Redacción (Miércoles, 06-11-2013, Gaudium Press) ¿Cómo entender e infundir en nuestras almas cuánto es de importancia capital nuestro rechazo al pecado venial? Pues, como nos enseña San Agustín, el pecado venial es la lepra del espíritu, que deturpa tanto nuestra belleza de alma, que nos aleja del convivio de Dios.[1] Intentaremos dar una visión clara sobre el tema a través de este artículo.

Conservamos ideas erróneas respecto al pecado venial, ese mal, que tanto perjuicio trae para nuestra vida espiritual. Pensando ser un pecado inofensivo, lo cometemos muchas veces, olvidándonos ser un mal que desagrada a Dios.

Antes de tratar a fondo sobre el pecado venial, creemos necesario demostrar que es un mal existente, visto que, hoy en día, se niega tal realidad. Para ese efecto nada mejor que apoyarnos en el Magisterio de la Santa Iglesia: «Entonces, por más que en esta vida mortal, haya los santos y justos, [ellos caen] algunas veces en pecado, por lo menos, leves y cotidianos, que se llaman también de veniales». [2] Luego, si el santo cae en algo, ese algo existe, entonces el pecado venial es declarado verdad por la Santa Iglesia.

También San Pablo afirma: «Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1Jn 1,8-9).

Después de comprobar la existencia del pecado venial, antes que nada, deberemos definirlo y discutir sobre él, recordando su origen.
Su procedencia está relatada en el Libro del Génesis, en la parte en se narra cómo Dios creó el mundo.

Al ser relatado por el Génesis «Dios separó la luz de las tinieblas» (Gn 1,3-5), Santo Tomás explica que hubo, en ese momento, la separación de los Ángeles buenos de los demonios. Estos se rebelaron contra la voluntad de Dios, al ser revelado el plan de la Redención.

Por ese hecho se concluye que el origen del pecado está en el orgullo, como fruto de la comparación y desobediencia a Dios.
Posteriormente se lee, en el mismo libro, un hecho importante de la vida del Hombre: la creación de Adán y Eva obrada por Dios en estado de prueba, o sea, siendo ellos los padres de la Humanidad, probarían ante Dios su fidelidad. Pero Eva, como madre de la Humanidad, por una falta de vigilancia, dialogó con el demonio, fue convencida a desobedecer a Dios, que hace poco la había creado. Después Adán, llevado por la seducción de su esposa, come también del fruto que Dios le había restringido.

En ese pecado se denota nuevamente la causa de todo el Pecado: orgullo, como fruto de la comparación, llevando por fin, a la desobediencia a Dios.

A pesar de que el pecado venial es muy distinto del pecado mortal, tienen ambos, como ofendido, al mismo Dios. El pecado venial no nos priva de la amistad de Dios, obteniendo la «venia» de Dios fácilmente, proviniendo de ahí el nombre de venial. Él se diferencia del mortal o por la materia o por el conocimiento, o todavía por el consentimiento pleno. Cuando uno de esos puntos es incompleto, la falta es leve, o sea, venial. Con eso no se elimina la vida de la gracia en nosotros, mas, como nos enseña San Agustín, deja el alma en un estado como que de lepra; por eso ese pecado es llamado «la lepra del alma». Este deturpa tanto su belleza, al punto de causar repugnancia a Dios. [3]

En la Sagrada Escritura, encontramos hechos que nos demuestran la repugnancia que el pecado venial causa a Dios. Como, por ejemplo, aquel hecho, que muchas veces nos causa terror: la destrucción de Sodoma y Gomorra.

