¿Es que Cristo está dividido?

Demetrio

DemetrioMons. Demetrio Fernández      Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, San Pablo les advierte que las distintas banderías y grupos enfrentados unos a otros, no es propio de la Iglesia del Señor.”Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo… que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir, pues me he enterado de que hay discordias entre vosotros. Algunos dicen: «yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1Co 1,10-13).

Resulta dramático para aquella comunidad incipiente que las pocas fuerzas que tenían pudieran irse en las tensiones y mutuas disensiones de unos contra otros, además del escándalo ante los demás por estas divisiones. Pues, lo mismo sucede en nuestros días. Se repiten los problemas, porque se repite el pecado y los defectos de las personas y las comunidades. Constatar la falta de unidad en la Iglesia es un dolor para san Pablo y lo es también para nosotros hoy, después de siglos de división. Además de ser un escándalo y un obstáculo para la nueva evangelización.

Por eso, oramos continuamente por la unidad de los cristianos. Y lo hacemos especialmente durante este Octavario de oración por la unidad de los cristianos, cada año, del 18 al 25 de enero, concluyendo con la fiesta de la conversión de San Pablo, el apóstol que ha sido añadido al grupo de los Doce de manera excepcional, por medio de su conversión de perseguidor en apóstol de Cristo.

La Iglesia de Cristo es una, y nunca ha dejado de serlo. Así la confesamos en el Credo, y por eso nos duele que haya disensiones entre los bautizados, que impiden que podamos comulgar el cuerpo del Señor en la misma Eucaristía. Dos heridas siguen sangrando en el cuerpo de la Iglesia: la que se produjo en el año 1050, cuando el patriarca de Constantinopla rompió con el sucesor del apóstol Pedro, el Papa de Roma. Y la segunda, peor todavía, cuando Lutero rompió con Roma hacia el año 1520. De cada una de esas dos rupturas han ido naciendo grupos distintos, que perduran hasta el día de hoy.

Lo que nos une a todos es el mismo bautismo, la fe en Jesucristo como Dios y como hombre, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo que nos impulsa a la santidad y a la caridad. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, repetía Juan XXIII. Podemos llamarnos realmente hermanos, aunque hay todavía desavenencias entre nosotros. Teniendo tantos elementos en común, podemos aspirar con fundamento a la unidad visible en la única Iglesia de Cristo. Pero hemos de seguir orando al Señor, porque el don de la unidad plena es un don de Dios, un don del Espíritu Santo.

La unidad no consistirá en el consenso, ni en la suma de todas las partes, a manera de sincretismo entre todos. Ni tampoco en la eliminación de las riquezas que cada uno posee y ha desarrollado en su historia de santidad, que se ha hecho cultura. La unidad vendrá por el camino del mutuo respeto y del mutuo reconocimiento de todo lo que hay de bueno en cada grupo cristiano, y por la obediencia a la Palabra del Señor y la docilidad al Espíritu Santo.

Entre los elementos esenciales de esta única Iglesia se encuentra el reconocimiento del primado de Pedro y del sucesor de Pedro, el Papa, tal como lo estableció Jesús. Los primeros que tenemos que hacer caso al Papa somos los católicos, en actitud de fe y de comunión plena con lo que el Papa nos enseña y nos va indicando. Muchos cristianos no católicos se extrañan de que entre los católicos a veces no haya esa sintonía de fe y de disciplina con el Papa de Roma. En torno al Sucesor de Pedro vendrá la unidad de la Iglesia. Y en torno a María, la madre de la Iglesia, la madre común que nos reunirá a todos en la misma comunidad. Sigamos rezando en estos días y durante todo el año, para que la deseada unidad de la Iglesia llegue a feliz puerto.

Estamos en la preparación de dos grandes acontecimientos en el camino hacia la unidad: la peregrinación conjunta del papa Francisco y del patriarca Bartolomé (ortodoxo) al Calvario y al sepulcro vacío del Señor resucitado en Jerusalén, recordando otro encuentro parecido entre Pablo VI y Atenágoras, hace ya 50 años. Y el encuentro todavía sin fecha entre el papa Francisco y el patriarca Cirilo de Moscú. Oremos por la unidad de los cristianos, y trabajemos por la unidad en el seno de nuestra diócesis, de nuestras parroquias, de nuestras familias. Todo ello contribuye a la unidad querida por el Señor.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández,

Obispo de Córdoba

Fuente:: Mons. Demetrio Fernández

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