Noviembre, elevemos los ojos al Cielo

Mons. Gerardo Melgar

Mons. Gerardo MelgarMons. Gerardo Melgar    Queridos diocesanos:

Nuestro mundo actual se caracteriza por mirar excesivamente al suelo y tener dificultad para elevar los ojos al Cielo. El hombre actual está centrado en esta vida y en este mundo sin interesarse por lo que le espera después de la muerte. Se resiste a pensar y hablar de esta realidad segura, que es la muerte, que a todos nos llegará; tiene alergia a todo lo que sea pensar en lo que le espera en la otra vida, que es real.

Por mucho que el hombre actual se empeñe en olvidarse de la muerte y de la vida después de la muerte, el devenir diario nos lo recuerda frecuentemente: la muerte de una persona que queremos, enfermedades terminales, la muerte de amigos entrañables, etc. La muerte convive con nosotros y nos marca de manera contundente la existencia por lo que no podemos prescindir de pensar en ella si bien no como un contrasentido de la vida.

La Iglesia dedica este mes de noviembre a reflexionar sobre las postrimerías (la muerte, el juicio particular, la resurrección, el purgatorio, el infierno); por eso, se le conoce también a este mes como el de los difuntos. Estos días ponen ante los ojos del corazón humano tres verdades fundamentales a considerar:

1. La muerte de los buenos seguidores de Cristo: muerte de quienes en esta vida encarnaron e hicieron realidad el estilo de vida de Jesús, de quienes (con la gracia de Dios y su colaboración positiva) se hicieron merecedores del gozo y de la recompensa de la visión eterna de Dios. A ellos los celebramos en la Solemnidad de todos los santos, la fiesta de todos aquellos declarados como tales por la Iglesia y de muchos más que no han sido declarados oficialmente santos pero que viven ya junto a Dios y gozan de su eterna compañía. En ellos tenemos que pensar en este mes para darle gracias a Dios por su vida, por su testimonio y por lo mucho que nos ayudaron y nos ayudan a seguir en el camino de la salvación que Cristo nos ofrece; también deberemos acogernos a su protección e intercesión sabiendo que ellos constituyen un número incalculable de intercesores que ruegan por nosotros ante el trono de Dios.

2. La festividad del día de los difuntos y todo el espíritu que se respira especialmente en noviembre nos habla de todas esas personas que compartieron nuestra vida terrena y que ya no pueden hacerlo porque su vida aquí en la tierra se terminó; por ellos también hemos de darle gracias a Dios. Además, ellos pueden estar necesitando purificación por los fallos cometidos mientras vivían como personas pobres y débiles que fueron; ellos personalmente ya no pueden merecer pero nuestra oración es muy importante para que les alcance la misericordia de Dios, sean perdonados sus pecados y sean llevados a gozar para siempre de la compañía divina y la de todos los santos en el Cielo. Seguro que todos expresamos nuestro cariño a todos nuestros seres queridos fallecidos haciendo una visita al cementerio y poniendo unas flores en su sepultura; estos detalles son una prueba de nuestro recuerdo y nuestro sincero afecto pero no podemos olvidarnos que son, sobre todo, nuestra oración y nuestros sacrificios los que realmente les ayudarán en esa purificación que necesitan.

3. Noviembre pone ante nuestra vida para que reflexionemos el hecho de que la muerte es una realidad de la que no podemos olvidarnos y a la que no debemos temer. A todos nos llegará el día, sabemos con certeza que llegará pero no sabemos cuándo será el momento en el que tendremos que comparecer ante el tribunal de Dios y Él nos pedirá cuentas de cómo hayamos aprovechado nuestra vida terrena, cómo hayamos administrado la multitud de gracias recibidas, cómo hayamos aprovechado las oportunidades de llegar a ser unos buenos hijos suyos. Ojala ese día Dios nos pueda dar la bienvenida diciéndonos: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25, 35).

No podemos olvidar que somos ciudadanos de otro mundo y peregrinos hacia la Vida; nuestro destino no es un destino fatal en el que todo acaba con la muerte sino la Vida sin fin en la que seremos absolutamente felices para siempre; Dios nos tiene preparado algo tan hermoso que, como dice la Escritura, no acertamos a comprender ni a explicar esta verdad pues “ni el ojo vio ni el oído oyó ni el corazón del hombre pudo comprender lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Co 6, 9).

Pensar en la Vida tras la muerte no tiene que entristecernos, ni paralizarnos, ni producirnos alergia o hacernos vivir en la tierra sin compromiso con un mundo mejor sino todo lo contrario. La vida aquí en la tierra adquiere auténtico sentido si sabemos que la vida no termina sino que se transforma en otra mejor en la que ya no es posible ni el dolor ni el sufrimiento sino la felicidad para siempre. Aprovechemos este mes de reflexión sobre las postrimerías y ajustemos nuestra vida al Evangelio para que, cuando nos llame el Señor, estemos preparados y con las lámparas de la fe encendidas; así el Rey eterno nos encontrará en vela y nos abrirá la puerta de su Reino.

Vuestro Obispo,

+ Gerardo Melgar

Obispo de Osma-Soria

Fuente:: Mons. Gerardo Melgar

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