Sagrada Familia
Mons. Ángel Rubio En el corazón de la Navidad, la Iglesia quiere que celebremos esta fiesta de la Sagrada Familia. Los pastores y los magos descubrieron al Niño Jesús con María su Madre y con San José su padre; es decir, lo encontraron en seno de una familia constituida por un padre y una madre, enteramente como las otras familias de su tiempo. Para el Hijo de Dios hecho hombre su familia tuvo una importancia idéntica a la que tiene la nuestra para nosotros. Fue el marco más idóneo para nacer, crecer y desarrollarse como persona. Por eso, Jesús, como hombre, fue lo que fue su familia porque la familia nos marca. La familia —lo queramos o no— deja su impronta en las personas, y somos, normalmente, lo que hemos aprendido y vivido en su seno.
Son bien conocidos los problemas que en nuestros días asedian al matrimonio y a la institución familiar, debido a una cierta mentalidad ambiental hedonista, permisiva e insolidaria. La familia atraviesa dificultades importantes por las presiones que sufre, particularmente con la plaga del divorcio, que cobra especialmente sus víctimas en los hijos; con la mentalidad “antivida”, con la impregnación de una cultura de muerte y de miedo al futuro que reduce el sentido de acogida de la vida, impide su concepción o la elimina antes de nacer; y con la insuficiente protección en los aspectos económico, social y de vivienda o con el injusto tratamiento que en estos campos muchas familias se ven sometidas. Especial dificultad en estos momentos son algunas legislaciones en favor de ciertas uniones, que atentan contra el matrimonio y la familia, vulneran la más elemental dignidad y verdad del ser humano, conducen a la quiebra de humanidad o a ahondar en ella, y ponen en peligro, en consecuencia, la estabilidad de la misma sociedad.
Por eso es tan sumamente necesario y apremiante presentar con autenticidad el ideal de la familia según el designio de Dios, basado en la unidad y fidelidad del matrimonio, abierto a la fecundidad, guiado por el amor. Son estos aspectos los que corresponden mejor a las exigencias del corazón humano, aunque contrasten con las propuestas del mundo.
Todos, sin excepción, estamos obligados a promover y fortalecer los valores y exigencias de la familia. Esta debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. La sociedad tiene la grave responsabilidad de apoyar y vigorizar la familia, y su fundamento que es el matrimonio único e indisoluble. La misma sociedad tiene el inexorable deber de proteger y defender la vida, cuyo santuario es la familia, así como dotar a ésta de los medios necesarios —económicos, jurídicos, educativos, de vivienda y trabajo— para que pueda cumplir con los fines que le corresponden a su propia verdad o naturaleza y asegurar la prosperidad doméstica en dignidad y justicia. No ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro y destrucción de incalculables consecuencias. La actual legislación, que ni siquiera reconoce la realidad humana del matrimonio en su especificidad con una institución o figura jurídica adecuada, debe ser corregida y mejorada porque compromete seriamente el bien común. (cf. Conferencia Episcopal Española, La verdad del amor humano, 2012).
Pero el egoísmo, que triunfa en la vida matrimonial y familiar de España, tal vez como en ningún otro campo de las relaciones sociales, debe ser combatido también en el ámbito de la educación en general y, por supuesto, de la formación católica y de la atención pastoral matrimonial y familiar. El Papa Francisco ha puesto de relieve la trascendencia del problema al convocar, de modo casi urgente, nada menos que dos Sínodos de los Obispos consecutivos, en dos años, sobre la familia y su evangelización. Recientemente, en el encuentro con las familias en Roma, con motivo del Año de la fe, el Papa ha exhortado a los esposos a: «ponerse en marcha y caminar juntos. ¡Y esto es el matrimonio! Ponerse en marcha y caminar juntos, tomados de la mano, encomendándose a la gran mano del Señor. ¡Tomados de la mano siempre y para toda la vida! ¡Y haciendo caso omiso de esa cultura de la provisionalidad, que nos hace trizas la vida!».
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia
Fuente:: Mons. Ángel Rubio Castro
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