Una llama de amor viva
Mons. Jesús García Burillo Queridos diocesanos:
En nuestro camino hacia el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús y porque hemos festejado ayer a nuestro querido san Juan de la Cruz, me gustaría que reflexionáramos brevemente sobre la relación personal que tuvieron estos dos grandes místicos abulenses.
Dos castellanos universales, maestros del espíritu, doctores de la Iglesia. Con sus testimonios y escritos muestran el camino que conduce a la santidad: la experiencia de Dios. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz compartieron la hermosa y sacrificada misión de renovar, desde la radicalidad de su carisma, no sólo la
Orden del Carmen ofreciendo un nuevo camino en la vida religiosa, sino también un nuevo horizonte evangelizador para la Iglesia universal. Teresa como fundadora, y Juan como colaborador fiel y primera piedra en la rama masculina.
Teresa de Jesús y Juan de la Cruz se encontraron por primera vez en Medina del Campo, en 1567. Juan había ingresado en la Orden del Carmen en Medina, en 1563, tenía 21 años, y profesó en el verano del año siguiente. De Medina pasó a Salamanca para estudiar filosofía y teología(entre 1564 y 1568). Pero el verano de 1567, su encuentro con Teresa cambiaría el horizonte del camino de ambos.
En aquella entrevista Teresa de Jesús, que ya tenía permiso del Padre General de la Orden para dar comienzo a la reforma de los frailes, disuade a fray Juan de pasarse a la cartuja y lo gana para la causa de la reforma. Fray Juan de Santo Matía (así se llamaba entre los carmelitas calzados) le promete que abrazará el
género de vida que la Santa le propone.
Un segundo encuentro entre los dos se da en Valladolid. Al terminar el curso de teología en Salamanca, fray Juan vuelve a Medina y desde allí se traslada a Valladolid, donde la Santa le informa bien del modo de vida de ladescalzez, a la que va a dar comienzo. A primeros de septiembre de 1568, sale de Valladolid y va a Duruelo, para preparar en una pobre casa, «portalito de Belén» -lo llama Teresa-, el futuro del primer convento. Así, Duruelo será el primer convento de la reforma masculina.
La nueva vida del Carmelo masculino comienza en aquel lugar el 28 de noviembre de 1568. Allí cambió su nombre por el de Juan de la Cruz. Fray Juan se entrega en aquella soledad a la oración, la contemplación y al apostolado por los pueblos de la comarca. Como primer compañero de camino tiene a fray Antonio. Teresa, que los visita en la cuaresma de 1569, da fe y se alegra enormemente de aquel apostolado entre los humildes y los pobres.
Entre 1572 y 1577, a requerimiento de la Santa y por orden del comisario Pedro Fernández, Juan se estableció en Ávila para llevar la dirección espiritual del monasterio de la Encarnación, de la que Teresa era priora. El encuentro espiritual entre los dos, habido durante este periodo de tiempo, alcanza una de las cumbres místicas más importantes de la historia de la Iglesia.
En sus muchos escritos, ambos, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, se manifestaron una gran estima recíproca. Dos menciones explícitas de Juan denotan su relación de calidez: en vida, para él Teresa era “nuestra maestra” (Ct 6.7.1581) y, ya difunta, añade el calificativo de “bienaventurada”. Comentando la gracia mística de la trasverberación, en claro paralelismo con la de Teresa, asegura Juan de la Cruz que son pocas las almas que llegan a tanto, «mayormente las de aquellos cuya virtud y espíritu se había de difundir en la sucesión de sus hijos, dando Dios la riqueza» (Lib 2,12).
Por su parte, Teresa tiene una amplia y gozosa letanía de elogios a fray Juan; decía la Santa: «Aunque es chico, entiendo es grande a los ojos de Dios»; «Tiene harta oración y buen entendimiento»; «Un hombre celestial y divino»; «Todos le tienen por santo»; además, cuando alude a él en su correspondencia no necesita otras aclaraciones: “santo” es como el apellido de fray Juan.
Queridos diocesanos, esta estima mutua entre Teresa de Jesús y Juan de la Cruz es la propia de los amigos de Cristo, que saben valorarse justamente desde su relación con el Maestro, con Aquel que sabemos nos ama. Todos los santos están “conectados” interiormente por la sabia y la fuerza del Espíritu de Cristo y por el celo apostólico; es lo que llamamos en el Credo “la comunión de los santos”. Esa llama de amor viva que animaba la vida y el camino de Juan de la Cruz es la misma que atraviesa el corazón de santa Teresa y la impulsa a la
misión. Es la llama que se enciende en la amistad con Cristo, la llama de la fe que crece y fortalece el corazón y la vida del creyente para poder ser testigo valiente de Cristo y un agente activo de evangelización. Seguir su camino nos llenará de luz, de belleza y de energía interior.
Con mi afecto y bendición,
+ Jesús García Burillo,
Obispo de Ávila
Fuente:: Mons. Jesús García Burillo
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