Carta Pastoral de los Obispos de Aragón, llamados a ser libres desde el amor en la verdad descubierta por la fe, con motivo de la Gran Peregrinación de las Diócesis Aragonesas a la Catedral-Basilica de la Virgen del Pilar de Zaragoza, el sábado día 1
Mons. Manuel Ureña Hermanos e hijos muy amados.
El día 11 de octubre de 2011, séptimo de su pontificado, Benedicto XVI firmaba la carta apostólica en forma de motu proprio Porta fidei (=PF). En ella, el Papa, convocaba un Año de la fe, el cual habría de comenzar, como así ocurrió felizmente, el 11 de octubre de 2012 y habría de concluir trece meses después, el día 24 de noviembre del presente año de 2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
El Papa hacía coincidir el comienzo del Año de la fe con la memoria agradecida de dos grandes acontecimientos que han marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los 50 años transcurridos desde la apertura del Concilio Vaticano II, convocado por el ya beato papa Juan XXIII, el 1 de octubre de 1962; y los 20 años ya pasados desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica (=CCE), legado a la Iglesia por el también beato papa Juan Pablo II, el 11 de octubre de 1992.
Tales eventos fueron tenidos muy en cuenta por el papa Benedicto XVI en la proclamación del Año de la fe porque tanto el uno como el otro guardan una relación intrínseca con la fe misma. Recordemos que, como dijo literalmente Juan XXIII, el Concilio quería “transmitir, pura e integra, la doctrina, sin atenuaciones ni deformaciones”, comprometiéndose a que “esta doctrina, cierta e inmutable, que debe ser fielmente respetada, sea profundizada y presentada de modo que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”. Y, respecto del CCE, afirmaba Benedicto XVI que este documento, pensado por Juan Pablo II para inculcar en los fieles la fuerza y la belleza de la fe, es un fruto auténtico del Concilio Vaticano II y fue pedido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento valioso para la catequesis (cf PF 4). En este sentido, no es tampoco fortuito que el Papa hiciera coincidir el comienzo del Año de la fe con la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe.
Así las cosas, el año de la fe ha tenido como horizonte el Concilio Vaticano II y el CCE porque es necesario nos planteemos hoy de un modo reflejo la cuestión de la fe. ¿Creemos realmente? Y, si creemos, ¿cómo creemos? ¿Es nuestra fe verdaderamente objetiva o se encuentra más de una vez atrapada en los engañosos pliegues de la subjetividad? ¿No habremos olvidado el horizonte de la fe a fuerza de darlo con no exigua ligereza por demasiado supuesto? Como dice el Papa en PF 2, “sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, y, al mismo tiempo, siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. Pero, de hecho, este presupuesto no solamente no aparece como tal, sino que incluso es negado no pocas veces”.
Se explica, así, que un compromiso fundamental del Año de la fe tuviera que ser y haya sido, en expresión del Papa, “redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto de fe con el que se cree” (PF 9), un acto que es imposible sin la doble acción de Dios (la gracia exterior del anuncio positivo de su Palabra revelada y la acción interior del Espíritu Santo en el hombre) y sin la adhesión consciente y libre a la fe de la Iglesia, que es el sujeto canónico del acto de fe pleno. De este modo, nuestro acto de fe es tanto más verdadero cuanto más se adecúa al acto de fe de la Iglesia, acto éste del que es figura e imagen el acto de fe de la Madre de Dios.
Pues bien, para llevar a cabo las exigencias pastorales del Año de la fe, la Congregación para la Doctrina de la Fe recibió del Papa el encargo de escribir una Nota (=N) con indicaciones para vivir este tiempo de gracia (6 de enero de 2012), las cuales no excluían, por supuesto, otras propuestas que el Espíritu Santo pudiera suscitar entre los pastores y fieles de las distintas partes del mundo (cf N Introducción).
La referida Nota, dividida en cuatro capítulos, da indicaciones pastorales para vivir el Año de la fe en el ámbito de la Iglesia Universal, en el ámbito de las Conferencias Episcopales, en el ámbito de las Diócesis y en el ámbito de las Parroquias / Comunidades / Asociaciones / y Movimientos.
Nuestra Provincia Eclesiástica de Zaragoza, a la que pertenece de facto la diócesis tan hermana de Jaca, creyó oportuno, siguiendo las indicaciones de N para el ámbito de la Iglesia Universal, organizar en común y para toda la Provincia dos acciones pastorales en la ciudad de Zaragoza: un a modo de retiro espiritual para sacerdotes, abierto a todo el Pueblo de Dios, sobre la doctrina de las cuatro constituciones conciliares, que fue dirigido y sabiamente orientado desde una hermenéutica del texto conciliar a partir de la continuidad y de la reforma del sujeto eclesial por el cardenal prefecto de la Congregación para los Obispos, Su Eminencia Reverendísima Marc Ouellet, y que se celebró en La Seo y en El Pilar el día 2 de mayo del año en curso; y una peregrinación de las diócesis aragonesas al Pilar, que se celebrará, Dios mediante, el día 16 de noviembre, sábado, a una semana exacta de distancia de la clausura del Año de la fe. Cumplimos con ello la invitación de N I/3, que nos anima a dirigirnos, con particular devoción, a María, figura e imagen de la Iglesia, que reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, y a cuyos santuarios debemos peregrinar en señal de conversión y de penitencia en este Año jubilar.
Os esperamos, pues, en Zaragoza ese día en los tiempos y lugares que ya se están dando a conocer por los distintos medios.
Unidos a vosotros en la Eucaristía por la fe de la Iglesia recibida en el bautismo, con nuestro Santo Padre el Papa Francisco, os bendecimos en el nombre del Señor y os confirmamos en la fe.
+Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza
+Alfonso Milián, obispo de Barbastro-Monzón
+Carlos-Manuel Escribano, obispo de Teruel y de Albarracín
+Julián Ruíz, obispo de Huesca y de Jaca
+Eusebio Hernández, obispo de Tarazona
Fuente:: Mons. Manuel Ureña