Despedida de las Dominicas de Albarracín

Mons. Carlos Escribano

Mons. Carlos EscribanoMons. Carlos Escribano     El 19 de Marzo de 1621, el entonces Obispo de Albarracín, Fray Jerónimo Bautista de Lanuza, bendijo el monasterio de San Bruno y San Esteban, fundación en la que las Madres Dominicas han estado presentes hasta el 7 de Noviembre de 2013. Casi cuatrocientos años de presencia en nuestra tierra, de oración, silencio, trabajo y mucho amor a Dios.

La despedida de las Madres Dominicas supone una pérdida irreparable para nuestra comunidad diocesana que pierde el carisma que el Señor entrego a San Domingo de Guzmán en 1215. Los elementos que determinan la identidad de las mojas dominicas, y que nosotros hemos podido constatar en el Monasterio de Albarracín,  muestra el carisma fundacional de la Orden. Esta fue instituida para “la predicación de la palabra de Dios, propagando por el mundo entero el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Honorio III). Las monjas dominicas están dedicadas al servicio divino, en oración continua y austeridad de vida. Su oración es contemplativa, pero en razón del carisma de toda la Orden, del que ellas participan, su oración es también apostólica. Lasmonjas predicadoras, sin abandonar el claustro ni hacerse oír fuera de él, según requiere su vocación, cooperan de manera propia al ministerio de los frailes, invocando la iluminación Espíritu Santo para que los predicadores, llevados por el amor de Dios, que es el alma del apostolado, sean voz de la palabra divina, en espíritu y en verdad, con integridad y pureza. Y a la vez instan al Espíritu Santo a que disponga, en actitud ampliamente receptiva, superadora de toda sabiduría humana, a los que escuchan el acto profético de la predicación, para que la palabra prenda y obre eficazmente en ellos.

El sentir de nuestra diócesis es que el papel que las Dominicas han ejercido dentro de su congregación también nosotros lo hemos sentido muy cercano, especialmente en las últimas década. Muchos sacerdotes, familias y jóvenes de nuestra tierra han encontrado siempre una palabra de aliento, una oración sincera  y la ayuda precisa de estas grandes albarracinenses que como el río Guadalaviar, que pasa cerca del Monasterio y de la ermita del Cristo de la Vega, han fecundado con su oración silenciosa el trabajo y la vida  de muchos turolenses. La ciudad de Albarracín las va a echar mucho de menos. ¡Se van su monjas! Y con ella, toda la diócesis. Los años han mermado sus fuerzas y, aunque su deseo sería permanecer con nosotros, la prudencia manda el que puedan retirarse a otros monasterios para ser atendidas conforme a su vocación contemplativa.

Casi a la vez se han despedido también las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor. El pasado 26 de Octubre cerraban su comunidad de Teruel, después de haber permanecido en nuestra diócesis desde el 1 de Septiembre de 1952. Vinieron para hacerse cargo de distintos servicios del Hospital “Padre Polanco” que abría sus puertas en enero de 1953. La casa de acogida “Santa María de los Ángeles” para acoger enfermos convalecientes fue su segunda obra en nuestra ciudad. Se han ido silenciosamente, como vinieron, sin hacer ruido, después de haber anunciado el evangelio del amor de Dios, especialmente, en medio del mundo de la enfermedad y del dolor.

Con enorme gratitud y profunda pena despedimos a estas dos congregaciones que nos dejan en este final del Año de la Fe. Pedimos al Señor que les pague todo el bien que nos han hecho estos años de servicio entre nosotros. Pedimos por ellas y por la nueva vida que comienzan lejos de Albarracín y Teruel.

Adiós queridas hermanas. ¡Qué Dios os bendiga!

+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

Fuente:: Mons. Carlos Escribano Subías

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