“¡Señor, auméntanos la fe!”

Mons. Vives

Mons. VivesMons. Joan E. Vives     En la gozosa solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo concluimos el Año de la Fe que venimos celebrando desde octubre de 2012, convocados por el Papa Benedicto XVI y acompañados en su segundo tramo por el Papa Francisco, quien últimamente ha tenido encuentros significativos con los seminaristas y novicios, con los catequistas y con las familias. A todos nos exhortan a mantenernos firmes en la fe que profesamos, siendo sal y luz para nuestro mundo, cuidando la relación personal con Jesucristo, que nos revela al Padre y nos hace el don del Espíritu Santo, que nos transforma en apóstoles y mensajeros de su caridad ardiente.

Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre” (Hb 13,8) todas las generaciones podemos conocerlo y gozar de su amistad, que es vida y salvación. Él es la Puerta siempre abierta, que no se cierra con esta clausura del Año de la fe; queda abierta para que pasemos por ella, para que entremos en la comunión con el Padre del cielo. “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará” (Jn 10,9). Y por la fe tenemos acceso a Él, y por Él a una vida nueva, feliz, plena. ¿Qué seríamos sin la fe en Jesucristo? Después de la vida, es el don más grande que jamás hayamos recibido: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Agradezcamos hoy a todos aquellos que nos han transmitido la fe a través de la Iglesia santa, que por sus hijos e hijas nos ha comunicado la fe y por el bautismo nos ha transformado la existencia y nos ha hecho realmente hijos de Dios y herederos de la vida que no terminará nunca. Por eso, como aquella inscripción que leí en un reloj de sol, podemos decir: “yo sin sol, y tú sin fe, nada somos”.

Jesús nos sigue invitando como al jefe de la sinagoga, “No temas; basta que tengas fe” (Mc 5,36) y nosotros queremos responder como el padre del evangelio: “¡Creo, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9,24). Que la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Jesucristo, sea nuestra gran fuerza en medio de las tribulaciones, las tentaciones o las necesidades… y que por la gracia del Espíritu Santo la mantengamos fielmente hasta el final de nuestra vida en la tierra, cuando el Señor vendrá a buscarnos: “Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14,3).

La fe debe ponernos en un camino de servicio, de entrega y donación por amor. La fe es esperanza y la fe es amor. Fe, esperanza y caridad son las tres dimensiones de una única respuesta al amor tan inmenso que Dios nos tiene: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Alegrémonos y que nuestra vida cristiana dé testimonio de nuestra fe, con alegría, con amor, con valentía. El Año de la Fe debe dejar en nosotros un poso de verdad, de gozo sincero, de comunión filial y agradecida con la Iglesia, de renovado compromiso evangelizador. Debe conducirnos al convencimiento de que formamos una comunidad unida y que se ama, para que el testimonio sea realmente creíble. Y nos debe llevar a practicar esta fe y a alimentarla con la Palabra, los sacramentos y el amor sincero, con el compromiso de vida, para que no muera o se diluya. La fe es un gran tesoro. Por eso en la clausura del Año de la fe y encarando la misión apasionante que tenemos por delante, unidos al Papa Francisco, le decimos como los apóstoles: “Señor, ¡auméntanos la fe!” (Lc 17,5).

+ Joan E. Vives

Arzobispo de Urgell

Fuente:: Mons. Joan E. Vives

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