La alegría de la fe: LA IGLESIA (III)

Mons. Braulio Rodríguez Plaza

Mons. Braulio Rodríguez PlazaMons. Braulio Rodríguez   Sabemos que en la Iglesia catolicidad y unidad van juntas. Estas dos dimensiones de la fe en la Iglesia se hacen visibles en las figuras de san Pedro y San Pablo, distintos entre ellos pero en unidad de fe. Así está indicada otra característica de la Iglesia: ella es apostólica. ¿Qué significa? Sencillamente que el Señor instituyó doce apóstoles, como eran doce los hijos de Jacob, señalándoles de esta manera como iniciadores del Pueblo de Dios, el cual, siendo ya universal, en adelante abarca a todos los pueblos.

San Marcos nos dice que Jesús llamó a los Apóstoles para que “estuvieran con Él y también para enviarlos” (Mc 3,14). Es cierto, lo que dice san Marcos parece una contradicción, pues nosotros diríamos: o están con Jesús o son enviados y se ponen en camino, alejándose de Él. Pero, san Gregorio Magno, en un texto acerca de los ángeles, nos puede ayudar a aclarar esta aparente contradicción. Dice este Papa que los ángeles son siempre enviados y, al mismo tiempo, están siempre en presencia de Dios, y continúa: “Dondequiera que sean enviados, dondequiera que vayan, caminan siempre en presencia de Dios” (Homilía 34,13). Y el Apocalipsis se refiere a los obispos como “ángeles” de su Iglesia; de manera que podemos hacer esta aplicación: los Apóstoles y sus sucesores deberían estar siempre en presencia del Señor y precisamente así, dondequiera que vayan, estarán siempre en comunión con Él y vivirán de esa comunión.

La Iglesia es también apostólica porque confiesa la fe de los Apóstoles y trata de vivirla. La fe no se la inventan los Apóstoles: viene de Cristo, pero hay una unidad que caracteriza a los Doce llamados por el Señor; igualmente existe una continuidad en la misión apostólica. San Pedro, en su primera Carta, se refiere a sí mismo como “co-presbítero” con los presbíteros a los que escribe (cf. 1 Pe 5,1). Es decir, el mismo ministerio que él había recibido del Señor prosigue ahora en la Iglesia gracias a la ordenación sacerdotal; es lo que se llama “sucesión apostólica”. La palabra de Dios no sólo escrita; gracias a los testigos que el Señor, por el sacramento del Orden, insertó en el ministerio apostólico, sigue siendo palabra viva.

Ahora entendemos que con la unidad, al igual que con la apostolicidad, está unido y relacionado el servicio del sucesor de san Pedro, que reúne visiblemente a la Iglesia de todas las partes y de todos los tiempos, impidiéndonos de este modo a cada uno de nosotros caer en falsas autonomías, que con facilidad se transforman en particularizaciones de la Iglesia que pueden poner en peligro su independencia. No queremos olvidar que el sentido de todos los ministerios y funciones en la Iglesia es que “lleguemos todos a la unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto” (Ef 4,13).

Pero hablamos también de que la Iglesia es santa. Recordemos lo que confiesa san Pedro en nombre de los Doce: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. ¿Qué quiere decir esta afirmación? Sencillamente que la Iglesia no es santa por sí misma, pues está compuesta de pecadores, como sabemos y vemos todos. Más bien, siempre es santificada de nuevo por el Santo de Dios, Jesucristo, por su amor purificador. Y es que Dios no sólo ha hablado; además, nos ha amado hasta la muerte de su propio Hijo. He aquí lo más grande que nos ha sucedido, de modo que cada uno de los cristianos puede decir personalmente, con san Pablo: “Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

X Braulio Rodríguez Plaza

Arzobispo de Toledo

Primado de España

Fuente:: Mons. Braulio Rodríguez

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