Una puerta siempre abierta

Mons. Juan del Río

Mons. Juan del RíoMons. Juan del Río      Con la Carta Apostólica, Porta Fidei, del 11 de octubre de 2011, el Papa Benedicto XVI, promulgó el Año de la fe, que comenzó el 11 de octubre de 2012 cuando se cumplían cincuenta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y veinte años desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. El próximo domingo 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, tendrá lugar su clausura.

La grandeza de la fe en este “Rey de reyes” (cf. Lc 23,38) es fruto de la gracia divina y de la adhesión libre de la persona que se siente seducida por un amor que colma las ansias de felicidad que hay en el corazón humano. “Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Sin embargo, el signo supremo de ese amor infinito no es otro que la cruz salvadora de Cristo. Después de tantos siglos, continua siendo escándalo y blasfemia para muchos, pero para nosotros los bautizados es “fuerza de Dios, y sabiduría de Dios” (1Cor 1, 24).

En el transcurro de este Año de la fe, la Iglesia Católica y la humanidad, han vivido un importante y significativo acontecimiento: la renuncia de Benedicto XVI al ministerio petrino y la consiguiente convocatoria del cónclave de los cardenales que eligió, el 13 de marzo de 2013, a Francisco como sucesor de Pedro, que dentro de la más respetuosa continuidad apostólica está siguiendo los objetivos trazados.

Todo el tiempo del evento celebrativo de la fe, ha sido una llamada a la Iglesia Universal para renovar la conversión al Señor Jesús y al redescubrimiento del gozo de ser cristiano en medio de los múltiples desafíos que tiene en la actualidad el seguimiento y la identificación con Cristo y su Iglesia. El Papa emérito en la eucaristía de apertura de esta conmemoración, exponía  la realidad de desierto espiritual que viven muchos creyentes. Sin embargo ello, puede convertirse en ocasión para “descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. Porque en el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir (…) y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y, de esta forma, mantengan viva la esperanza”.

A los dos días de su elección, el Papa Francisco recordaba en una audiencia al colegio de cardenales, los fines propuestos para este tiempo de la Iglesia: “impulsados también por la celebración del Año de la fe, todos juntos, pastores y fieles, nos esforzaremos por responder fielmente a la misión de siempre: llevar a Jesucristo al hombre, y conducir al hombre al encuentro con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, realmente presente en la Iglesia y contemporáneo en cada hombre”. La consecuencia más importante, recordaba el Papa, será la conversión en hombres nuevos, por el misterio de la gracia, que suscitará en cada alma “esa alegría cristiana que es aquel céntuplo que Cristo da a quienes le acogen en su vida”.

Ahora, cuando finaliza el calendario, llega el momento de hacer balance de las actividades y múltiples actos que hemos realizados en los diversos niveles eclesiales durante este periodo. Es momento de pararse y dar gracia a Dios por la grandeza de ser católico, de pertenecer al Pueblo  de Dios, que camina en el tiempo entre “persecuciones y consolaciones de su Señor” (san Agustín). Es precisamente en la “barca de Pedro”, y no fuera de ella,  donde  se recupera la centralidad de Cristo en la vida personal y comunitaria. Únicamente en comunión con la Iglesia brota la alegría de la fe que profesamos, celebramos y testimoniamos.  Esta es la única manera de que seamos apóstoles creíbles de la nueva evangelización.

¡La “puerta de la fe” (Porta Fidei), continua abierta a todos los hombres y  mujeres, sólo se cerrará al final de nuestros días, cuando demos cuentas a Dios de este gran tesoro recibido!

† Juan del Río Martín,
Arzobispo Castrense de España

 

Fuente:: Mons. Juan del Río

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