La Iglesia con todos, al servicio de todos

Mons. Bernardo Alvarez

Mons. Bernardo AlvarezMons. Bernardo Álvarez      El 17 de noviembre celebramos el “Día de la Iglesia Diocesana”. Se trata de una jornada anual para reavivar nuestra conciencia de que todos los católicos, por la fe y el bautismo, formamos la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. Todos los fieles católicos, de cualquier lugar del mundo donde se encuentren, pertenecen a la Iglesia una, santa, católica y apostólica, que está extendida por toda la Tierra y gobernada por el que es Vicario de Cristo y la Cabeza visible de la Iglesia Universal, en nuestro tiempo el Papa Francisco. Al mismo tiempo, dentro del conjunto de la Iglesia Universal, están las diócesis que son “una porción” del pueblo de Dios que se encomienda al Obispo para que cuide de los fieles a él encomendados, siempre en unión con el Papa y con todos los obispos que están en comunión con él.

La Iglesia, tanto en su carácter Universal como en cada una de las diócesis, tiene como misión principal llevar el Evangelio a todas las partes del mundo para que todos los hombres y mujeres tengan la posibilidad de conocer a Jesús  y creer en Él. La Iglesia está en el mundo para presentar (hacer presente) a la persona de Jesucristo y su mensaje de salvación que ilumina el camino de la vida, que trae esperanza y amor.

Ahora bien, cuando decimos “la Iglesia tiene la misión de”…, no debemos olvidar que la Iglesia somos todos. La Iglesia no son sólo el Papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas y religiosos. Todos ellos, aun siendo importantes para la vida de la Iglesia, no son sino una minoría, una parte muy pequeñita dentro del conjunto de los fieles creyentes en Cristo. Todos nosotros, por la fe y el bautismo, somos la Iglesia y, por tanto, tenemos el deber de participar activamente en su misión con todos los medios a nuestro alcance. Ante todo, con el testimonio personal de una vida auténticamente cristiana. Pero no basta el testimonio individual, es necesario colaborar en las diversas tareas apostólicas de la Iglesia (la predicación de la Palabra de Dios, las celebraciones de la fe, el ejercicio de la caridad con los más necesitados, la lucha por la justicia y la defensa de los derechos humanos fundamentales, etc.)

“La Iglesia con todos, al servicio de todos”. La Iglesia no existe para sí misma, ni sólo para cuidar a quienes ya formamos parte de ella, sino para servir a todos los hombres ofreciéndoles la salvación que nos trae Jesucristo, una salvación integral que abarca a todas las personas y a “toda la persona” (cuerpo y alma). La Iglesia no existe para alcanzar mayores cotas de poder o influencia social, sino para poner todo su patrimonio espiritual y material al servicio del bien de las personas y la creación de un mundo mejor para todos. Incluso su prestigio moral y la posible capacidad de influencia han de ser utilizados para el servicio de todos, especialmente de los que más sufren. Decía Pablo VI: “No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” (Evangelii Nuntiandi, 31).

La misión de la Iglesia abarca toda la realidad humana, pero la mira desde su punto de vista, que es el punto de vista religioso, el punto de vista del Evangelio. Por eso, como repite constantemente el Papa Francisco, la Iglesia no es organización asistencial o una ONG piadosa, ni una gestora de servicios sociales, al estilo de las agencias de la ONU. Porque, como dice el Concilio Vaticano II: “La misión de la Iglesia, no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley de Dios” (Gaudium et spes, 42). La misión de la Iglesia es religiosa y, por lo mismo, plenamente humana. De ahí que, “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo…” (Gaudium et spes, 1).

Ante las calamidades del mundo actual, el Papa Francisco nos urge a no abandonar este camino de justicia, caridad y servicio a los más pobres, y nos llama a intensificarlo aún más. Por ahí tenemos que ir y en eso debemos implicarnos todos los católicos con nuestra prestación personal y con nuestra ayuda económica. Un verdadero cristiano no puede permanecer indiferente e insensible ante el sufrimiento ajeno. Por el contrario, está llamado a implicar su vida y sus bienes para aliviar el dolor y erradicar la injusticia que padecen millones de personas en todo el mundo.

No puede ser de otra forma, “la Iglesia está con todos, al servicio de todos”, también de quienes no pertenecen a ella. Esto, como nos recuerda el Papa Francisco, no lo hace la Iglesia por “proselitismo”, sino que es el testimonio de amor que brota de quienes han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir, con obras y palabras, el mensaje de salvación que el Señor les ha dado, ofreciéndolo gratuitamente, a fondo perdido, sin exigir contraprestación alguna. Por eso, y como expresión de amor desinteresado, “donde sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la Iglesia implica, también, la creación de obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes” (Gaudium et spes, 42).

De todo esto tenemos abundantes testimonios en la Iglesia, aquí en nuestra Diócesis Nivariense y en todas las diócesis del mundo: los servicios de Cáritas, la labor social y asistencial de los religiosos y religiosas (asilos y casas de acogida para ancianos, los centros de día, las casas de atención a discapacitados…), la tarea educativa de los colegios religiosos y escuelas católicas, la atención a los enfermos en los hospitales y en sus casas. Realidades, detrás de las cuales está la colaboración constante de miles de fieles católicos, a los que no podemos menos que reconocer y agradecer su generosidad, al tiempo que les animamos a perseverar en este servicio e invitamos a todos a sumarse en el apoyo a todas las obras socio-caritativas de la Iglesia.

En fin, toda la activad de la Iglesia Diocesana, con el trabajo y la colaboración responsable de miles de personas, a través de las más de trescientas parroquias y otras instituciones de apostolado y socio-caritativas, son una evidencia palpable de que “la Iglesia está con todos, al servicio de todos”.Pero, no lo olvidemos, la vida de la Iglesia depende siempre —y hoy más que nunca— de que los fieles que cumplan con su deber de “ayudar a la Iglesia en sus necesidades”.

Por eso, al celebrar un año más el Día de la Iglesia Diocesana, y cuando es necesario avanzar hacia la autofinanciación, digo a todos y cada uno de los que se sienten católicos: tú eres miembro de la Iglesia y debes colaborar responsablemente en su sostenimiento económico. Cada cristiano, según su capacidad y posibilidades, debe participar  activamente en la vida y misión de la Iglesia. La aportación de cada uno es como una semilla que, unida a la de otros, crecerá y dará una cosecha abundante al servicio de todos.

 Demos gracias a Dios por ser miembros de su Iglesia, porque, junto con millones de hermanos en la fe, “somos en la Tierra semilla de otro reino, somos testimonio de amor. Paz para las guerras y luz entre las sombras, Iglesia peregrina de Dios”.

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

Fuente:: Mons. Bernardo Álvarez

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