Adviento: ¡No os dejéis robar la esperanza!

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IcetaGavicagogeascoaMons. Mario Iceta     1. ¡No os dejéis robar la esperanza! Es la advertencia que hemos oído repetidamente de labios del Papa Francisco. La esperanza, junto con la fe y la caridad, constituyen lo que llamamos virtudes teologales, es decir, aquellos dones que recibimos de Dios, que nos unen a Él, que crean en nosotros capacidades nuevas, nos abren nuevos horizontes, iluminan y guían nuestra vida y nos capacitan para ser y obrar como auténticos hijos de Dios.

2. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. “En esperanza fuisteis salvados”, nos dice San Pablo (Rm 8, 24). El Papa Benedicto XVI escribió una hermosa encíclica sobre este tema. En ella nos recordaba que la esperanza está íntimamente unida a la fe. De hecho, en muchos lugares de la Escritura ambas realidades pueden se utilizan indistintamente. Y esta fe y esperanza están unidas de raíz a la salvación, a la redención, al don que Dios nos da para que seamos capaces de alcanzar con Él nuestra propia plenitud.

3. ¿Pero es que alguien pretende robarnos la esperanza? La esperanza se roba cuando se empequeñece. Cuando llamamos esperanza a realidades caducas y pasajeras, que dejan el corazón humano insatisfecho y tantas veces frustrado. La esperanza se roba cuando se queda encerrada en mi propia voluntad y caprichos, cuando adquiere la forma que yo quiero darle, sin estar abierta al don que libremente se me quiere comunicar. La esperanza se roba cuando tiene un horizonte finito y limitado, trazado por ideologías inmanentistas, soluciones puramente humanas que siempre son respuestas cortas a los graves problemas que acucian hoy a nuestra sociedad y a la humanidad entera. La esperanza se roba cuando es suplantada por sucedáneos que prometen bienes definitivos que realmente no pueden proporcionar.

4. El Papa Benedicto afirmaba: “nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es « realmente » vida” (Spe Salvi, 31).

5. No os dejéis robar esta hermosa esperanza. Una esperanza que no sólo tiene que ver con lo que nos espera después de esta vida, sino que ya ha acontecido entre nosotros en la Encarnación del Hijo de Dios. La estrella de Belén indica dónde encontrar la esperanza verdadera y capital, fundante de todas las demás esperanzas. El tiempo de Adviento es tiempo de aprender a esperar, de aprender a recibir la esperanza y vivir en ella, de agradecer este don tan grande que se nos hace, escondido en la pequeñez y debilidad de un Niño que nace en Belén. El consumismo, los envoltorios y celofanes no nos impidan abrir nuestra vida a esta esperanza encarnada que se nos entrega en Jesús nacido pobre y humilde en un pesebre. Acojamos ese don, arropémoslo en el corazón. “Quien me ama guardará mi palabra, el Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en Él” (Jn 14, 23)

“María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). En este tiempo de Adviento, María nos enseña a esperar y, en esta espera, a crecer en esperanza y gozo. Con su actitud constante de servicio proclama la grandeza del Señor, enseñándonos a vivir en la belleza y alegría de la fe, a superar las dificultades del camino sostenidos por la esperanza cierta, y a hacer de nuestra vida una entrega de amor, a imagen de Cristo que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos (cfr. Mt 20, 28). Aprendamos de la Sagrada Familia a entregar nuestra vida y a servir, de modo particular, a quienes más lo necesitan. Ello os comunicará el gozo profundo del Espíritu Santo. Os deseo un fructífero tiempo de Adviento, una celebración gozosa de la Concepción Inmaculada de María y una santa y feliz Navidad. Con todo mi afecto, pido al Señor que os bendiga.

+ Mario Iceta Gabicagogeascoa

Obispo de Bilbao

Fuente:: Mons. Mario Iceta Gabicagogeascoa

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