Creo en la Santa Iglesia Católica (II)

Mons. Pérez González

Mons. Pérez GonzálezMons Francisco Pérez     LA IGLESIA UNA

La unidad es una nota fundamental de la Iglesia. Es la primera que afirmamos en el credo cuando decimos: “creo en la Iglesia una”. Es el reflejo de la comunión de las tres personas de Santísima Trinidad. Está formada por miembros diversos de todas las razas, lenguas, culturas, continentes y naciones. El Catecismo dice concisa y acertadamente en qué consiste esta unidad: “La Iglesia Católica esparcida por el mundo tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una esperanza común, la misma caridad” (nº 161).

Normalmente en el lenguaje común cuando decimos la palabra Iglesia nos referimos a la iglesia peregrina en la tierra. Pensado así nos quedaríamos muy cortos. La única Iglesia está formada por miembros que se encuentran en tres situaciones o condiciones distintas. Unos ya han llegado a la Iglesia triunfante del cielo, otros están en la purgante y nosotros en la Iglesia militante o peregrina en camino hacia la iglesia triunfante. Todos formamos la única Iglesia. Produce un gozo inmenso y un ánimo saber que estamos en comunión con los millones de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos han seguido a Cristo y viven felices en el cielo. Ellos quieren la unidad de los que estamos aún en la tierra, pero la desunión es un hecho que nos duele.

Jesús en la Última Cena pidió al Padre la unidad de los suyos: “Que todos sean uno como Tú Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). La unidad de la iglesia es una preocupación agobiante para el apóstol San Pablo. Sus cartas están llenas de llamadas de atención y exhortaciones ( Cfr.1 Cor 1-10; 1 Cor 12,13; 2 Cor 11,46; Gal 1, 6-10;Efes 3, 3-6;Col 2, 1-5;1Tim 1,3). Un botón de muestra es lo que escribe en la primera carta a los cristianos de Corinto. “Os ruego, hermanos, en nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que todos habléis igualmente y no haya entre vosotros divisiones, antes bien seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir. Esto, hermanos, os lo digo porque he sabido por los de Cloe que hay entre vosotros discordias y cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas. ¿Está dividido Cristo? ¿O ha sido Pablo crucificado por vosotros, o habéis sido bautizados en su nombre?” (1 Cor 1, 10-13).

La inquietud por formar un solo rebaño con un solo pastor (Jn 10, 16) está siempre presente entre los cristianos. En nuestros días se manifiesta en el movimiento ecuménico. Éste va haciendo su lento y seguro camino. La oración de los miembros de las diversas confesiones cristianas es el caldo de cultivo para que juntos con las reflexiones y el diálogo de los teólogos, lleguemos a la unidad plena. El ecumenismo es un camino de todos hacia la verdad y fidelidad, es un camino de conversión y santidad que dará sus frutos.

Desgraciadamente cada uno de nosotros somos, a veces, motivo de divisiones, en la familia, la parroquia, el pueblo, el barrio, la escuela, el trabajo y las relaciones sociales en general. Quisiéramos que la madre Iglesia apareciera brillante ante el mundo como signo de esperanza, de unión y de paz. Así lo pedimos en las plegarias Eucarísticas de la reconciliación: “Mira con amor, Padre de bondad, a quienes llamas a unirse a ti, y concédeles que, participando del único sacrificio de Cristo, formen, por la fuerza del Espíritu Santo, un solo cuerpo, en el que no haya ninguna división. Concédenos tu Espíritu, para que desaparezca todo obstáculo en el camino de la concordia y la Iglesia resplandezca en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz”. Donde hay un cristiano tiene que reinar este espíritu que nace de la santidad de la Iglesia. 

LA IGLESIA SANTA

La Iglesia por estar formada por todos nosotros que somos pobres criaturas, débiles e imperfectas aparece como pecadora. Nosotros somos los que la hacemos pecadora. Sin embargo en su profundo ser es santa porque va, delante de nuestro pecado, Jesucristo que nos redime y es el santo entre todos los santos y solo así la hace aceptable ante los ojos Dios Padre. Jesús pidió al Padre que santificase a los suyos (Jn 17, 17) y San Pablo dice que Dios nos ha colmado de bendiciones para ser santos (Efes 1, 3-4; y 5,27). Con toda razón dirige la carta a los efesios diciendo: “A los santos y fieles en Cristo que están en Efeso (Ef 1,1), y a los cristianos de Corinto, que había corregido por sus faltas de caridad y división les encabeza su segunda carta diciendo: “a la Iglesia de Dios en Corinto, con todos los santos de toda Acaya” (2 Cor 1,1). Quiere decir que para San Pablo todos los cristianos se pueden llamar santos pues están en actitud de conversión y camino a la santidad. En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que “es Él quien ha dotado de santidad a la Iglesia” (1, 10, 1). Y la Constitución Dogmática de la Iglesia, Luz de las Gentes afirma: “La Iglesia es el pueblo santo de Dios” (LG 12). Con esta expresión se quiere abarcar la humanidad entera.

+ Francisco Pérez González

Arzobispo de Pamplona y Tudela

Fuente:: Mons. Francisco Pérez

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