simbólica de Dios y del orden del universo, incluyendo tanto los seres materiales como los espirituales, en que se discierne en todo algún reflejo del Creador, resaltando los aspectos de la belleza. Y, como consecuencia, en las acciones de la vida, en su manera de ser y de actuar, buscan la perfección a través de la pulcritud, para cumplir el mandamiento de Jesús: ‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48)”.8
Para los Heraldos del Evangelio, este llamamiento a la perfección no puede restringirse a los actos interiores, sino que precisa manifestarse en todas sus actividades, de manera que reflejen mejor a Dios. Esto quiere decir que cada heraldo debe revestir de ceremonial sus acciones cotidianas, sea en la intimidad de la vida particular, sea en público, en las actividades evangelizadoras, en las relaciones con los hermanos, en la participación en la Liturgia o en cualquier otra circunstancia. Esa búsqueda de la perfección significa no sólo abrazar la verdad, practicar la virtud, sino también hacerlo con pulcritud, que puede ser un importante elemento de santificación y de evangelización.¿Un carisma obsoleto en el siglo XXI?
Ahora bien, se diría a primera vista que ese carisma, con tales tipos de actuación, sería completamente obsoleto hoy en día. A fin de cuentas, ¿qué sentido tiene proponer la via pulchritudinisen pleno siglo XXI, cuando la técnica y el progreso proporcionan tantos adelantos a la sociedad? Y la juventud hodierna, ¿cómo puede ser atraída a seguir los caminos de Jesucristo por la via pulchritudinis?
Atraer a la juventud hacia Cristo es uno de los grandes desafíos de la Iglesia. La respuesta a este problema crucial para quien se dedica a la evangelización se encuentra en la enseñanza del Sucesor de Pedro: “Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente y marcado por la Cruz”.9
Desvelar la verdad en su deslumbrante totalidad es el secreto de una auténtica evangelización, método seguido por los Heraldos del Evangelio en cualquier terreno de apostolado, sobre todo con los jóvenes. Su experiencia en este campo es una demostración, entre otras muchas, de lo acertado de la enseñanza del Beato Juan Pablo II: presentar el verdadero rostro de Jesucristo es el mejor instrumento para el éxito apostólico.
“Una opción radical de fe y de vida”
El apóstol no pude dejarse arrastrar por falsos valores mundanos, ni siquiera temerlos, cuando presenta el semblante sufriente y glorioso de Cristo. Por eso, los Heraldos del Evangelio, como hijos de la Iglesia, procuran actuar de manera a ofrecer a los jóvenes la propuesta de una opción radical, es decir, seguir a Cristo por entero y para siempre.Así actúan para atender el profundo anhelo de Absoluto que se percibe hoy en ponderables sectores de la juventud. Les ofrecen una formación religiosa completa que incluye no sólo el estudio de la Doctrina Católica y de la Sagrada Escritura, sino también, por la frecuencia de los Sacramentos, por la asidua oración y por la práctica de la virtud, los medios adecuados de reencontrar a Cristo en sus vidas. Pues para que los siglos venideros sean verdaderamente cristianos es necesario presentar a los jóvenes desde ya “una opción radical de fe y de vida, señalándoles una tarea estupenda: la de hacerse ‘centinelas de la mañana’ (cf. Is 21, 11-12) en esta aurora del nuevo milenio”. 10
De este modo, atendiendo a la llamada de los pastores, los Heraldos procuran llevar a los hombres la luz de Cristo.
En unión con el Papa y la sagrada Jerarquía
Duc in altum! Recordando estas palabras del divino Maestro a los apóstoles, el Papa Juan Pablo II exhortaba a todos los cristianos a remar mar adentro, en el vasto océano de las almas que están a la espera del mensaje cristiano.“Præsto sumus!” — “Aquí estamos a disposición” (cf. 1 Sm 3, 16), le responden con entusiasmo los Heraldos del Evangelio, deseosos de ser un reflejo de la luz de Cristo. Consciente, no obstante, de su debilidad que, debido a la herencia de Adán, fácilmente los puede volver “opacos y llenos de sombras”, 11
ponen toda su confianza en la protección maternal de María, por cuya intercesión cuentan recibir las gracias necesarias para convertirse en hombres nuevos. Se presentan así, humilde y sumisamente, al Santo Padre y a la Jerarquía Sagrada para, en unión con ellos, buscar sin descanso la sacralización del orden temporal, a fin de que la luz de Cristo brille sobre el nuevo siglo y el nuevo milenio.
