Un minuto de reflexión

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Redacción (Viernes, 10-01-2014, Gaudium Press) Dios está siempre atento, esperando el momento para llevar las almas de los pecadores a la conversión. «Es por eso que estoy a la puerta y golpeo: si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos, yo con él y él conmigo» (Ap 3,20).

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Dios creó al hombre en la total contingencia, en la dependencia de Él, pero quiere la cooperación humana en el proceso de su salvación. Quiere que el hombre coloque su amor para que fructifique la gracia divina.

Aunque Dios conceda la gracia suficiente a las almas, muchas veces espera que estas lleguen a lo más hondo de la miseria para hacerles ver, con una gracia fulminante, la enormidad de sus errores y pecados, pues el hombre, por sí mismo, no puede salir del pecado.

Fue solo cuando descendió tanto, al punto de querer alimentarse con las bellotas de los cerdos, que el hijo pródigo de la parábola, movido por una gracia, cayó en sí y quiso volver a la casa paterna.

Por tanto, la gracia para el resurgimiento del pecado es una iniciativa de Dios. Toda conversión es fruto de una gracia, de la acción del Espíritu Santo. Él habla a cada uno según sus necesidades; a veces con majestuosa severidad, a veces con una suavidad materna. Pero, nunca miente; siempre auxilia.

«El Señor no retarda el cumplimiento de su promesa, como algunos piensan, mas usa de la paciencia para con vosotros. No quiere que alguien perezca, al contrario, quiere que todos se arrepientan» (2Pd 3,9).

Por la Hna. Juliane Campos, EP

 

Fuente:: Gaudium Press

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