Pidamos el milagro de la unidad de los cristianos

Gil_Hellin

Gil_HellinMons. Francisco Gil Hellín     Jesucristo fundó una y única Iglesia, a la cual hizo su Esposa, su Cuerpo y su Pueblo. En ella quiso que se entrara y se permaneciera por la profesión de una misma fe, la celebración de los mismos sacramentos, la vivencia de una misma moral y la práctica de la oración. Durante los mil primeros años de cristianismo, todos los que aceptaban la fe en Cristo y se incorporaban a la Iglesia por el Bautismo, formaron un solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor.

Por desgracia, a principios del segundo milenio se produjo un importantísimo desgarrón en la túnica de la Iglesia. Tan importante, que se llevó por delante la mayor parte de los cristianos de Oriente. Desde entonces hasta hoy católicos y ortodoxos van cada uno por su camino, aunque tengan muchos e importantes puntos de coincidencia. A principios de la Época Moderna se produjo una nueva división, que afectó sobre todo a los cristianos de Europa. En ese momento surgen las iglesias de la Reforma y, un poco después, las de la Comunión anglicana. La situación actual es que católicos, ortodoxos, protestantes y anglicanos se llamen cristianos pero profesen, celebren y vivan una fe y una moral distintas.

No hace falta tener muy fina la piel espiritual, incluso la meramente humana, para “sentirse mal” ante un espectáculo tan deplorable, escandaloso y perjudicial para la causa del evangelio y el bien de la humanidad; y desear que este espectáculo termine lo antes posible para bien de todos.

A nadie se le oculta que restaurar unas heridas tan persistentes y profundas es una tarea titánica. Ciertamente, durante los últimos decenios se han dado pasos. Algunos muy importantes. Quizás lo más destacable sea que se ha creado lo que pudiéramos llamar “nueva psicología de la unión”, en cuanto que se han depuesto las hostilidades, hemos superado muchos recelos, y hemos firmado acuerdos hasta hace poco impensables.

En ello ha influido de modo decisivo el Concilio Vaticano II y los pontífices Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. El Papa Francisco quiere seguir por el mismo camino. Baste pensar que en su reciente y programática exhortación “La alegría del Evangelio”, ha hecho esta solemne declaración: “El empeño por una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser mera diplomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino ineludible de evangelización” (n. 246).

Pero no podemos engañarnos. La unión plena y perfecta es imposible de realizar con las fuerzas humanas. Ciertamente es imprescindible que haya buena voluntad por parte de todos. Pero esto no basta para ir más allá de prejuicios ancestrales, discrepancias doctrinales profundas y postulados morales muy divergentes en algunos casos.

Con todo, la unión es tarea irrenunciable e inaplazable, porque la desunión va contra la voluntad de Jesucristo, frena gravemente la evangelización y priva al mundo de una luz y un fermento que ahora necesita especialmente. ¿Qué hacer?

Lo que iniciamos ayer en todas partes: rezar, rezar para que Dios tenga piedad de nosotros, perdone nuestros pecados y haga todo lo que crea necesario para realizar el milagro de la unión. Durante ocho días insistiremos de modo especial en este sentido y nos uniremos a todos los cristianos del mundo de buena voluntad que acudan a Dios haciendo la misma petición. Pero el Octavario por la Unidad no puede quedar encerrado en estos ocho días de cada mes de enero sino que ha de extenderse a todos los meses del año. Debe estimularnos el saber que es una petición que agrada mucho al Señor y que Él desea escuchar. Perseveremos en la oración, confiados en el poder de Dios, que puede hacer el gran milagro de la unidad de todos los que creemos en Cristo.

+Francisco Gil Hellín,

Arzobispo de Burgos

Fuente:: Mons. Francisco Gil Hellín

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