Dios dijo a Lot que transmitiese a su familia que no mirasen para atrás, pues quien tuviese curiosidad sería castigado. La mujer de Lot había dejado en Sodoma muchos amigos y quería saber lo que estaba sucediendo con estos y con aquellos… Miró para atrás, transgrediendo la pequeña orden de Dios, y se tornó una estatua de sal. Se convirtió en estatua de sal, por haber cometido un pecado venial. [4]

Como enseña Mons. João Clá, así también nuestra alma queda al cometer un pecado venial. La vida sobrenatural de nuestra alma no es muerta, sino es «paralizada». Como, por ejemplo, alguien que sufriese un accidente de automóvil y que, por ser alcanzado en un centro nervioso, queda paralítico. La persona no muere, pero la parálisis es su molestia. [5]

O todavía el episodio de los cuarenta niños que se burlan de Eliseo por él ser calvo. Era un juego de niños. ¿Qué sucedió? Fueron tragados por un lobo que salió de la floresta. ¡Es así que Dios tiene repugnancia al pecado venial! [6]

Es digna de nota la consideración del P. André Beltrami, respecto al pecado venial a fin de que tengamos noción de su gravedad:
Un mal menor que un pecado venial sería, también, si el Universo se redujese a polvo, si Dios expulsase del Paraíso a su Madre SS. y las jerarquías de los Ángeles. Y la razón es siempre la misma: La ofensa y el daño, aunque también eternos, de criaturas finitas y limitadas, no tiene término de comparación con la ofensa hecha a Dios, bondad infinita.[7]

Al contrario, el pecado mortal, mata la vida de la gracia en nosotros, dejando nuestra alma sin caridad, quedando un harapo de Fe y Esperanza, por el cual el alma vil y perversa se aproxima al sacramento de la confesión y se arrepiente de su falta. Solo por una misericordia de Dios el alma no es precipitada inmediatamente al infierno, como nos enseña la doctrina de la Iglesia.

Todo católico, verdaderamente católico, al oír la narración de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, siente en el centro de su alma un movimiento de repulsa hacia todos sus verdugos. Sentimiento santo y agradable a Dios. Pero cuando cometemos un pecado venial, juzgamos timoratamente, ser ese pecado venial inferior a la Pasión de nuestro Redentor. Pensamiento equivocado, pues no está de acuerdo con la doctrina Católica, pues «los santos comparan la culpa venial a una bofetada […], o a un gesto de desprecio, [hacia Dios].» [8] O sea, cuando nosotros perpetramos un pecado venial es como, en lugar que sea el verdugo que abofetea al Hombre Dios, seamos nosotros propios en dar la bofetada.

¿Por cuántos actos nuestros nosotros deberíamos ser juzgados como aquellos que maltrataron a nuestro Dios?

Pero por infinita misericordia Divina, somos a todo momento repletos de gracias y consolaciones.

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, en una de sus homilías sobre el pecado venial, explica una de las consecuencias de tal pecado, cuando abrazado y no combatido. El individuo por no esforzarse para combatir el pecado venial trae como consecuencia para sí, el menguamiento de su generosidad y con eso se entrega cada vez menos a su ideal, cada vez más va empeñando su fidelidad. Con eso su celo por las almas, o sea, por la Causa para la cual se entregó, disminuye. La persona queda cada vez más relajada y toma la vida con superficialidad. Y, al mismo tiempo, pierde la ternura, el afecto hacia las criaturas que necesitan de auxilio. Todas estas consecuencias traen como perjuicio para el alma su empedernimiento.[9]

Por Carlos Rafael Pinto Príncipe

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[1] BELTRAMI, André. O Pecado venial. ed. San Benignio Canvese, 1898, p. 91.
[2] DH 1537. (Tradução nossa).
[3] Cf. BELTRAMI, 1898, p. 91.
[4] Cf. CLÁ DIAS, João Scognamiglio.O pecado venial.Homilia, 2009.
[5] Cf. CLÁ DIAS, 2009.
[6] Cf. CLÁ DIAS, 2009.
[7] BELTRAMI, 1898, p. 21.
[8] BELTRAMI, 1898, p. 16.
[9] Cf. CLÁ DIAS, João Scognamiglio.O pecado venial. Homilia, 2009.

 

 

Fuente:: Gaudium Press

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