María, estrella resplandeciente de esperanza

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garcia_burilloMons. Jesús García Burillo     Queridos diocesanos:

En el centro del Adviento se nos presenta una figura refulgente, que se ofrece como luz a nuestra esperanza. Celebramos a María Inmaculada, elegida por el Padre para ser madre de su Hijo, y por tanto toda santa, “santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (Ef 1,4). Para nosotros, la Inmaculada es patrona desde 1760. España, Tierra de María, como recordaba con frecuencia Juan Pablo II, ha profesado durante siglos su amor por la Inmaculada, devoción plasmada en la pintura, en la literatura, en las órdenes religiosas, asociaciones civiles, instituciones académicas. Todos han mostrado su fe por la Madre de Dios, libre de todo mal,
modelo de vida y entrega para los cristianos.

Como Inmaculada, María se erige en nuestro modelo de vida en la superación del pecado.

Desde el comienzo de la humanidad, mientras el hombre ha estado sometido a la tentación del pecado, ella aparece como un signo de victoria contra el mal y la muerte. Liberada de la mancha del pecado original, María se presenta como signo de esperanza para quienes somos pecadores. En este día solemne, la Iglesia muestra al mundo a María como signo de victoria definitiva del bien sobre el mal, una verdadera “estrella de esperanza” (Spe Salvi, 50). Sin ese horizonte de referencia no podríamos encontrar jamás la forma de derrotar el poder del
odio, la violencia, la soberbia, la venganza; no podríamos construir un mundo de paz, donde pueda triunfar el bien. Ella es alegría en medio de la tristeza que supone una vida al margen de Dios y de los seres humanos. Madre de la Iglesia, acompaña a sus hijos con su intercesión, para que caminando en santidad de vida consigamos la patria del cielo.

Todo creyente, toda persona de buena voluntad, encuentra en María Inmaculada una señal de esperanza para participar en el Reino de Dios. En el misterio de la Inmaculada se despliegan las perspectivas de cumplimiento de las promesas de salvación hechas por el Señor. Por ello invocamos sus gracias, para que su amor maternal fortalezca nuestra fe o ayude a recobrarla a quienes la han perdido. En un mundo desesperanzado, ella nos muestra el camino que redime la debilidad y la fragilidad humana.

Proclamar que nuestra Madre es Inmaculada significa también confesar que María es la máxima aspiración a la santidad. Si todos los cristianos de cualquier clase o condición estamos llamados a la plenitud de la vida y a la perfección del amor, María, más que ninguna otra criatura, ha sido elegida para ser llena de gracia, toda santa. Ella es el camino para alcanzar la santidad que Dios quiere para sus hijos. Su belleza nos garantiza que es posible la victoria del amor sobre el odio, que la gracia es más fuerte que el pecado. Su ejemplo nos
mueve a desear que llegue pronto el Salvador, a estar alerta como centinelas de la mañana esperándole, a mantener la alegría de la fe y la humildad de corazón. Son todos rasgos característicos del tiempo de Adviento.

Finalmente, para llegar a Cristo, luz suprema, necesitamos de otras luces cercanas que nos iluminen el camino. ¿Quién mejor que María puede ser la estrella que nos guíe en nuestra travesía? En la etapa difícil que atravesamos, con horizontes brumosos e inciertos, la Inmaculada nos guía en la noche hacia el puerto de salvación. Sólo con ella recuperamos la esperanza perdida.

Queridos diocesanos, Dios nos sale una vez más al encuentro: su Hijo va a nacer en la cercana Navidad para quedarse definitivamente junto a nosotros, para ser Enmanuel, “Dios con nosotros”. A la Virgen Inmaculada, Madre de la esperanza, le pedimos que nos aliente y nos anime a ser, como ella, testigos verdaderos y entregados al amor de Cristo. Que se enciendan en nuestras vidas la luz y el calor que nos trae María, “estrella de esperanza”.

+ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila

Fuente:: Mons. Jesús García Burillo

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