La belleza también posee una dimensión moral
El carisma de los Heraldos del Evangelio puede ser caracterizado como un seguimiento de Cristo en cuanto imagen de la gloria del Padre, y, por lo tanto, como comunión del discípulo con el Maestro a través de la vía de la belleza. A partir de aquí se verifica el fundamento cristológico y moral del carisma. La vida de cada uno de sus miembros es una realización radical del ideal de vida de todo cristiano, tal como era entendido desde el origen de la Iglesia.
Se podría definir al seguimiento de Cristo como convertirse en un alter Christus. Este compromiso de vida consiste en amoldar nuestra propia manera de ser y de relacionarnos con el Padre, auxiliando también al prójimo en este proyecto. Esta misión se sublima cuando existe la disposición de compartir el destino del divino Maestro, es decir, el misterio de la Cruz que culmina en el triunfo de la glorificación.
Por otro lado, hay dos perspectivas fundamentales en el carisma de los Heraldos del Evangelio: la primera es interior y mística, puramente contemplativa. Es la búsqueda de lo Absoluto, o sea, la onsideración del universo creado —material e inmaterial— como reflejo de la majestad, de la gloria y de la bondad de Dios. Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo Encarnado, revela el misterio del Padre y manifiesta su gloria. Él es el Heraldo del Evangelio por excelencia; culmen y síntesis del universo. Sin embargo, esta vía contemplativa no es estática, pues a través de la contemplación ocurre una real transformación interior, llevándonos incluso a vislumbrar el pensar, querer y sentir del Verbo de Dios hecho carne; llegar a ser, en resumen, forma Christi.
La segunda actitud es exterior, práctica y ascética. El heraldo del Evangelio procura hacer que su vida sea sensible al mundo del simbolismo y a la actitud contemplativa. De esta manera, el ambiente natural de un heraldo es un mundo sacro, de ceremonias y de ritos, lleno de significado, en el que la disciplina, el buen trato y la conversación elevada desempeñan un papel importante. Todo debe cooperar para que las almas se impregnen del buen olor de Cristo, supremo modelo y sumo inspirador de esta forma de vivir. Por eso, la Liturgia ocupa un lugar primordial en la vida de los miembros de este Movimiento. En ella se manifiesta, como en el monte Tabor, el Sol de Justicia, Cristo, que pasó por las sombras de la muerte, pero brilló en su plenitud en la gloriosa Resurrección. Todas las realidades del carisma tienen una profunda relación con ese fundamento cristológico. Pero, en particular, destacan en este camino espiritual la Eucaristía, la Santísima Virgen y el sensus Ecclesiæ que fluye de la fidelidad a la Sede de Pedro.
Sin embargo, el prisma por el que se define propiamente la identidad del carisma es la temática del pulchrum. Lo bello hace posible a los corazones prepararse para el encuentro con la fuente de la belleza, con Aquel que se definió como la “Luz del mundo” (Jn 8, 12).
En suma, esa belleza posee también su dimensión moral, pues engendra en nosotros el arte más sublime, es decir, aquel que enseña a vivir en el seguimiento y en la imitación de Cristo, ya que sólo Él puede realizar en nuestras almas el alto ideal de perfección que nos es propuesto, bajo sus divinas inspiraciones.
(Extraido de la Revista Heraldos del Evangelio – Salvadme Reina, nº 106 – Mayo 2012)
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1) BENEDICTO XVI. Discurso a la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, 15/6/2010.
2) SAN LUIS GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la Vraie Dévotion à la Sainte Vierge. In: Œuvres completes. París: Seuil, 1966, p. 582.
3) Ídem, p. 636.
4) Ídem, p. 531.
5) Ídem, pp. 534-535.
6) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 10 de abril de 1974.
7) Ídem, 25 de octubre de 1967.
8) CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A gênese e o desen-volvimento do movimento dos Arautos do Evangelho e seu reconhecimento canónico. Tesis doctoral en Derecho Canónico. Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino, Facul-tad de Derecho Canónico (Angelicum). Roma, 2009, pp. 234-235.
9) JUAN PABLO II. Novo Mi-llennio ineunte, nº 9.
10) Ídem, ibídem.
11) Ídem, nº 54.