Fiesta del Bautismo del Señor y anuncio de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado

Mons. Manuel Ureña

Mons. Manuel UreñaMons. Manuel Ureña     Hoy, 12 de enero, domingo posterior al día de la solemnidad de la Epifanía, celebramos en la Iglesia el bautismo del Señor, que constituye la segunda de las tres primeras manifestaciones de éste al mundo. Al mismo tiempo, anunciamos que en el ya cercano día de 19 de enero, segundo domingo del Tiempo Ordinario, celebraremos la Jornada Mundial de las Migraciones.

1. Jesús participa en el bautismo de Juan.

Con la recepción del bautismo de Juan en el río Jordán, Jesús concluye su vida oculta y comienza su vida pública.

En su bautismo, Cristo nos revela con claridad meridiana su ser y su misión. En efecto, Cristo, Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación, no vino al mundo sólo y simplemente para plenificarlo. Si hubiera sido así, no habría sido necesario que Jesucristo hubiese muerto, y con una muerte de cruz (cf Flp 2, 5-11). Cristo viene al mundo y se hace hombre primaria y fundamentalmente para asumir a la persona humana en el estado histórico concreto y real en que su naturaleza se encontraba después del pecado.

Ahora bien, puesto que la asunción de la naturaleza humana es una asunción ontológica, Cristo, al llevar ésta a cabo, abraza la naturaleza humana en totalidad, comprendiendo en este abrazo los efectos del pecado. Por consiguiente, queda inmerso en el mal y participa de la pena debida al pecado, la cual es doble: la muerte biológica y la muerte eterna.

Así las cosas, Cristo, al ser hecho partícipe del bautismo en el Jordán, esta significando que en Él se cumple la profecía del siervo de Jahvé; que Él, por haber asumido ontológicamente la forma de sus hermanos pecadores, es llevado como cordero al matadero para expiar en sus espaldas la pena capital debida al pecado de aquellos (cf Is 42, 1-4. 6-7).

De este modo, Cristo bajó a las aguas del Jordán no porque Él necesitara purificarse de algo ni prepararse para recibir una futura purificación, que era justo lo significado por el bautismo de Juan, sino para significar que, por medio de aquel acto kenótico que prefiguraba eficazmente su pascua de cruz y de resurrección, asumía todo el pecado del hombre y lo expiaba vicariamente en sí mismo. Por eso, como dice el apóstol y evangelista Mateo, “apenas Jesús se bautizó, salió del agua, se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (3, 16-17).

En resumen, con el bautismo de Cristo en el Jordán, que anticipa su pascua de muerte y de victoria sobre la muerte, asistimos al paso del bautismo propedéutico o penitencial de Juan al bautismo verdadero por el que el Padre, mediante el Hijo en el Espíritu Santo, actúa su reconciliación con los pecadores. Así lo afirma el Bautista cuando dice: “Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí, es más fuerte que yo y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11).

2. Ante la próxima celebración de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado.

Como hemos anunciado en el párrafo introductorio de este texto pastoral, el próximo día 19 de enero, domingo II del Tiempo Ordinario, celebraremos la Jornada Mundial de la Migraciones.

Nuestra mirada se vuelve al pasado, concretamente al año de 1914, durante el pontificado del papa Benedicto XV, el año en que se desencadenó la I Guerra Mundial, pero también el año en que se celebró la I Jornada Mundial de Migraciones.

El papa Francisco, asumiendo la herencia de los papas anteriores, nos urge a llevar a cabo la presente Jornada de 2014 con un mensaje de aliento y de esperanza que lleva por título: “Emigrantes y Refugiados: hacia un mundo mejor”

Su Santidad el papa Francisco va delante y nos estimula – dicen nuestros obispos – con sus luminosas palabras y con el testimonio de su vida.

De entre las palabras de su mensaje, todas ellas penetradas por la luz de la verdad, cito las siguientes: “Emigrantes  y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más. Es impresionante el número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios”.

Y, entre los gestos testimoniales, fue muy significativo que una de las primeras salidas del Papa fuera para visitar la isla de Lampedusa, ese lugar que es el icono más expresivo de la reiterada tragedia de tantos emigrantes que dejan su vida en el mar o en los caminos. Con su voz y sus gestos, Francisco ha sacudido la conciencia de Europa y de toda la humanidad en lo referente al estado en que viven no pocas veces las personas obligadas a emigrar.

Permitid que exprese mi más honda felicitación a nuestra delegada episcopal para las migraciones, Dª. Emilia, y a nuestro consiliario, D. Faustino, por su dedicación ejemplar, junto con los grupos de voluntariado, a la pastoral de emigrantes y refugiados.

† Manuel Ureña,

Arzobispo de Zaragoza

Fuente:: Mons. Manuel Ureña

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