La Iglesia, nuestra Iglesia
Mons. Antonio Algora Estoy y creo que puedo decir, con toda verdad, ¡estamos! impresionados por la corriente de simpatía, admiración y solidaridad que ha despertado el papa Francisco. A la vez, y a partir de las muchas cosas buenas que vive y trasmite el Papa, ya están apareciendo los detractores de siempre para decir que el Papa lo tiene muy difícil y dejar a la Iglesia por los suelos afirmando los infundios, también de siempre, aprovechando los pecados de los eclesiásticos de antes, de ahora y del futuro. Todo me lleva a pensar, y por eso os lo expreso aquí a propósito del Día de la Iglesia Diocesana, en lo importante que es confesar nuestra fe en la Iglesia, en primer lugar, como misterio grande que nos envuelve y nos desborda, y, después, como realidad que nos identifica a los bautizados y nos hace sentirnos orgullosos y satisfechos de pertenecer a ella: Madre, Maestra, Familia, Pueblo de Dios que nos da el ser.
Es una Jornada, la de la Iglesia Diocesana, para fortalecer dicha pertenencia y para hablar públicamente de ella, para poder exigir, en el mejor sentido de la palabra, respeto y reconocimiento institucional por parte de una sociedad que no puede explicar su pasado, su presente y su futuro sin la Iglesia.
Hacia dentro de nuestra vida cristiana y eclesial, es un Día para recapacitar en que esta realidad que vivimos, «Nuestra Iglesia Diocesana», se hace y permanece en el tiempo por el especial cuidado que de nosotros tiene el Espíritu Santo, ciertamente contando con todos nosotros, pues en nosotros actúa para cambiarnos el corazón, la mente y las manos y seguir construyendo este «Templo» espiritual con piedras vivas. Por cientos y miles contamos a las personas que, de un modo u otro, sostienen a la Iglesia con su trabajo, prestación personal de pequeños y nada irrelevantes servicios pastorales en el culto, la formación y la caridad. Además, si me permitís una nota de humor, sabemos que los católicos somos como «el sastre del Campillo, que, además del trabajo, ponía el hilo» y en esta Jornada llenamos las arcas de la Iglesia para su sostenimiento en la esfera de lo público en lugares de culto y centros de pastoral, en sacerdotes y, en menor número, también con personas auxiliares con sueldo, en los servicios técnicos que necesitamos en las parroquias, en Cáritas, y en el mantenimiento ordinario de casas, iglesias, locales de todo tipo caritativo y social, residencias de ancianos en parroquias, colegios diocesanos y un largo etc..
Legados de personas que nos dejan sus bienes en herencia para fines concretos o para lo más genérico que es su Iglesia Diocesana, la que le dio el ser en el Bautismo y le acompaña hasta su ancianidad. Suscripciones periódicas. Donativos y limosnas. Donaciones en especie: trabajos de mantenimiento, materiales… se alarga la lista por la imaginación que echamos todos cuando caemos en la cuenta de que «en casa» falta alguna cosa o hay que arreglar aquella. Somos lo que somos por la aportación de todos y por la mejor administración de buscar la pobreza institucional empleando los medios que sean imprescindibles para que sean lo menos costosos posible.
Le doy gracias a Dios por todos vosotros, pues, año tras año, compruebo que nunca dejamos de hacer lo que debemos hacer por falta de recursos y, si algún proyecto se queda sin llevar a cabo, es siempre por falta de personas que no se han dejado tocar el corazón por nuestro Dios. ¡Gracias!
Vuestro obispo,
† Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real
Fuente:: Mons. Antonio Algora
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