Manos Unidas anota los NO que enumera ‘Evangelii Gaudium’ y que el Papa considera desafíos fundamentales para la sociedad actual

Manos Unidas Papa Francisco

Manos Unidas Papa FranciscoEn su primera Exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’ (La Alegría del Evangelio), que se ha hecho pública este martes, el Papa Francisco se ha detenido a recordar “cuál es el contexto en el cual nos toca vivir y actuar” y, aunque señala  que “no es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea”, alienta a  una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos».

Manos Unidas quiere resaltar algunas de las reflexiones que el Pontífice hace en este documento, que pone fin al Año de la Fe. Y, con la recomendación de lectura de de esta Exhortación, se detiene en algunos puntos, más ligados con su trabajo diario.

“(…) No podemos olvidar, señala Francisco, que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas”. Y que “el miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos”.  

Y en es sentido, antes de entrar a comentar más en profundidad  algunos de los desafíos del mundo actual, el Papa advierte: “La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad”.

Muchos son los NO que se enumeran en ‘Evangelii Gaudium’ y que el Papa considera desafíos fundamentales para la sociedad actual. 

No a una economía de la exclusión

No a la nueva idolatría del dinero

No a un dinero que gobierna en lugar de servir

No a la inequidad que genera violencia

En los siguientes párrafos, el Papa describe y denuncia con rotundidad a esa sociedad actual  en la que “todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil”

“(…) Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata.

No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión.

No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.

Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida.

Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».

En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. (…) Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.

Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.

(…)

Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera.

(…)

Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales.

El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.

(…)

Animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos».

¡El dinero debe servir y no gobernar! (…) Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano.

(..)

Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.

(..,)

Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas.

(…)

Así la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos.

(…)

Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una «educación» que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos.

En este enlace se puede leer completa la Exhortación Apostólica del Papa Francisco.

Fuente:: SIC

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