Próximo ya el final del Año de la fe

Mons. Antonio Algora

Mons. Antonio AlgoraMons. Antonio Algora     He decidido convocar un Año de la fe –nos dijo el Papa Benedicto XVI–. «Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II, con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe».

Es momento, pues, de revisar si, a lo largo de este año transcurrido, hemos hecho los deberes. Es momento de poder comprobar si la fe es lo más importante en nuestra vida, si la fe en Jesucristo es el punto de apoyo de toda nuestra existencia. En el peor de los casos, si no nos hemos planteado esta cuestión, el Papa nos indicaba el camino a seguir: «La puerta de la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor» (Porta fidei, 1).

A la gente de nuestro tiempo le cuesta mucho el encuentro persona a persona. A veces, ni en el seno de la vida familiar damos el paso de conocer al otro, de saber de sus inquietudes, alegrías o problemas, no es extraño pues que el encuentro personal con Jesucristo no se considere como lo único importante, que eso es tener fe. Creer en Él, sentirle cercano, en mi más íntima intimidad –como aseguraba San Agustín– ha sido y es el objetivo del Año de la fe. Un encuentro personal que no depende sin más ni exclusivamente de mi iniciativa, pues ha de contar necesariamente con el Otro, con la persona misma del Señor Resucitado que me ofrece su voz, su Palabra, su Dios está aquí, está en la Eucaristía, y su comportamiento, pues nos ama: Palabra, Sacramento y Mandamiento del Amor que se nos ofrece en la Vida de la Iglesia.

Con qué sencillez nos lo dijo el Papa Benedicto: «La puerta de la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma».

Vuestro obispo,

† Antonio Algora

Obispo de Ciudad Real

Fuente:: Mons. Antonio Algora

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