Entre un año que termina y otro que empieza

Mons. Julian López

Mons. Julian LópezMons. Julián López    Queridos diocesanos:

Escribo esta carta cuando está a punto de concluir el año 2013 del Señor. La cuenta de los años en nuestra cultura occidental, cristiana en su origen y hoy prácticamente universal hace en referencia al Nacimiento de N. S. Jesucristo. Bajo esta luz debemos situar los pequeños y grandes acontecimientos de nuestra vida.   Estoy pensando en el fenómeno de inculturación del cristianismo que supuso la fijación de la fiesta de Navidad (siglos III-IV) en el solsticio de invierno -la Pascua ya estaba ligada a la primavera desde el Antiguo Testamento- apoyándose en el fenómeno que advertimos a partir del día natalicio de Cristo, que la noche empieza a acortarse mientras los días van creciendo lentamente como dice el dicho popular, “lo que la patita de la gallina”.

El tiempo huye, el tiempo nos devora, solemos decir. En realidad el tiempo nos hace tomar conciencia de que nuestra vida transcurre no sólo de forma matemática según el calendario sino, lo que es más importante, psicológicamente entre un pasado conocido que se aleja y un futuro incierto, de manera que tenemos la percepción, a medida que transcurren los años y vamos cumpliéndolos en nuestra vida, que el tiempo pasa más veloz. ¿Qué miden, por tanto, los calendarios o los relojes? Ciertamente, el tiempo, pero no nuestra existencia que se resiste a ser encasillada en años, meses, días, horas…  Por eso tendemos a “apurar” al máximo el presente, pretendiendo estirarlo lo más posible, cuando en realidad lo estamos quemando muchas veces, es decir, perdiéndolo o desaprovechándolo. Nuestro pensamiento se confunde, además, cuando tratamos de imaginar la eternidad, el más allá del tiempo. Pero incluso este es para muchos sabios, como Albert Einstein, una ilusión persistente de manera que no existe diferencia entre el pasado, el presente y el futuro.

 

En efecto, el tiempo es más que una referencia de la duración de las cosas. El hombre es el único ser de la creación que tiene conciencia del paso del tiempo y del devenir de su existencia. Por eso el tiempo posee dimensiones difer­en­tes, teniendo cada instante su propio significado. Lo mismo puede decirse de cada una de las divisiones del tiempo, los días, los meses, las estaciones, los años. No todos son iguales, aunque tengan la misma duración cronométrica. Por eso son tan importantes para nuestra vida las fiestas, los aniversarios, las conmemoraciones tanto religiosas como de otro orden. Esto lo sabemos gracias a la memoria y a la liturgia, que nos permiten abarcar el tiempo pasado y de alguna manera preparar el futuro sobre la base del recuerdo-actualización de unos hechos y de su celebración. “La Iglesia, escribía el futuro santo Juan Pablo II en vísperas del Gran Jubileo del año 2000, respeta las medidas del tiempo: horas, días, años, siglos. De esta forma camina al paso de cada hombre, haciendo que todos comprendan cómo cada una de estas medidas está impregnada de la presencia de Dios y de su acción salvífica” (TMA 16).

Por eso es importante que celebremos no sólo el Año litúrgico sino también los acontecimientos de nuestra historia como Iglesia local, como acabamos de hacer con el 950 aniversario de la traslación del cuerpo de San Isidoro y el 1100 de la dedicación de la iglesia, hoy parroquial, del desaparecido Monasterio de S. Miguel de Escalada, y como haremos, Dios mediante, en 2014, del 50 aniversario del Congreso Eucarístico Nacional de León (1964). La memoria del pasado nos estimula en el presente y nos ayuda a avanzar sin temor hacia el futuro. Feliz, santo y provechoso espiritual y pastoralmente Año 2014. Con mi saludo y bendición:

+ Julián López

Obispo de León

Fuente:: Mons. Julián López

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