La política como vocación
Mons. Lluís Martínez Sistach En nuestra sociedad se acostumbra a emitir un juicio negativo sobre la actividad política y también sobre las personas que se dedican a ella. Sin embargo, la política es necesaria y una sociedad que no la valora se pone ella misma en una situación de peligro. Benedicto XVI dice, en su primera encíclica, que ” el orden de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política”. Los abusos que se puedan producir no deben ser el árbol que no nos deje ver el bosque de todos aquellos que, movidos por un afán de justicia y de solidaridad, luchan en favor del bien común y entienden su actividad como un servicio y no como un medio para satisfacer la ambición personal. La tarea de los políticos debe ser considerada como una verdadera vocación al servicio del bien común.
El Concilio Vaticano II subraya la grandeza de la actividad política: “La Iglesia considera digna de alabanza y de atención la labor de quienes se consagran al servicio de los hombres para alcanzar el bien común y aceptan las cargas de este servicio”. Ya con anterioridad, Pío XI, el Papa de la Acción católica, afirmó que “nada, fuera de la religión, puede ser superior al terreno de la política que se refiere a los intereses de toda la sociedad, que, desde esta perspectiva, es el dominio por excelencia de la forma más amplia de la caridad, la caridad política”.
La actividad política, en sí misma, tiene una gran dignidad moral, y cuando es ejercida como un acto de entrega personal en bien de la sociedad exige generosidad y desinterés. El compromiso político vivido de esta manera –principalmente cuando procede de un espíritu cristiano– ha sido calificado como una “dura escuela de perfección” y como un “exigente ejercicio de la virtud ” y, ciertamente, “la dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre”.
Las actuales sociedades democráticas exigen nuevas y más amplias formas de participación de los ciudadanos, cristianos y no cristianos, en la vida pública. Porque la vida en un sistema político democrático no puede desarrollarse provechosamente sin una activa, responsable y generosa participación de todos.
Los laicos cristianos son Iglesia y participan de la única misión de ésta tanto en el seno de la comunidad eclesial como en el mundo. El campo propio de su actividad es este último, como recuerda el Concilio Vaticano II cuando afirma categóricamente que “el carácter secular es propio y peculiar de los laicos”. Pablo VI estableció una prioridad en la función eclesial de los laicos, afirmando que “el primer y más inmediato trabajo de los laicos no es ni la institución ni el desarrollo de la comunidad eclesial…, sino que es la realización de todas las virtualidades cristianas y evangélicas, ciertamente escondidas pero ya presentes y operantes, en las realidades del mundo”.
Mediante el cumplimiento de sus deberes civiles comunes, los laicos cristianos, hombres y mujeres, están llamados a animar cristianamente el orden temporal y de ningún modo pueden abdicar de su participación en la vida pública. Y deben evitar la tentación de dejar de lado sus responsabilidades para ser como la levadura dentro de la masa del mundo cumpliendo sus responsabilidades propias en el ámbito profesional, social, económico, cultural y político.
+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona
Fuente:: Mons. Lluís Martínez Sistach
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