Bautismo de Jesús y el gusto por ser «Pueblo»

Mons. Antonio Algora

Mons. Antonio AlgoraMons. Antonio Algora     En la escena que describe el evangelista san Mateo, Jesús aparece en la larga fila de los pecadores que van a recibir el bautismo de Juan el Bautista y, ante su resistencia, Jesús le dice: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere». Aclara así el evangelio cual es el motivo de la presencia de Jesucristo allí: cumplir la voluntad de Dios Padre.

Con que precisión describe también la situación de muchos de nosotros el papa Francisco: «A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo». (Evangelii gaudium, 270).
Entresaco estas dos realidades: «entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y (conocer) la fuerza de la ternura». Jesús no se priva de juntarse con los necesitados de la purificación de sus pecados y cumplir así la voluntad de Dios, y es ahí donde y por qué se hace presente el Espíritu Santo que es tanto como decir el amor de Dios, la ternura de Dios.

Os confieso que me ha llamado la atención la humildad del papa Francisco para hablarnos como lo hace, a la vez que manifiesta una firmeza propia del que sabe que puede encontrar una fuerte resistencia a aceptar esta verdad revelada. Esa es la razón por la que habla así: «Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte muy claramente: “Hacedlo con dulzura y respeto” (1 Pe 3, 16), y “en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres” (Rm 12, 18). También se nos exhorta a tratar de vencer “el mal con el bien” (Rm 12, 21), sin cansarnos «de hacer el bien” (Ga 6, 9) y sin pretender aparecer como superiores, sino “considerando a los demás como superiores a uno mismo” (Flp 2, 3). De hecho, los Apóstoles del Señor gozaban de “la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 47; 4, 21.33; 5, 13). Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Esta no es la opinión de un papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas sine glossa, sin comentarios. De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo» (EG 271).

Aceptemos pues el Misterio manifestado en el Bautismo de Jesucristo, de quien no necesita purificación de sus pecados pues no los tiene, de quien se presenta como el «Hijo amado de Dios», el «predilecto» precisamente porque viene a salvar, a redimir… Acción que, dice el Papa, es propia de todo evangelizador: «El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano “camina en las tinieblas” (1 Jn 2, 11), “permanece en la muerte” (1 Jn 3, 14) y “no ha conocido a Dios” (1 Jn 4, 8)» (EG 272).

Vuestro obispo,

† Antonio Algora

Obispo de Ciudad Real

Fuente:: Mons. Antonio Algora

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